San José de las Lajas, una ciudad cubana condenada a vivir sin electricidad
Cuba
Cada noche, los vecinos se juntan alrededor de un pequeño negocio con un halo de luz y un suspiro de internet gracias a un generador
San José de las Lajas (Mayabeque)/El reloj marca las ocho de la noche y a San José de las Lajas se lo ha tragado la noche. Desde que cambió la hora, con los apagones que se alargan más de diez horas seguidas, el pueblo se hunde en una oscuridad tan densa que hasta los perros callan. Apenas un resplandor tenue, el de la hamburguesera del bulevar, rompe la negrura. La planta eléctrica del local, arrendado a un privado, ronronea como un corazón cansado, alimentando dos bombillos y un pequeño freezer.
"Cuando venía para acá en la bicicleta tropecé con un bache frente a la Plaza Cultural. Por poco me caigo, pero cuando no hay corriente este es el único lugar donde puedo comunicarme con mi hija", cuenta David, un vecino de 58 años que intenta, sin éxito, enviar un mensaje por WhatsApp. "La torre de Etecsa está cerca, pero la conexión es pésima. Impusieron el tarifazo y seguimos con los mismos problemas", se lamenta.
La escena se repite cada noche: grupos de personas se acercan buscando luz, internet o compañía. Unos llegan con teléfonos en la mano, otros solo con el cansancio del día. La penumbra se espesa fuera del círculo iluminado. Nadie se sienta junto a la fuente sin agua, de donde sube un olor agrio. "En esos bancos oscuros puede haber una pareja besándose o una montaña de basura", dice David, mirando hacia la sombra.
El cartel dice ‘Hamburguesera’, pero no hay pan ni hamburguesa. Lo único que venden es cerveza Mayabe, refresco de cola y unas galletas"
Un anciano cruza el umbral entre la luz y la oscuridad pidiendo veinte pesos para comer. Una mujer enseña la tabla de multiplicar a una niña aprovechando la mínima claridad que le permite hacer las tareas escolares. Al fondo, los empleados del local se mueven con parsimonia. "Esto no parece un negocio, parece un refugio", comenta Samuel, un joven que llegó con dos amigos. "El cartel dice ‘Hamburguesera’, pero no hay pan ni hamburguesa. Lo único que venden es cerveza Mayabe, refresco de cola y unas galletas".
Samuel se encoge de hombros y sonríe con resignación. "La ineficiencia está en todas partes, en el Estado y en los particulares también. No saben aprovechar que la gente pasa parte del apagón aquí. Podrían vender cualquier cosa que quisieran, y no lo hacen". Su crítica, entre amarga y burlona, provoca asentimientos alrededor. Nadie discute.
La empleada escucha desde el mostrador. "La planta apenas alcanza para el freezer y dos bombillos", explica. "Por lo menos así nos vemos las caras, aunque sea en estos cinco o seis metros. Todo lo demás en el pueblo está oscuro". Lleva todo el día trabajando y, aun así, prefiere no marcharse sola a casa: "Mi esposo no puede venir a buscarme y me da miedo caminar con tanta oscuridad. Una vez alguien me siguió hasta la esquina".
Mientras habla, el murmullo de la gente crece. Unos discuten sobre el precio del dólar en el mercado informal, otros revisan el saldo del móvil. Alguien cuenta que el apagón empezó a las ocho de la mañana. "Y todavía no hay señales de que vaya a regresar la luz", agrega. Las estadísticas del último mes lo confirman: según datos de la Unión Eléctrica, el déficit de generación ha superado los 1.500 megavatios diarios. En Mayabeque, los cortes suelen prolongarse hasta 12 horas continuas.
La provincia no escapa al patrón nacional: apagones, vida doméstica paralizada y el impacto negativo para los negocios. En municipios como Güines o San Nicolás, los propietarios de los comercios denuncian que las plantas eléctricas no alcanzan para mantener refrigerados los alimentos.
En el bulevar lajero, la escena confirma este diagnóstico. Un grupo de jóvenes rodea una mesa improvisada. "Aquí uno viene más por la luz que por la cerveza", dice entre risas un muchacho que no pasa de los veinte. El resplandor tenue ilumina rostros sudados, teléfonos a los que les queda apenas un línea de batería y vasos de plástico. Los mosquitos hacen su parte: "Si te quedas en casa, te devoran", resume otro.
Más allá del pequeño círculo iluminado, la noche vuelve a ser una penumbra cerrada. La piquera de bicitaxis, frente a la avenida 40, empieza a vaciarse. "Esto parece una boca de lobo", murmura un hombre mientras enciende su linterna para cruzar la calle.
Nadie sabe cuándo regresará la corriente ni qué circuito será "beneficiado" primero. La Empresa Eléctrica apenas emite comunicados confusos en su grupo de Telegram. "Ellos dicen que es por falta de combustible, pero el problema es que esto ya se volvió normal", afirma la empleada mientras sirve un refresco a temperatura ambiente. En su casa, la espera otra tarea: lavar el uniforme escolar de su hijo. "A ver si nos ponen un poco de corriente antes de mañana".
Cerca de las once, el sonido del generador se apaga. Un silencio espeso se extiende por el pueblo. "Ahí se fue la planta", dice alguien y la oscuridad lo llena todo. Los pocos que quedan se levantan sin prisa. En la sombra, San José de las Lajas desaparece del todo.