"¿Si te mandan a matarnos, nos matas?". El policía cubano contestó: "Probablemente"

Ermes Orta, uno de los jóvenes detenidos en Sancti Spíritus por el 11J, ofrece a '14ymedio' su testimonio

Ermes Orta, uno de los jóvenes detenidos en Sancti Spíritus tras el 11J, en EE UU, donde reside. (Cortesía)
Ermes Orta, uno de los jóvenes detenidos en Sancti Spíritus tras el 11J, en EE UU, donde reside. (Cortesía)
Xavier Carbonell

04 de julio 2022 - 22:21

Salamanca/El 16 de julio de 2021, cinco días después de las protestas masivas en toda la Isla, la Seguridad del Estado entró por la fuerza a la casa número 77 de la calle Independencia, en Sancti Spíritus. Allí detuvieron a varios jóvenes, ninguno de los cuales había salido a la calle el 11J.

Basándose en videos y audios privados, los acusaron de asociación para delinquir y desacato. Tres de ellos fueron procesados y sentenciados a penas de prisión: Leodán Pérez Colón, a 5 años; Yoanderley Quesada, a 2 años, y Yoel Castillo, a 1 año y 8 meses. Los demás fueron liberados poco a poco durante las semanas posteriores y, después, declararon en el juicio, celebrado el pasado 18 de enero.

Ermes Orta Bernal fue uno de ellos. A casi un año de aquellos sucesos, Ermes conversa con 14ymedio telefónicamente desde Estados Unidos, donde ahora reside, para ofrecer su versión. El relato desvela las estrategias del régimen para llevar a la cárcel a muchachos que ni siquiera se manifestaron públicamente.

"No se cometió ningún delito, fue solo un escarmiento que se le quiso dar al pueblo espirituano", asevera el joven, de 20 años

"No se cometió ningún delito, fue solo un escarmiento que se le quiso dar al pueblo espirituano", asevera el joven, de 20 años.

Relata Ermes que, después del 11 de julio, un grupo de amigos en Sancti Spíritus decidió que había que manifestarse pacíficamente una vez más, para reclamar la libertad de los presos políticos Luis Mario Niedas Hernández y Alexander Fábregas. Para ese fin se unieron a un grupo de WhatsApp denominado "Todos por la Libertad" y acordaron salir a marchar cuanto antes.

Aquel 16 de julio, en casa de Leodán, asegura, "nunca hubo un arma, un machete, nada, sólo un termo de café sobre la mesa". La Policía tocó a la puerta y entró sin el acuerdo de los residentes. Los muchachos encendieron sus teléfonos y comenzaron a transmitir directas a través de sus redes sociales. "No tenemos nada que hablar", le dijeron al agente Orelvis Pérez Díaz, que "los atendía" desde hacía algún tiempo.

Comenzaron a entrar más desconocidos a la casa. Al parecer, según cuenta Ermes, la Seguridad del Estado conocía el propósito de la reunión y habían traído más personas para apoyar el arresto. "Cuando les pedimos ver una orden de detención nos dijeron que no hacía falta, que sólo querían conversar".

El ambiente empezó a caldearse cuando uno de los oficiales descubrió un teléfono grabando y lo golpeó violentamente contra una mesa. Los muchachos mantuvieron la calma ante la actitud del agente y accedieron a abandonar el lugar.

Su frase predilecta era "Ya están listos para trasladarlos para Nieves Morejón'', en referencia a la prisión espirituana de máxima seguridad

"Cuando salimos de la casa había mucha gente en la parte de afuera", narra Ermes, "estaba la Policía, había muchos carros, gente con palos y estacas gritándonos '¡delincuentes!'". A aquellas personas se las había sacado de sus centros de trabajo para un "acto de reafirmación revolucionaria" contra los jóvenes, con el pretexto de que habían apedreado los ventanales de una tienda en divisas.

Los trasladaron hasta el Vivac de Sancti Spíritus de dos en dos. Los carros: una patrulla, un jeep y un Geely negro. "Sabemos el tipo de personas que son y se les tiene hecho un seguimiento", espetó el oficial que los recibió.

Lo primero fue aislarlos durante una hora en calabozos personales de dos metros cuadrados. Luego los condujeron por un patio enrejado hasta la enfermería, donde los pesaron y midieron. Repitieron el proceso más tarde, con nuevos oficiales, pero esta vez los grababan con cámaras y les "trabajaban la psicología", según Ermes.

Su frase predilecta era "Ya están listos para trasladarlos para Nieves Morejón'', en referencia a la prisión espirituana de máxima seguridad. Después del registro médico, los mantuvieron en sus celdas. Poco a poco, fueron llamados a las salas de interrogatorios.

"Nos empezamos a vocear de calabozo a calabozo. Entonces venía un oficial y golpeaba duro las rejas, para que nos calláramos. Por la noche hacían lo mismo con un latón, no nos dejaban dormir. Los interrogatorios se hacían incluso de madrugada".

"Las necesidades las hacíamos en un hueco, una letrina, de la cual salía agua dos veces al día para descargar. La peste era inmunda"

Cuando Ermes leyó el auto de imposición de su medida cautelar notó que en el documento se le acusaba de protestar durante el 11 de julio. Costó trabajo que rectificaran aquel texto, que también afirmaba que habían lanzado piedras contra las tiendas y ofendido a Díaz-Canel.

"Al tercer día de estar trancados nos fumigaron con cloro", recuerda Ermes. "Vino un hombre, un viejo, con una escopeta de cloro, y nos roció el líquido. Me intoxiqué y le dije al oficial: 'me voy a morir, le hago alergia al cloro, mira cómo estoy'. El viejo me respondió que eso no le importaba: sólo hacía lo que le mandaban. '¿Y si te mandan a matarnos, nos matas?". La respuesta del policía fue fulminante: "Probablemente".

Según Ermes, la comida de la prisión no era tan mala como podría esperarse, pero las condiciones de higiene resultaban infames. "Las necesidades las hacíamos en un hueco, una letrina, de la cual salía agua dos veces al día para descargar. La peste era inmunda".

"Hubo una vez", dice, "en que no nos pusieron la ducha y tuvimos que coger unos pomos que nos traían nuestros familiares. Con ellos recogimos el agua de la fosa para podernos bañar".

Al paso de los días los trasladaron a otros calabozos, formando parejas con supuestos manifestantes del 11J. De acuerdo a su nueva condición les asignaron un número y prosiguieron los interrogatorios.

"Nos preguntaban quién nos estaba pagando. Nos echaban a pelear entre nosotros. Las preguntas eran con violencia. Se hacían careos". Con frecuencia la Policía les realizaba pruebas nasales para verificar si estaban contagiados de covid-19, volvían a fumigarlos con cloro y exigían las contraseñas de sus teléfonos.

"Nos preguntaban quién nos estaba pagando. Nos echaban a pelear entre nosotros. Las preguntas eran con violencia"

"Con toda aquella presión no nos quedó más remedio que entregarlas". A partir de ese momento, la Policía tuvo acceso a la mensajería y fotos privadas de los detenidos. "Nos enseñaban fotos de alguno de nosotros desnudo, nuestros mensajes de texto, seguían con el maltrato".

Asegura Ermes que cada día preguntaban a los agentes: "¿Cuándo nos vamos?". "Ya mañana", decían ellos, sin que la promesa se concretara. A pesar de las frecuentes intoxicaciones por cloro, les negaban la asistencia médica.

El período inicial en la prisión fue el más duro, en particular para Yoel Castillo, que tenía 21 años de edad y aún está preso. Yoel intentó suicidarse en dos ocasiones. "La primera vez, lo llevaron para la enfermería y allí lo intentó de nuevo, ahorcándose con una sábana. Para él fue demasiada presión".

"Nos impusieron una sola abogada, de 'buenas personas' que eran", porque el bufete no estaba trabajando. Cuando ibas a averiguar quién era la mujer [Dunia Mariana Rodríguez del Toro], resultaba que había sido fiscal de la Seguridad del Estado. Acabó siendo la abogada de Yoan y los otros. Todo aquello estaba 'hablado'. Ella nos decía, cínica: '¿No quieres que yo te defienda?'".

Ermes Orta tenía un abogado cerca: su propio padre, pero al inicio no permitieron que lo defendiera. Luego cedieron y, cuando exigió ver el expediente, intentaron retrasarlo a toda costa. Al examinar el texto se dio cuenta de que no había nada sustancial escrito, ninguna causa real formada.

"Alguien mandó unas fotos de unos machetes y unas flechas por el grupo de WhatsApp, pero enseguida lo sacaron. No la mandamos nosotros. Ese muchacho nunca estuvo detenido, nunca estuvo en el juicio".

Los fueron liberando poco a poco, cada cual con una medida distinta. A Ermes lo acusaban de desacato y asociación para delinquir, sin ninguna evidencia de actos violentos. "Fue una trampa para ratones, para dar un escarmiento", concluye.

"En el acta nos acusan hasta de querer atacar una estación de Policía en Sancti Spíritus. ¡Seis muchachos! Eso no se lo cree nadie"

Como requisito para que le devolvieran su teléfono tuvo que pagar una multa. El juicio, celebrado en enero de este año, fue una pantomima. Llamaron a los acusados uno por uno, y los supuestos testigos ni siquiera los conocían. La sala del tribunal estaba llena de oficiales de la Seguridad del Estado, chivatos y policías.

"En el acta nos acusan hasta de querer atacar una estación de Policía en Sancti Spíritus. ¡Seis muchachos! Eso no se lo cree nadie. Es una burla".

Desde que cursaba el preuniversitario, en 2019, Ermes Orta estaba en la mira de la Seguridad del Estado. Cuando comenzaron las largas colas durante la pandemia y él denunció la situación en sus redes, un oficial lo empezó a "atender". Lo expulsaron de su entrenamiento en boxeo por tener "la Estatua de la Libertad tatuada sobre las costillas". Lo sancionaron y, después de los sucesos del 16 de julio, le advirtieron que estaba "regulado".

"Uno aguanta la cárcel, pero cuando sales, los padres de los amigos te piden que no los vayas a ver más. Luego, como en Cuba ningún negocio es limpio, la gente con la que trabajas te dice: 'no vengas más aquí que me vas a marcar'. Y uno tiene que entender".

La Seguridad del Estado empezó a acosarlo con la idea de salir del país. Presionaban a su madre, que acababa todos los días llorando. "Como único te vamos a dejar tranquilo es si te vas", le dijeron.

Su hermano, desde Estados Unidos, gastó mucho dinero en dos vuelos a través de Copa Airlines, pero la compañía cancelaba su pasaje días antes de que Ermes pudiera abordar. Finalmente, abandonó la Isla el 27 de enero, a través de Aruba, en un vuelo chárter. En Cuba tuvo que dejar a su hijo de 8 meses.

"Lo que pasó en Sancti Spíritus con nosotros y con los que siguen presos fue una injusticia. Después del 11J Cuba se ha puesto mucho peor y ellos lo sabían. Por eso le dieron un destape a la válvula. Pero la gente ya no tiene miedo, porque tiene hijos y no quieren lo mismo para ellos".

En el exilio, donde se prepara para debutar como boxeador profesional, Ermes dice que ha comprendido lo que significa la libertad, la democracia y la posibilidad de tener un futuro. "Esa misma libertad", asegura, "es lo que yo quiero para Cuba".

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