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Oscuridad en las calles de La Habana, derroche de luz en el Festival de Cine

Cine

“Parece un decorado que intenta decir ‘todo está bien’, pero el corte de edición no engaña a nadie”

“Apagados allá, encendidos aquí”, resume el asistente que viene del este de la ciudad. / 14ymedio
Darío Hernández

07 de diciembre 2025 - 11:05

La Habana/A esta 46 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano no la ilumina El siglo de las luces. Los espectadores consultados por este diario se sienten atrapados en un contexto lleno de Adorables mentiras, en una realidad que parece sacada del escenario de Juan de los muertos. Las calles habaneras, además, demuestran que hoy siguen teniendo más vigencia que nunca las Memorias del subdesarrollo.

“Desde Guanabacoa hasta Luyanó, pasando por Regla, uno siente que vive una secuencia de La muerte de un burócrata”, confiesa un cinéfilo que se desplaza hasta la avenida 23 para asistir al festival. Cuando por fin logra llegar a El Vedado —a los cines, a los conciertos frente al Chaplin— la sensación es de estar entrando en una ficción paralela. “Parece un decorado que intenta decir ‘todo está bien’. Pero el corte de edición no engaña a nadie”, afirma.

“Apagados allá, encendidos aquí”, resume el asistente que viene del este de la ciudad. “En El Vedado hay luces, música, pantallas. En mi casa, ni para cargar el teléfono”. Más de una película ha sufrido un “corte final” no previsto por el director. La brasileña Agente Secreto terminó abruptamente cuando la electricidad decidió abandonar la sala del cine Yara. “El primer día pasó lo mismo”, relata. “Otros cines se han quedado a media proyección, con la trama interrumpida. La realidad se traga a la ficción”.

“En El Vedado hay luces, música, pantallas. En mi casa, ni para cargar el teléfono”. / 14ymedio

Desde el exilio, la mirada sobre la Isla adquiere un filo aún más cortante. El cineasta Carlos Lechuga, radicado en Madrid, publicó recientemente uno de los diagnósticos más demoledores sobre la Cuba que dejó atrás. “El país está enfermo, sin hospitales, el sistema eléctrico caído, miles de puntos en toda Cuba sin agua. Higiene 0. Nada que comer. Los precios por las nubes y los salarios dan risa. El país dolarizado y la gente ganando en pesos”, escribió, en referencia directa al colapso estructural que condiciona cualquier intento de vida cultural en la Isla. Su resumen es implacable: “Han acabado con Cuba”.

La inauguración del festival también estuvo atravesada por un gesto político explícito. Los organizadores abrieron el certamen enviando “mensajes de apoyo a Venezuela”, un guiño a Nicolás Maduro que muchos consideran “fuera de lugar”, pero inseparable del aparato ideológico del Estado en cualquier evento cultural masivo.

Oscuridad en las calles de La Habana, derroche de luz en el Festival de Cine

Mientras tanto, la narrativa oficial insiste en que el festival demuestra “la resistencia luminosa de la cultura cubana”. Así lo escribió Lis Cuesta en la plataforma X, asegurando que el evento —con más de 2.200 obras inscritas de 42 países, aunque solo 222 exhibidas— muestra que “la Cultura sigue siendo vital para el pueblo cubano” y actúa como “un puente vivo con el mundo”. También presumió que los fondos de inscripción —unos 15.000 dólares— ayudarían a sostener el certamen, y que ya hay “plantas generadoras en los cines del Proyecto 23” y pantallas móviles “listas para llevar la magia del cine a las comunidades”. En respuesta, un usuario ironizó: “Sin pan, pero con circo. ¿Las tandas serán por bloques, como los apagones?”

El cinéfilo consultado por 14ymedio describe que las salas se llenan “cuando la película es cubana o cuando hay un estreno que despierta curiosidad”. Pero cuando se proyectan títulos clásicos extranjeros, como Mecánica Nacional, “apenas unas 50 personas toman asiento”, la mayoría buscando “escapar un rato de la oscuridad de sus casas y disfrutar de un soplo de aire acondicionado”, más que por nostalgia cinematográfica.

Cuando se proyectan títulos clásicos extranjeros, como 'Mecánica Nacional', “apenas unas 50 personas toman asiento” / 14ymedio

“Ya ni vemos el grupo de Telegram de los apagones”, cuenta otro joven. “No hace falta: sabemos que por la tarde-noche no habrá corriente”. La resignación se ha convertido en un método de supervivencia diaria. “Y eso que nosotros todavía estamos mejor que el cubano promedio”, admite una residente de El Vedado. “No se puede lavar, cocinar, planificar nada. Vivimos improvisando, y lo peor es que todos sabemos que esto no va a mejorar”.

Frente al cine Chaplin, cada noche hay música. Arnaldo y su Talismán abrió el festival con temas icónicos del cine cubano, pero —ironías del destino— no cantó No dejes que se apague la lucecita. “Hubiera sido un himno”, bromea una espectadora. Esas tarimas con bocinas son oasis de evasión, una cortina musical que intenta tapar el zumbido de las plantas eléctricas y el enjambre de mosquitos que acompañan cada función al aire libre.

Cuando el espectáculo concluye cada noche, los espectadores regresan a barrios como Guanabacoa, Regla o Luyanó, donde el apagón los espera. / 14ymedio

Más allá del brillo superficial, algunos espectadores y creadores reflexionan sobre el deterioro de la calidad cultural en un país donde la infraestructura se desmorona y el público vive exhausto y, actualmente, azotado por una epidemia de arbovirus. La precariedad no distingue entre artes, lo que ocurre en el cine resuena con lo que ya vivió el Festival de Teatro de La Habana, celebrado en noviembre. 

Su crítico más franco, Norge Espinosa, opinó que la edición “no quedará en la memoria”, una frase que condensa la insuficiencia artística y conceptual de un evento que debería ser insignia cultural. Señaló que la muestra no logró superar “la medianía general de la calidad en lo que su curaduría nos propuso”, apuntando a una selección dispersa, débilmente articulada y carente de obras capaces de sostener un diálogo estético real con la escena contemporánea.

También cuestionó que la curaduría pareciera más “un ejercicio de supervivencia” que un proyecto cultural sólido, con una programación incapaz de conectar ni con el público ni con la ciudad. Para Espinosa, el festival teatral fue “un acto de resistencia”, pero su fragilidad logística y artística terminó evidenciando una escena que intenta levantarse en condiciones adversas que lastiman sus ambiciones.

Es muy probable que el balance del Festival de Cine se parezca bastante al del teatro. Sobre todo porque la situación del país se enrarece a una velocidad pasmosa. Cuando el espectáculo concluye cada noche, los espectadores regresan a barrios como Guanabacoa, Regla o Luyanó, donde el apagón los espera. Vuelven a encender sus lámparas recargables, a intentar cocinar, a sobrevivir un rato más. Todo eso es lo que realmente representa hoy el festival: la contradicción entre un ideal cultural y una vida cotidiana golpeada sin tregua. “Es como vivir en Los sobrevivientes”, resume el cinéfilo, “pero sin el fino humor negro”.

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