Dibujada por los espías
Miniaturas
El boceto realizado por un agente de Inglaterra en La Habana del siglo XVIII provocó una invasión, una conversación y una novela
La Habana/Hay que volver al momento en que Miriam Gómez, atormentada por un marido que escribe hasta después de muerto, recuerda un mapa “hecho por un espía inglés en el siglo XVIII”, colgado en el despacho de Alejo Carpentier. Cabrera Infante lo mira, titula así una novela, pero en el propio texto se olvida de él y prefiere evocar una lámina hemingwayana de 1778, A youth rescued from a shark.
Distraído por la cháchara de Alejo, Cabrera Infante tiene tiempo para reparar en más de un cuadro. Mira en detalle el dibujo de los tiburones, pero también ve un antiguo mapa de La Habana, y quizás entonces se le ocurre una de sus famosas muletillas: “El grabado describe” o “En el grabado puede verse”, que usa en Vista de amanecer en el trópico.
La prueba más potente de que el mapa existió –y ahora me siento como un teólogo escolástico– es ese mismo libro. En Vista de amanecer en el trópico el novelista describe minuciosamente el mapa que buscamos, entre decenas de viñetas sobre la violencia en Cuba:
“He aquí un mapa hecho pocos días (o tal vez semanas o meses) antes del ataque inglés a la capital de la isla. Como se puede ver, el mapa es más bien grosero, pero llena muy bien su cometido, ya que se señalaban con precisión las fortalezas del Morro y La Cabaña, al cruzar la bahía, y las fortalezas propiamente habaneras de La Punta, el Castillo de Atarés, el Torreón de San Lázaro. Se puede observar cómo distorsiona el mapa las características de la ciudad propiamente dicha y sus alrededores. Se cree que este mapa fue hecho por un espía inglés”.
Las pifias son múltiples, pero digamos que La Habana de Cabrera Infante es atemporal y disimulemos
Las pifias son múltiples, pero digamos que La Habana de Cabrera Infante es atemporal y disimulemos. La invasión británica fue en 1762 y los mapas utilizados por la flota eran de varios años antes, no “semanas o meses”. La Cabaña ni siquiera existía; era una loma que, de hecho, fue estratégica a la hora de bombardear el Morro. Atarés y San Lázaro tampoco estaban allí; solo en La Punta acierta Caín.
Emilio Cueto recoge en uno de sus catálogos 17 mapas dibujados por espías ingleses solo en 1762. En las dos décadas anteriores se trazaron muchos otros y una gran cantidad de bocetos más o menos precisos, “groseros”, pero útiles para la invasión. Varios de esos planos fueron elaborados a partir de las declaraciones de “un comandante experimentado”.
En 1756, uno de esos militares de alto rango visitó La Habana. Se trata de sir Charles Knowles, gobernador naval de Jamaica, que desde que entró a la bahía tomó ávidas notas sobre las defensas de la ciudad. Knowles fue quien trazó el plan para el asedio seis años después. Los mapas utilizados para la toma fueron reproducidos hasta el cansancio en revistas británicas, para ilustrar las crónicas de la batalla.
El espionaje se hizo más intenso a medida que se acercaba la invasión. En 2003, la traductora Juliet Barclay dio a conocer en la revista Opus Habana dos documentos inéditos –una carta y un mapa– dirigidos al conde de Egremont en 1760. Firmado por el “servidor más obediente y humilde de Su Señoría”, el texto ofrecía las coordenadas del puerto, “fuente de todas las fuerzas marítimas españolas en América”.
En la mirada del agente, La Habana era “casi oval, amurallada completamente con ladrillo y piedras”
En la mirada del agente, La Habana era “casi oval, amurallada completamente con ladrillo y piedras” con una bahía de “boca estrecha”, como se veía en su boceto, bastante inexacto. Recordaba un poco al Mapa de Cargapatache, un bandolero portugués que dejó indicaciones para entrar a la rada habanera en el siglo XVI. Para él, la bahía era una especie de vientre femenino y el barco debía entrar guiándose por dos lomas a las que llamaba Las Tetas. ¿Fue ese el mapa que vio Cabrera Infante? Barclay, por desgracia, no dice de dónde lo sacó.
El caso no tiene solución hasta que alguien descubre adónde fueron a parar los grabados de Carpentier. El “espía inglés” de Cabrera Infante pudo ser Knowles, el anónimo ciudadano británico que escapó a Inglaterra antes de la invasión, o cualquier “comandante experimentado” de paso por la Isla. Incluso algún cubano, porque no faltaron colaboracionistas cuando La Habana fue inglesa.
Hojear el catálogo de Cueto deja al investigador una caterva de nombres de sospechosos, que dibujaron o imprimieron mapas en esos años: Pierre Chassereau, William Henry Toms, P. A. Rameau, J. Gibson, Andrew Bell, Giuseppe Pazzi… ¿Quién de ellos es nuestro hombre en La Habana? Haría falta un detective metafísico al estilo de Oesterheld o Mœbius, un chivato de lo que hablaron Cabrera Infante y Carpentier, un espía del espía que se nos escapó, y mejor dibujante que él.