Yankiel, 13 años, alumno de día y recolector de latas durante la noche

Pobreza

Crece la pobreza en Cuba y muchas familias dependen del trabajo de sus hijos para el sustento diario

Yankiel, apoyado en su saco lleno de latas, suele esperar a que termine la fiesta en La Salsa para retomar su faena de recolección.
En La Salsa, Yankiel aguarda el cierre, apoyado en su saco de latas, para volver a su faena. / 14ymedio
Pablo Padilla Cruz

11 de agosto 2025 - 13:09

Matanzas/En el parqueo del centro nocturno La Salsa, en Matanzas, un adolescente duerme junto a un saco medio lleno de latas. Espera a que termine la fiesta para seguir su faena de recolección. Se llama Yankiel y tiene 13 años. Su madre murió hace ya un buen tiempo. “La recuerdo, pero no lo suficiente”, confiesa. 

Las recientes declaraciones de la ex ministra de Trabajo y Seguridad Social, minimizando la extrema pobreza que padecen miles de cubanos, encendieron un debate que muchos califican de tardío. Incluso en la prensa oficial comienzan a aparecer grietas. El periódico Girón, órgano provincial de Matanzas y hermano menor de Granma, publicó un fotorreportaje en dos partes sobre el drama de la mendicidad en las calles.

En las imágenes, el deterioro y la precariedad ya no se pueden ocultar. Sin embargo, el tratamiento editorial mantuvo el guion acostumbrado. Junto a cada testimonio de penurias, se subrayan –en negritas y con insistencia– los “esfuerzos” del Gobierno para ofrecer techo a quienes no tienen dónde vivir, aunque ese techo esté a cien kilómetros del lugar de residencia original o se trate de un antiguo edificio escolar convertido en un cascarón húmedo y corroído.

Más allá de lo que las fotos mostraban, llamaba la atención que en el reportaje no había niños

Más allá de lo que las fotos mostraban, llamaba la atención que no había niños. La selección de las imágenes transmitía la idea de que la niñez en Cuba estaba a salvo, como si se cumpliera a rajatabla la frase de José Martí de que “los niños nacen para ser felices”. Historias como la de Yankiel, sin embargo, contradicen ese retrato edulcorado.

Su padre realiza trabajos pesados: albañilería, desbroce de terrenos, recogida de restos de comida para animales y, sobre todo, la recolección nocturna de materia prima. Esa tarea es una empresa familiar. Para abarcar más territorio, padre e hijo se separan. Uno recorre el centro de la ciudad y la calle Narváez; el otro va desde el barrio El Tenis hasta la zona del reparto Reinol García, conocida como Pastorita. Entre ambos, llenan sus sacos con botellas, envases plásticos y latas que luego venden.

Durante las vacaciones escolares, Yankiel aprovecha para recolectar durante más horas. “No tengo que levantarme temprano para ir a la escuela”, dice. Pero cuando comienza el curso, la rutina se vuelve extenuante. Combina las clases con el trabajo callejero, en una especie de pluriempleo infantil asumido sin plena conciencia. Este año entrará en octavo grado, aunque sus prioridades parecen marcadas por otra lógica, la de sobrevivir.

Más allá de lo que las fotos mostraban, llamaba la atención que en el reportaje no había niños.
Más allá de lo que las fotos mostraban, llamaba la atención que en el reportaje no había niños. / 14ymedio

A la pregunta de qué quiere hacer cuando sea mayor de edad, duda unos segundos. Luego, con la sinceridad de quien no está acostumbrado a adornar las palabras, responde: “Quiero trabajar en algo que me dé dinero”. Su respuesta, directa, revela una preocupación urgente por el resultado y no por el camino para alcanzarlo. Cuando el objetivo es únicamente “tener dinero”, las alternativas pueden ser inciertas o peligrosas.

En el parque una persona le regala un refresco de cola. Lo bebe despacio, con una mezcla de timidez y alivio. El envase vacío va directamente al saco, junto a las otras latas recogidas. El caso de Yankiel es uno entre muchos. Ni él ni otros niños en situaciones similares han aparecido nunca en los reportajes de Girón ni en los discursos de los ministros. No encajan en la narrativa de una niñez protegida y feliz. La marginalidad infantil se invisibiliza, no solo por la censura mediática, sino también por la indiferencia política.

Las imágenes del fotorreportaje oficialista mostraban rostros adultos, camas improvisadas en portales y solares, cocinas sin combustible y paredes descascaradas. Pero la omisión de los menores no era casual. Mostrar a un niño durmiendo en la calle o cargando un saco de basura sería admitir que el Estado ha fracasado en uno de sus pilares propagandísticos: el cuidado de la infancia.

En Cuba, los menores que trabajan en la recogida de materia prima, la venta ambulante o el cuidado de animales no son casos aislados. Es una realidad extendida, sobre todo en las ciudades y zonas periurbanas. La crisis económica, la inflación, la caída del poder adquisitivo y la insuficiencia de los programas sociales han empujado a muchas familias a depender del trabajo de sus hijos para completar el sustento diario.

El lenguaje suaviza las aristas y diluye la responsabilidad del Estado

La pobreza extrema ya no es un tema que pueda esconderse entre eufemismos. Lo que antes se negaba o se atribuía a “casos puntuales” aparece ahora en las calles a plena luz del día. Que un medio como Girón, controlado por el Partido Comunista, publique un reportaje sobre mendigos en Matanzas indica que incluso la prensa oficial ha tenido que reconocer que la miseria existe y crece.

Pero el reconocimiento es parcial y condicionado. A cada denuncia se le yuxtapone una justificación: la promesa de un traslado, una reparación de vivienda o la entrega de colchones. El lenguaje suaviza las aristas y diluye la responsabilidad de un Estado que, durante décadas, se ha presentado como garante absoluto del bienestar social.

Yankiel seguirá recorriendo las calles, con su saco al hombro, mientras asiste a octavo grado. Su padre continuará en los trabajos más duros, combinando las horas de sol con las de madrugada. Ninguno de los dos espera un cambio repentino. La pobreza, para ellos, no es una circunstancia temporal sino un contexto permanente. Y lo que no se publica en Girón, ni se menciona en los discursos, es lo que más define la Cuba de hoy.

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