'Siete años en el Tíbet', la guerra de los comunistas chinos contra el dalái lama
Reseña
Se publica por primera vez en España el libro prohibido por Pekín en el cual se basó la película protagonizada por Brad Pitt
Salamanca/Recuerdo haber visto Siete años en el Tíbet con catorce o quince años. No me explico cómo una película anticomunista llegó a la pantalla de un televisor de marca china, instalado en una casa cubana. Recuerdo la bota de los sicarios de Mao destrozando un mandala confeccionado por los monjes, el exilio del dalái lama –apenas un niño– y el asedio de las ciudades sagradas del budismo tibetano.
Hoy, en plena polémica por la reencarnación del dalái lama –ese mismo niño al que los comunistas expulsaron de su hogar en 1959–, cuando China aspira todavía a monopolizar la religión y la política del Tíbet, se publica por primera vez en español el libro en el cual se basó el filme de Jean-Jacques Annaud, con Brad Pitt de protagonista y la cordillera andina haciendo de Himalaya.
Siete años en el Tíbet (Libros del Asteroide) comienza como la crónica de una expedición fallida al Nanga Parbat, la novena cumbre más alta del mundo, y se vuelve testimonio de la desaparición de un país. Mejor dicho, empieza siendo el relato de la vida de un hombre, el austriaco Heinrich Harrer, para convertirse en el testimonio de toda una cultura, que sobrevive hoy en la nostalgia y el exilio.
Harrer era un alpinista obsesivo y estaba afiliado al partido nazi (“el mayor error de mi vida”, dijo cuando la prensa descubrió el dato). Su historia transcurre durante la Segunda Guerra Mundial y resume la amistad entre un aventurero europeo y el niño-dios del budismo. El libro fue un éxito en los años 50 y lo está siendo de nuevo ahora.
Para los chamanes y lamas del Tíbet el desastre comenzó en 1948, cuando avistaron un gran cometa. A partir de ahí los malos presagios se multiplicaron
Para los chamanes y lamas del Tíbet el desastre comenzó en 1948, cuando avistaron un gran cometa. A partir de ahí los malos presagios se multiplicaron. Animales deformes, desastres naturales y conmociones históricas atizaron la superstición. Además, una profecía había previsto que el decimotercer dalái lama –fallecido en 1933– sería el último que residiría en el Tíbet.
Harrer no sabía mucho de la cultura tibetana cuando se embarcó en 1939 en la expedición alemana al Nanga Parbat. Aunque no dice una palabra sobre la obsesión de Hitler por el Tíbet –considerado por el Führer el punto de inicio de la raza aria–, el explorador partió con su bandera nazi y su carné de las SS. Cuando estalló la guerra, los británicos capturaron a Harrer y lo internaron en un campo al norte de la India. Él mismo contó que las condiciones eran más que aceptables y que huyó porque quería “hacer algo”.
Junto a un colega alemán –que en la película interpreta David Thewlis–, Harrer emprende una casi imposible trayectoria desde la India hasta el Tíbet. Solo hombres en su condición física hubiera soportado el viaje.
Conocieron el mundo de los lamas, con sus hábitos de azafrán y seda amarilla; la esmerada hospitalidad tibetana –y también su enconada xenofobia, en dependencia del momento histórico y las órdenes del gobierno–; vieron las procesiones del niño-dios, de cuya familia Harrer acabaría siendo allegado; y al cabo de los años, por extraño que parezca, se sentían más tibetanos que otra cosa. Europa, destrozada por la guerra, era para Harrer una realidad ya remota. Con sus antecedentes (que, de nuevo, omite) tampoco le hubiera ido bien en los juicios contra los ex partidarios de Hitler.
Cuando Harrer logra establecerse en el Tíbet, la sombra de China empieza a volverse un peligro. La expulsión en 1948 de varios diplomáticos chinos –término demasiado fuerte para definir una despedida con fiestas y regalos– durante la Guerra Civil fue interpretada por Mao como un desafío del dalái lama.
En 1950, China lanzó un ataque al Tíbet en seis frentes. El armamento tibetano, casi feudal a excepción de unas pocas piezas de artillería, no pudo resistir la acometida de un ejército moderno
En 1950, China lanzó un ataque al Tíbet en seis frentes. El armamento tibetano, casi feudal a excepción de unas pocas piezas de artillería, no pudo resistir la acometida de un ejército moderno. Al mismo tiempo, los comunistas lanzaron una feroz campaña de propaganda contra el dalái lama y fueron tomando las principales ciudades. El Tíbet clamó ante Naciones Unidas. La respuesta fue que tenían la “esperanza” de que llegaran a un acuerdo pacífico.
Harrer se fue de Lhasa en 1950. China trazó el “camino al socialismo” del pueblo tibetano, lo cual incluía destruir los templos y obligar a los monjes a renunciar al celibato. Los que se negaron fueron ejecutados o enviados a campos de concentración, mientras la gente era “reeducada” a la fuerza. No obstante, quedaron tribus nómadas fuera del alcance del ejército, pero llevaban un modo de vida tan aislado que importaba poco convencerlas o no de adquirir el carné del Partido Comunista.
En un epílogo del libro, publicado originalmente en 1952, Harrer denuncia la complicidad internacional con la actuación de China en el Tíbet. Pekín tenía tanto interés en sabotear la película de Annaud que se tuvo que filmar en Sudamérica, y a varios de sus actores –entre ellos Brad Pitt– les fue prohibido viajar a China hasta hace muy poco.
Hace 60 años, Pekín declaró al Tíbet como región autónoma de China y lo rebautizó como Xizang. Xi Jinping viajó esta semana a Lhasa, la “casa de los dioses” donde durante siglos vivió el dalái lama, y en su discurso fue terminante: no habrá prosperidad allí –advirtió– si no es a través del Partido Comunista.