"Yo no estaba dispuesto a gastar mi juventud en Cuba"

El escritor Xavier Carbonell pidió asilo en España tras renunciar al Premio Italo Calvino por 'El fin del juego'

El escritor cubano Xavier Carbonell, en Salamanca, donde reside ahora. (Elena Nazco)
El escritor cubano Xavier Carbonell, en Salamanca, donde reside ahora. (Elena Nazco)
Yaiza Santos

20 de febrero 2022 - 13:49

Madrid/Xavier Carbonell (Camajuaní, Villa Clara) acaba de cumplir 27 años, pero parece haber vivido varias vidas. Siendo estudiante de cuarto año de filología en la Universidad Marta Abreu de Las Villas –"cuna de revolucionarios de calidad", ironiza, refiriéndose al alma mater del mandatario Miguel Díaz-Canel–, escribió El fin del juego, que mantuvo en un cajón durante varios años.

Cuando ya había viajado a la India y a Ecuador gracias a su trabajo en Signis, una asociación de comunicadores católicos cuya delegación en la Isla llegó a presidir, se decidió a mandar el manuscrito al Premio Italo Calvino, que otorga la Unión de de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) con la cooperación de la Embajada de Italia.

Al no recibir respuesta del galardón, mucho después de la supuesta fecha del fallo, y asumiendo que no lo había obtenido, envió la novela al Premio Ciudad de Salamanca, que concede esa localidad española. Hace unos meses, en un mismo día, se enteró de que había ganado ambos, y tuvo que elegir con cuál se quedaba. Optó por el español.

Era la oportunidad que él y su mujer, Elena Nazco, estaban aguardando para poder salir de la Isla. Ahora, esperan que les concedan el asilo para poder quedarse en España. Desde Salamanca y por videoconferencia, conversa con 14ymedio.

Pregunta. ¿El fin del juego es una novela de detectives, de fantasmas, ambas cosas?

Respuesta. De manera lineal, es una novela policial. Maneja los códigos clásicos del género y hay una persona que encarna el rol del detective. Lo que hace atractiva la novela policial, por eso sigue todavía con tanto auge, es que tiene un componente existencial: buscar la respuesta a un enigma que muchas veces coincide con el enigma de la vida. El protagonista de esta novela encuentra unos objetos, una serie de láminas, en las que se retrata. Lee esas láminas de acuerdo a lo que él quiere leer. Entonces, lo que comienza como una novela policial se vuelve una reflexión sobre el acto de la lectura. De ahí que haya tantas referencias a maestros como Eliseo Diego, Lezama Lima, Severo Sarduy. No en el estilo, por supuesto, porque entre otras cosas ninguno de ellos fue novelista policial, pero sí en la manera de ver la cultura, la Isla y la manera de leer.

Ciertamente la desconfianza, la paranoia, las obsesiones, son esenciales en la novela. Como en toda ficción, parten de un componente biográfico. Algunas me pasaron, otras pudieron haberme pasado

P. A pesar de su juventud, refleja en la novela situaciones que se pueden dar en Cuba, pero a gente con mucha más edad. Por ejemplo, estar en un trabajo y que se genere desconfianza, presiones, acosos, esa sensación de que cualquiera puede traicionarte. ¿Le ha pasado a usted o a gente que conoce?

R. Ciertamente la desconfianza, la paranoia, las obsesiones, son esenciales en la novela. Como en toda ficción, parten de un componente biográfico. Algunas me pasaron, otras pudieron haberme pasado. Yo, por ejemplo, era "alumno ayudante" en la universidad desde segundo año, y en cuarto año no me permitieron quedarme dando clase. Por las razones clásicas: no vas a los desfiles del Primero de Mayo, te fuiste para tu casa en el entierro de Fidel en vez de irte por la madrugada a aquel velatorio... Al final muchas cosas desembocan en lo personal. Todo en Cuba tiene un componente de gente concreta que en la vida uno se las va encontrando.

El que lee esta novela se da cuenta que los espacios no son los comunes de una novela policial cubana, que generalmente se desarrolla en La Habana. Esta ciudad sirve como metáfora de Santa Clara pero tampoco es Santa Clara, puede ser cualquier ciudad, precisamente para huir del tipo de literatura que generalmente se hace en las provincias de Cuba.

P. En La Habana el referente claro de literatura policial es Padura.

R. Padura es una gran referencia para todo escritor cubano, incluso no policial. Padura representa la literatura que uno disfruta en cierto momento de la vida, y yo he disfrutado mucho a Padura. Ahora ya menos, porque uno lee otras cosas y va superando no solo la manera en que escribe, sino la manera en que lee. Como pasa con todos los maestros: uno empieza a tener una relación de rechazo pero al mismo tiempo admiración. Esta novela le debe mucho a La neblina del ayer, tiene esos ambientes de libros, de antigüedades. En mi opinión, es la mejor de las novelas de Mario Conde, al mismo nivel que Adiós, Hemingway y La cola de la serpiente. En esas tres novelas Padura mostró todas las posibilidades del detective. Manuel Vázquez Montalbán era otro referente mío en ese momento, pero bueno, Vázquez Montalbán sí sobrevivió a la "angustia de las influencias".

Como lo único que uno tiene en exuberancia en Cuba son las palabras, reconstruir ese mundo a través de las palabras puede ayudar a encarnarlo de nuevo en la realidad

P. En la novela se refleja todo un mundo añejo, de obras de arte y de saberes que se han perdido, en un lugar donde la cultura ya no importa tanto.

R. Las cosas que he escrito, aunque sean distintas –por ejemplo, ahora estoy intentando explorar los códigos de las novelas de aventuras, y acabé de escribir una novela que se desarrolla en la toma de La Habana por los ingleses durante el ataque de los ingleses pero que no es una novela histórica, sino una novela en la línea de El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas–, he ido buscando referentes cada vez más antiguos de la cultura cubana, fuentes que parecen hoy completamente apagadas, como la cultura del puro, por ejemplo, o la cultura gastronómica, los placeres sensoriales inherentes al criollo. El criollo, en contraposición al europeo, se distinguía por esa degustación de todo: la fruta, el ron, el tabaco, la conversación... Esa exuberancia del criollo parece haber sido aplastada por la cuaresma existencial del cubano. Como lo único que uno tiene en exuberancia en Cuba son las palabras, reconstruir ese mundo a través de las palabras puede ayudar a encarnarlo de nuevo en la realidad.

El poema que inaugura la literatura cubana [Espejo de paciencia, de Silvestre de Balboa, 1608], no puede tener un asunto más vulgar: unos piratas raptan a un obispo, se lo llevan, piden un rescate, los criollos saben que las reglas del juego son dar unos cueros para que le devuelvan al obispo y luego matan al pirata porque rompió las reglas del negocio. Y sin embargo, la persona que lo escribe no resiste la tentación de exagerar todo hasta el punto de poner criaturas mitológicas o frutas exuberantes en un lugar donde no tienen que estar. Quizás la literatura cubana de hoy debería explorar esos caminos.

P. Se ve en usted una vocación universalista, de apartarse de las circunstancias concretas, contemporáneas al escritor. Nació en 1995, en pleno Período Especial. ¿En qué medida le afectó eso en la vida y a la hora de construir su literatura?

R. Cualquier escritor cubano decente, que no le paguen por escribir lo que escribe, se enfrenta al dilema "¿alguna vez me van a publicar esto?". Ese fue el caso de esta novela. Frente a las cosas que he escrito, contiene episodios que son críticos, que dicen abiertamente "me vigilan", "me censuran", "me botan del trabajo", pero a pesar de que se refieren a Cuba y mi opinión al respecto es muy clara, también es bueno demostrar que son realidades universales. Es lo que, en mi opinión, hacía grande a gente como Vargas Llosa, que se refería a conflictos muy peruanos, o dictaduras concretas, pero yo las leo y digo: "esto pasa". Yo también tengo un señor presidente, como Miguel Ángel Asturias, yo también tengo un general en su laberinto, como García Márquez.

P. ¿Es católico desde niño o descubrió la religión más tarde?

R. De niño siempre estuve en la Iglesia. Yo soy de Camajuaní, un pueblo a unos 30 kilómetros de Santa Clara y a unos 400 de La Habana. En los pueblos hay espacios muy fuertes, y la parroquia es siempre uno de esos espacios. La primera biblioteca importante de mi vida fue la de la parroquia, donde había libros que no había manera de conseguir en otra parte.

A mí todavía me bautizaron con cierto recelo. Las monjas, que habían venido muy recientemente al pueblo, como no tenían convento, vivían con el cura, que era un pinareño octogenario que iba al bar del pueblo a fumar puros con mi bisabuelo. Y ahí se hablaba y se decían barbaridades.

Toda esa mística es muy atrayente para un niño y definitivamente tuvo mucho que ver en mi escritura. Las imágenes, los santos, las procesiones, el incienso, son cosas que reverberan en la memoria sentimental de uno. Cuando crecí, a diferencia de mucha gente, me mantuve.

Porque un policía puede sacar la tonfa cuando se le enfrenta un tipo fuerte en Cuba, pero cómo tú reaccionas ante una monja

P. Ser católico también es una resistencia en Cuba.

R. Al contrario de muchos otros lugares y momentos de la historia, en Cuba la Iglesia fue siempre la resistencia. La Iglesia era un peligro, podía influenciar y aglutinar. Era una institución que manejó la enseñanza en la República, que había influido directamente en la dirigencia de la Revolución, empezando por Fidel, que tenían la disciplina del colegio religioso y la formación, y además sabían que la Iglesia podía emular a la Revolución en el intento mesiánico. La Iglesia es una fuerza ideológicamente muy potente, sobre todo por las relaciones internacionales que tiene. Si permites que la Iglesia eduque o informe o influya, existe el peligro de la crítica. Es lo que está pasando. Ahora hay una generación de sacerdotes, de religiosas y algunos obispos, que son voces críticas y voces influyentes. Cuando ese cura habla en su parroquia, la Policía tiembla. Cuando esa monja sale a la calle, hay un problema. Porque un policía puede sacar la tonfa cuando se le enfrenta un tipo fuerte en Cuba, pero cómo tú reaccionas ante una monja, cómo un policía de Manzanillo, que lleva seis meses viviendo en La Habana, reacciona ante una Hija de la Caridad vestida de blanco caminando por la calle. Son símbolos muy potentes y siempre han estado ahí, tienen una tradición tremenda.

Yo tuve la suerte en la universidad de relacionarme con curas y religiosas extraordinarios que influyeron mucho en mí, y siempre tuve presente nombres como Dagoberto Valdés, a quien conocí con 16 años. Cuando tú, a esa edad, ves a alguien que puede hablar así, te impresiona. Mencionar entonces a Valdés, o a Oswaldo Payá, era algo prohibido y se hablaba de ellos de manera indirecta.

Ya en la universidad, yo tenía las cosas claras. Había intentado estudiar periodismo, pero me llegó filología. Cuando me dieron los resultados de las pruebas, fue sumamente insultante para todos mis profesores que rechazara periodismo para estudiar filología, pero para mí fue ideal. Nos enseñaron un mundo que tenía mucho que ver con lo que yo había visto en la iglesia, con una cultura que yo pensé que no se estudiaba, con ideas que eran muy frescas, muy buenas, y que no estaban vigiladas. Al contrario de lo que pasaba en otras carreras, como periodismo o filosofía, era un universo de cierta libertad. Para colmo, en mi obispado, en Santa Clara, había una biblioteca diocesana que es espectacular, en la cual empecé a trabajar el tercer año de la carrera. Su director, un cura que murió muy joven, más que mi amigo, llegó a ser mi hermano. En los tres años de nuestra amistad, accedí a un universo increíble. Toda la aspereza del mundo exterior quedaba reducida a una burbuja preciosa de libros, de cultura.

Me descubrí a mí mismo con 26 años graduado, habiendo pasado por revistas, una editorial, habiendo dado clases, trabajado en bibliotecas, diciéndome: no tengo razones ningunas para sentirme pleno

P. Tomar la decisión de venir a España no ha de haber sido fácil, pese a todo.

R. Yo no estoy aquí, a pesar de la opinión que tenga, por razones políticas. Estoy por razones de elección personal. De manera que cuando esté aquí, no puedo dramatizar el exilio. No puedo venir a que tengan lástima. Yo puedo denunciar, porque además es mi deber, tengo que hacerlo, a pesar de los riesgos y de que uno deja su familia atrás, pero yo no puedo decir que estamos mal. No puedo decir que España nos ha recibido mal, no puedo decir que extraño Cuba, porque lo que extraño son personas y circunstancias concretas.

Tampoco tenemos síndrome de Estocolmo. En Cuba estábamos muy mal, muy asfixiados. Me descubrí a mí mismo con 26 años graduado, habiendo pasado por revistas, una editorial, habiendo dado clases, trabajado en bibliotecas, diciéndome: no tengo razones ningunas para sentirme pleno, o la plenitud esta es una falsa plenitud, porque veo que ya no me queda más nada que hacer que coger lucha hasta que me jubile. Eso me era muy frustrante, sobre todo porque ya había visto otras cosas, ya había visto un mundo distinto y sabía la dimensión del engaño.

P. ¿Dónde estaba el pasado 11 de julio?

R. Estaba en casa de Elena en Santa Clara y empezamos a ver las noticias. Fue tremendo, porque no dio tiempo a quitar el internet hasta varias horas después, y cada diez minutos, cada quince minutos, explotaba un pueblo. Inmediatamente pensamos: lo que viene va a ser fuerte, porque cuando ellos se organicen... Y efectivamente, es lo que vimos, cosas que nunca había visto el cubano: tropas especiales vestidas de negro, escudos plásticos contra gente sin ningún tipo de armas... Y me dije que había que hacer algo. Aunque no esté en La Habana, no voy a estar presidiendo una organización de comunicadores católicos que va a quedarse callada en el momento que más hace falta decir algo. En Signis había habido ya casos, a raíz de San Isidro, los arrestos de Obispo, etcétera, de muchachos que son miembros de Signis que han sido muy activos a nivel político y social. A Joeluis Cerutti lo habían detenido en la calle Obispo y a Adrián Martínez lo amenazaron de muerte. Eso fue antes del 11J, y el 11J por supuesto había que hablar.

Los directivos de Bruselas, donde está la sede mundial de Signis, y de Quito, donde está la de América Latina, emitieron mensajes fuertes sobre la situación cubana, y eso contribuyó a visibilizar mucho la situación en el ámbito eclesial. Sé que al papa Francisco le llegó la información, mensajes y opiniones desde ámbitos muy personales, pero bueno, a veces hay cosas que uno no entiende. Como católico, necesita creer que hay sabiduría detrás de esos silencios, pero para el cubano fue muy decepcionante. El magisterio del papa Francisco es un magisterio que yo respeto mucho, pero que ha tenido ese tipo de traspiés.

Como católico, necesita creer que hay sabiduría detrás de los silencios del papa, pero para el cubano fue muy decepcionante

Después de los mensajes desde Bruselas y desde Ecuador, nosotros también sacamos uno. Un mensaje crítico, que intentaba servir de fuente para aquellas personas que quisieran saber desde fuera qué es lo que estaba pasando pero también servir de ánimo para los miembros de Signis que estaban muy involucrados en los sucesos del 11J, sobre todo en La Habana, por ejemplo Manuel Rodríguez Yong o Leonardo Fernández, que estuvieron ante la sede del ICRT ese día y estuvieron un tiempo desaparecidos.

Entonces, me hicieron un par de entrevistas, una de parte de la Conferencia de Obispos de Estados Unidos y otra del Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano). Esas dos entrevistas me expusieron, pero a mí no me importaba. Era un deber.

Después vino una serie de entrevistas que comencé a hacer a sacerdotes que habían tenido que ver mucho con el 11J. Fue un ciclo de entrevistas muy bonito donde gente del calibre de Alberto Reyes, Rolando Montes de Oca o José Castor se tomaron un tiempo para responder y quedaron como memoria de esos días.

P. ¿Qué piensa que va a pasar en Cuba ahora?

R. Depende del día. Hay días que pienso que la tensión va a ser inaguantable. En nuestros últimos meses en Cuba en el aire se sentía la frustración, el sinsentido. Te levantas y la inercia es lo que te mueve. Tú puedes mantenerte así por un tiempo, pero puedes irte muriendo, que es lo que le ha pasado a mucha gente. Tú caminas por Cuba y hay lugares donde te encuentras a la gente marchita, marchita en el sentido más botánico de la palabra: gente cuya piel está seca, siempre mirando para abajo, quizá con un trago al lado, o con un cabo de tabaco, o conversando o en la cola. Eso es una realidad extendida en la Isla. La gente va vestida con harapos. ¿Hace cuánto una persona no puede comprarse una ropa nueva? Bordeamos el límite de la decencia y llegamos a lo más áspero. Yo no lo aguanté, busqué la manera de salir, y si no hubiera sido esta, hubiera sido otra, pero yo estaba dispuesto a no gastar mi juventud ahí.

El cubano no está dispuesto a seguir resistiendo, pero tiene una estructura muy grande que lo obliga a seguir resistiendo. Una cosa es la capacidad del pueblo cubano para reeditar otro 11 de julio, que en lo inmediato es poco probable, porque ahora el país está más vigilado que nunca, sino porque el régimen es inteligente.

Uno piensa que está dirigido por personas brutas, porque ve a Díaz-Canel, pero los que mandan de verdad están en la sombra, como López-Calleja. Ellos saben que eso no puede seguir así, porque es insostenible, ellos no pueden mantener sus negocios y preocuparse por las revueltas del país, por muy hábiles que sean. Si Cuba se convierte en Nicaragua o Venezuela, si la gente se va para la calle, si hay tiroteos, eso no va a ser bueno para los negocios. La democracia, en la mente de un dictador, genera caos, desorden, y el desorden no es bueno para los negocios, para mantener el estatus de la familia. En Cuba todo es una cuestión de familia.

Así que soy un optimista en el pueblo, pero creo que la gente que manda, si no ocurre un cambio drástico, mandará dentro de veinte años. Han tenido mucho tiempo para desarrollar y sofisticar maneras de manipular al pueblo cubano de manera que esté tranquilo, que se conforme con poco mientras vienen los negociazos.

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