Volver a la Habana

El anhelo de ver la ciudad desde un barco “y no desde la parada de la guagua” es una de las fantasías recurrentes de María.
De izquierda a derecha: Rosa Vasconcelos, Susana Pérez y Lilliam Vega. (Luz Escobar)
Luz Escobar

30 de octubre 2015 - 20:34

La Habana/"¿Quién iba a decirme que algún día iba a volver a La Habana?". Con esa pregunta y el sonido del mar de fondo, entran a escena María, Gertrudis y Camila, tres mujeres que tratan de ponerse al día después de largos años de distancia. La nostalgia, el regreso a la Isla y la soledad son los temas que dominan la conversación en Volver a La Habana, una obra escrita por Raquel Carrió, bajo la dirección de Lilliam Vega y Flora Lauten.

Tres carteras y tres asientos, junto al mismo número de pantallas y vasos, son los únicos elementos escenográficos frente a una sola botella de whisky. En ese decorado se mueven los personajes, uno de ellos interpretado por la conocida actriz Susana Pérez, que comparte historia de vida con la exiliada a la que encarna.

Mientras que Gertrudis se fue de Cuba muy pequeña y ahora vuelve a La Habana para encontrarse con la ciudad que dejó de niña, Pérez se radicó en Miami después de una larga carrera en la televisión y otros medios de la Isla. El público inevitablemente funde las dos historias y ve en los recuerdos que evoca el personaje parte de la memoria de quien pusiera rostro a antológicas protagonistas de telenovelas y películas cubanas.

Camila, encarnada por Lilliam Vega, representa a una emigrada que salió a finales de los años noventa. Para ella el mar siempre fue "un muro de piedras" que le impedía volar. Aburrida del hambre que pasaba y de esperar a su príncipe azul, se largó del país después de casarse con un español. María, interpretada por Rosa Vasconcelos, nunca ha viajado al extranjero y en un momento de su vida fue actriz. Sus tiempos en los escenarios son ya un lejano recuerdo que le asalta mientras arregla camas en el hotel Ambos Mundos para ganarse la vida.

La sencillez de la escenografía y el diseño de luces, que se limita a señalar a las actrices en escena, dejan espacio para que fluya el diálogo sin distracciones. Las mujeres van adentrándose en las confesiones sobre sus vidas y en una larga lista de reclamos que son acompañados, por momentos, con imágenes de tiempos pasados que se proyectan al fondo de la escena.

La sencillez de la escenografía y el diseño de luces dejan espacio para que fluya el diálogo sin distracciones

La pieza se estrenó la noche del jueves en la sala Buendía como parte del Festival Internacional de Teatro de La Habana. El peculiar espacio de la compañía, una vieja iglesia ortodoxa en Nuevo Vedado, se quedó pequeño ante la gran afluencia de público, que esperaba a las afueras desde horas antes.

La mayoría de los espectadores llegaba para no perderse el regreso a las tablas cubanas de Susana Pérez, cuya llegada al local ocasionó una explosión de júbilo, fotos, besos y abrazos.

El estreno mundial de Volver a La Habana tuvo lugar en el auditorio del Koubek Center de Miami el pasado mes de marzo. En aquella ocasión, el personaje de María lo interpretó Ivanesa Cabrera. Al final de la función en La Habana, Lilliam Vega respondió a los aplausos del público y al hecho de estar en Cuba cuando dijo: "Es muy especial porque no siempre se tiene la oportunidad de volver al lugar donde uno nació".

A pesar de recurrir a facilismos en algunas ocasiones para arrancar del público exclamaciones y risas, la obra se mueve hasta el fondo de las relaciones humanas y de su complejidad. Para lograrlo utiliza los recuerdos y las fantasías. Una constante son las alusiones a los problemas materiales, como los cortes eléctricos que hacen exclamar a María: "¡Ay Camila, tú no sabes cuántos apagones me cayeron encima!", con lo que público ríe con solidaridad.

El mar es otro de los elementos obligados en lo que ya se ha vuelto un género que engloba historias de gente que vuelve a Cuba. El anhelo de ver la ciudad desde un barco "y no desde la parada de la guagua" es una de las fantasías recurrentes de María, junto a un romance imaginario con Ernest Hemingway, huésped habitual durante la primavera de 1939 del hotel en el que el personaje se gana ahora la vida. El fantasma del escritor sale a ratos de esa "habitación prohibida" para ir de paseo por una ciudad que ya ni se parece a la que recorrió en sus tiempos.

Esta colaboración entre Ingenio Teatro, radicado en Estados Unidos, y el Teatro Buendía llega justo en el momento en el que se reabre la sede de la compañía cubana. Luego de algunos meses de reparación, el grupo retorna a su local y celebra los 30 años desde su fundación. El Festival rinde homenaje a este colectivo que durante tres décadas ha sido cuna de importantes directores que hoy defienden sus propios proyectos.

A pesar de recurrir a facilismos en algunas ocasiones para arrancar risas, la obra se mueve hasta el fondo de las relaciones humanas y de su complejidad

Entre las figuras que han pasado por el Buendía y hoy prestigian a las tablas cubanas, está Antonia Fernández con Estudio Teatral Vivarta, Carlos Celdrán y Argos Teatro, Nelda Castillo con su Ciervo Encantado o algunos más jóvenes como Irene Borges y su Estudio Teatral Aldaba.

El Teatro Buendía se ha convertido en sinónimo también de laboratorio y taller. Su directora, Flora Lauten, ha fungido como maestra de varias generaciones de actores y directores. Una mujer apasionante, que pasó de representar a Cuba en 1960 en el concurso Miss Universo a acompañar a Sergio Corrieri en la fundación de Teatro Escambray y que tiene ya un lugar en la historia del teatro cubano.

Tres décadas después de aquellas primeras puestas en escena, como Lila la mariposa o Las perlas de tu boca, hoy muchos de los actores que han acompañado a Lauten en su carrera artística se empeñan en volver a La Habana.

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