El milagro cubano en Trigueros tiene un precio inquietante
Crónica
¿Es conveniente ocultar el sufrimiento de un pueblo en nombre de la cultura?
Huelva (España)/La voz de Gema Corredera y el piano de Roberto Carcassés hicieron del pueblo español de Trigueros, en Huelva, un lugar embrujado el martes. En el jardín del Centro de Arte Harina de Otro Costal, al abrigo de su higuera gigantesca, el viento de la campiña –fresco aun siendo agosto– envolvía el concierto que daba inicio al festival CubaCultura 2025, que va ya por su duodécima edición y que termina el próximo 26.
Sonaron, fundamentalmente, canciones antiguas, esos temas de la Vieja Trova enterrados por la Revolución y rescatados por productores extranjeros a finales del siglo XX, y letras de Marta Valdés, a cuya memoria, igual que a la del guitarrista flamenco José Luis de la Paz, dedicó el recital la artista, musicóloga y ex integrante del emblemático dúo Gema y Pavel.
El público, entregado, tarareaba, daba palmas y bailaba, no sin cierto agallegamiento en el compás.
Antes, subió al escenario Mirta Ibarra, protagonista del ciclo de cine que se proyectará durante el festival, con las películas Hasta cierto punto (1983), Fresa y chocolate (1993) y Guantanamera (1995), todas ellas dirigidas por quien fuera su compañero de vida, Tomás Gutiérrez Alea, las dos últimas junto a Juan Carlos Tabío.
Habló la actriz del hito que supuso Fresa y chocolate –en una sociedad machista como la cubana, “heredada de los españoles”– y de la Casa de Titón y Mirta, el centro dedicado a la memoria del cineasta, al que Eusebio Leal proporcionó un local en La Habana Vieja y que solicita donaciones de equipo para su proyecto de producción de películas.
También hablaron las autoridades de Cultura, tanto de la Diputación Provincial de Huelva como del Ayuntamiento de Trigueros
También hablaron las autoridades de Cultura, tanto de la Diputación Provincial de Huelva como del Ayuntamiento de Trigueros, que financian el encuentro, con muchos elogios al comprobar la gran afluencia de público, cada año más, y la calidad de los invitados.
A lo largo de estos años han pasado por él músicos como Haydée Milanés, Kelvis Ochoa, Ernán López-Nussa o Javier Ruibal, así como el escritor Leonardo Padura, que en 2022 se quedó toda una semana en Trigueros, o el actor Vladimir Cruz.
El festival comenzó a celebrarse en 2014 a instancias de la actriz cubana Laura de la Uz, su marido, el fotógrafo Héctor Garrido, originario de Huelva, y el matrimonio formado por el pintor Juan Manuel Seisdedos, nacido en Trigueros, y Lourdes Santos. Este reconocido artista andaluz y su mujer ya eran catalizadores de la cultura en el municipio desde que en 2011 reconvirtieron una vieja fábrica no solamente en su vivienda sino en el centro Harina de Otro Costal.
“Son 20 euros, 10 para los que viven en Trigueros”, informaba la propia Santos a los asistentes que llegaban al lugar. “Es que esto es privado, y tenemos que dar una parte importante a los músicos”.
En efecto, los organizadores son las empresas familiares Volumen Huelva (que gestiona Harina de Otro Costal) y ARTeHOTEL Calle2, el hotel-boutique que tienen De la Uz y Garrido en La Habana, en pleno Vedado. Aparece también que "colabora", como otros años, el Icaic (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos).
Que un festival cultural dedicado a Cuba en un pueblecito perdido del suroeste de España no solo sobreviva durante más de una década, sino que casi aparezca en la agenda de verano como una cita ineludible no deja de ser un milagro. Pero el milagro parece tener precio: no hablar de política.
Un único comentario de Gema Corredera, cuando se apagaron los focos momentáneamente en el escenario, aludió a la realidad que vive hoy la Isla
Un único comentario de Gema Corredera, cuando se apagaron los focos momentáneamente en el escenario, aludió a la realidad que vive hoy la Isla: “No queremos que se vaya la luz, que bastantes apagones hay ya en Cuba”. Y solo los más avezados podían ver la declaración de principios que suponía presentar un repertorio prerrevolucionario y de una artista orillada como Valdés. Fuera de ahí, nada. Un espectador bien podría pensar, de hecho, que este intercambio cultural es con un país normal.
Un país normal donde florecen y prosperan artistas maravillosos. Un lugar con libertad de mercado y de pensamiento, de asociación y de elección política. Un lugar fértil, como el que fue, lleno de cines, de azúcar y de vacas lecheras. Un lugar en el que los servicios básicos están asegurados, con educación, salud, agua, luz. Un lugar donde la gente no envilece por la miseria ni enloquece por la vigilancia de los vecinos.
Creyendo firmemente, como creo, que un artista no es un activista, que la cultura salva y une, que son necesarios los terrenos alejados del ruido de la polarización y que no es mal lugar el arte para que comience una futura Cuba democrática, no dejo de atormentarme. ¿Es conveniente ocultar el sufrimiento de un pueblo en nombre de la cultura?