La obra hierve

Miniaturas

Joel Besmar ha sido profesor, ilustrador y de algún modo el filósofo más lúcido de la decadencia intelectual cubana

'Cantos de sirena', un naufragio entre libros pintado por Besmar en 2019.
'Cantos de sirena', un naufragio entre libros pintado por Besmar en 2019. / Cernuda Arte
Xavier Carbonell

19 de julio 2025 - 11:03

Salamanca/Si la temperatura a la que arden los libros es 451 grados Fahrenheit –unos 232 grados Celsius–, ya sabemos qué clase de combustión se produce en los cuadros de Joel Besmar. Pintor por excelencia del deterioro de la cultura (y cuál más deteriorada que la de su país), sus imágenes de libros quemados, de tierras baldías cubiertas por las ascuas, de personas atosigadas por sus muchas lecturas o por el mero acto de leer, aparecen ante quien la mira como post-obra, como ceniza de la obra.

En una época de confusión cuántica como la nuestra podría hablarse de dos Besmar: el primero ha pintado libreros bien ordenados (Sabiduría y asombro o Encuentro de voces), objetos de una gravitación equilibrada, el saber organizado de acuerdo a las materias –literaria, científica, filosófica, teológica– tal y como pide el inflexible catálogo de Dewey que tanta calma ofrece a los bibliotecarios; el segundo, el Besmar de la gran destrucción (Despertar de un sueño o El muro), observa los mismos libreros después de que un loco o un niño les haya dado candela.

Dentro de un cuadro de Besmar el libro es como un tabaco. Se consume, arde por puro placer –la lectura como fuego que inutiliza– y luego se deja arrastrar por ese viento que nadie como él sabe representar con tanta maestría.

A veces ambos planos conviven en un solo lienzo, como en Libertad bajo palabra, donde se enfrentan dos remolinos: el de los volúmenes quemados y el de los que saben volar, una especie de almas del libro roto. Pero también en esas pinturas aplica Besmar la regla de oro de Hermes Trismegisto, el padre de los alquimistas: como es arriba es abajo. La candela es simétrica y deja marcas en ambas mitades del cuadro.

Si uno concibe el libro como algo vivo, lleno de palabras o por lo menos de fantasmas, con Besmar la idea de naturaleza muerta alcanza su definición más precisa

Si uno concibe el libro como algo vivo, lleno de palabras o por lo menos de fantasmas, con Besmar la idea de naturaleza muerta alcanza su definición más precisa. El comején o la polilla son en sus cuadros tan mortíferos como el fuego. Quien tenga un librero en Cuba sabe que está en guerra perpetua contra los insectos y que estos trabajan con una voracidad que no tiene parangón en otras regiones. Un libro en perfecto estado puede estar lleno de surcos y mordeduras de comején la semana siguiente. Respetando las tapas y las costuras, los bichos llegan a cavar kilómetros de túneles dentro de las estanterías de la casa.

Un lienzo pintado por Besmar en 2019, en medio de uno de los tantos éxodos cubanos, denuncia un nuevo enemigo para las bibliotecas: el exilio. En Cantos de sirena –título que no puede ser más agridulce– aparece una montaña de manuales utópicos. Están los filósofos que soñaron con países monstruosos, Platón, Moro, Campanella, Rousseau, Ayn Rand, Marx, y a lo lejos se ve un barco escuálido. El barco podría estar listo para zarpar, porque todavía navega. Pero en Besmar todo es doble y uno enseguida se da cuenta de que se trata de un naufragio: de esa costa llena de libros no se escapa; en esa costa llena de libros –la del país monstruoso– estamos nosotros y no parece haber salida.

En Besmar todo es doble y uno enseguida se da cuenta de que se trata de un naufragio: de esa costa llena de libros no se escapa

Nacido en 1968, Joel Besmar estudió arte en Camagüey y en La Habana. Ha sido profesor, ilustrador, diseñador de escenografías y de algún modo el filósofo más lúcido de la decadencia intelectual cubana. Es capaz de cifrar los aforismos de su doctrina en los lomos de los libros, y hacer de ellos una ciudad hecha brasas. “Es hora de despertar del sueño”, “Vivir no es necesario, navegar sí”, “Atrás los profanos” o el lezamiano “Mi alma no queda en un cenicero” son algunos de sus mandamientos.

Se le ha dado a su trabajo una interpretación moral y abstracta: el libro “físico” está acabado, es la hora del libro digital o de lo digital sin libros. Pero Besmar es más profundo. Su obra es incluso más compleja que el grito de denuncia contra la censura y el totalitarismo que muchos le atribuyen. Es un artista de la desolación sin tiempo ni frontera, aunque su tiempo –el siglo XXI– y su frontera –el mar que rodea la Isla– le dan a su trabajo una amargura que solo puede calificarse de cubana. 

La memoria es para llevársela.
La memoria es para llevársela. / Xavier Carbonell

También te puede interesar

Lo último

stats