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¿Liberalismo o Doctrina Social de la Iglesia para mejorar la sociedad?

14ymedio

04 de noviembre 2015 - 20:00

La Iglesia promueve el valor supremo del bien común— Francisco J. Müller - Fundación Padre Varela
La elusiva noción del ‘bien común’ se ha utilizado como una engañifa demagógica— Carlos A. Montaner - periodista, escritor y político

El pasado 10 de octubre, 14ymedio publicaba el texto de Carlos Alberto Montaner Los cinco errores del papa. En él, el autor hacía un análisis de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), en la que basa Francisco su papado, a la que calificaba de "mezcla de buenos propósitos y declaraciones vacías, algunas de ellas contradictorias". Montaner detallaba los motivos que, a su juicio, invalidan esta doctrina como "instrumento serio para propiciar el desarrollo y combatir la pobreza". Al texto le han surgido multitud de reacciones, dentro y fuera de este medio, pero el autor destaca la de Francisco J. Müller, de la Fundación Padre Varela, a la que ha querido responder. A continuación, reproducimos extractos del intercambio entre los dos autores que enfrentan el liberalismo y la Doctrina Social de la Iglesia como vías para mejorar la sociedad.

Los errores de Carlos A. Montaner sobre la doctrina social de la Iglesia

Por Francisco J. Müller (Fundación Padre Varela)

En un reciente artículo de Montaner que parece estar destinado a desacreditar al papa Francisco, acusándolo, junto con la DSI, de "ignorancia, demagogia y buenismo", además de proponer el pontífice "declaraciones vacías" y hasta "contradictorias" entre sí, el autor señala cinco errores de Francisco que en el fondo son, según dice, cinco errores de la DSI.

La DSI no es una doctrina económica, sino una doctrina moral sobre la sociedad y los problemas que la aquejan. Para comprender el origen de la crítica habría que conocer bien la DSI y las ideas "liberal capitalistas" de Montaner, que se pueden leer en la Teoría del Public Choice (Elección Pública).

Según esta teoría, el hombre es un ser esencialmente egoísta que solo busca su interés individual. Si cada uno busca su interés individual, la sociedad mejorará necesariamente en su conjunto. Esta idea, desde luego, ha sido desmentida por toda la historia de los últimos dos siglos, donde cada vez los ricos son más ricos y los pobres más pobres. Hoy día, año 2015, el 2% de la gente más rica del mundo posee el 48% de todo el dinero del mundo.

Para aminorar estas extremas y escandalosas desigualdades que claman contra la ley natural, la Iglesia levanta su voz de denuncia profética, siguiendo la tradición bíblica, donde, por ejemplo, el apóstol Santiago nos dice que "el salario no pagado a los obreros es un pecado que clama contra el cielo" (Stgo. 5/4).

La Iglesia promueve el valor supremo del "bien común", cosa que Montaner ataca sarcásticamente llamándole un "camelo" ¿Por qué lo ataca? Porque ve al "bien común" como algo esencialmente imposible, peligroso, divisivo y puramente material. Lo ve imposible porque cree que nadie puede buscar el bien del otro ni mucho menos del todo social. El individuo solo busca su interés egoísta, como dijimos antes. O sea, Montaner es un pesimista radical.

"Si el Estado se vuelve ladrón, lo que hay que atacar es a los 'mandamases' no al concepto de 'bien común'”

Peligroso, porque se presta a que la intervención del Estado se vuelva un "abuso de los mandamases". Obviamente, si el Estado se vuelve ladrón, lo que hay que atacar es a los "mandamases" no al concepto de "bien común". Es como quien quiere privar a todo el mundo de la libertad, porque si la damos, los ladrones y criminales pueden abusar de ella. Finalmente, ve al "bien común" como algo básicamente material y divisivo.

Montaner enumera muchos ejemplos de esta "divisividad o exclusividad": si se usa el dinero para un aeropuerto, dice, ya ese dinero no se puede usar para construir un hospital o una escuela; si se construye un templo, ya no hay dinero para un orfanato. ¿Pero por qué insiste en que hay conflicto entre los distintos proyectos? Para eso invoca a modo de dogma infalible que "las necesidades de la sociedad tienden al infinito, mientras los recursos disponibles son limitados" (o sea, el bien materialmente entendido jamás podrá ser "común").

Eso mismo es lo que dice el papa Francisco, que "se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado". Y así se cae en "la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta" y en el "presupuesto falso de que 'existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables".

Tanto el papa como Montaner están de acuerdo en que hay una aspiración social al "crecimiento infinito". También ambos están de acuerdo en que "los recursos disponibles son limitados". Si ambos afirman lo mismo, ¿dónde está la diferencia?

Para Montaner el "bien común" es simplemente algo material, mercantil, comprable, y, por tanto, inherentemente divisivo. Para el papa el "bien común" es primariamente algo espiritual; un bien moral que exige una responsabilidad moral. Apelando a la conciencia moral de la humanidad propone y pide una "conversión ecológica" y "un nuevo estilo de vida".

"El consumo es necesario. Es el consumismo lo que desquicia al ser humano y a su economía"

Este nuevo estilo se caracteriza por la sobriedad, la lucha contra el consumismo y la desigualdad extrema. Montaner ataca frontalmente las tres propuestas. Confunde el consumismo con el consumo. Por supuesto que el consumo es necesario. Es el consumismo lo que desquicia al ser humano y a su economía.

Y ¿qué hace el capitalismo liberal? Proclama la libertad sin límites, sin responsabilidad moral, ni solidaridad con el prójimo, sometiendo a la sociedad al ciego rejuego de las "leyes" económicas, y a la pura consecución del bien material. Detesta toda regulación del Estado, porque cree que el individuo está por arriba del Estado, y su ego inflado por el propio interés, por el afán de dinero, riquezas, confort y no puede soportar que nadie le diga nada, ni mucho menos le interesa la suerte del contrario, del competidor, del pobre, del desvalido. Hay un capitalismo bueno, regulable: pura técnica de producción eficiente. Pero el capitalismo liberal, el que cree en el puro rejuego de las leyes económicas y del mercado, como si se tratara de una racionalidad científica intocable, ese, en el fondo también mata la verdadera libertad del hombre, que no está en tener una mansión en Miami.

En cuanto a los bienes no materiales no divisivos, cuando yo le enseño un poema a alguien yo no lo pierdo. Concebir el bien común solo como algo económico, comprable, cambiable, rentable, etcétera es degradar al ser humano al nivel de las bestias. El bien común supremo es la virtud, la vida honesta del ciudadano, la paz, la moral, la amistad cívica, y cristianamente hablando, el amor y la caridad divina. ¿De qué vale tener la mejor producción industrial del mundo, hacer chips electrónicos, aviones y medicinas, si la población se emborracha o se dedica al frenesí de la pornografía y de la drogadicción?

No mi querido Montaner: el bien común no es un camelo ni una palabra hueca. (...) Dices que, por suerte, el católico no tiene que creer en la Doctrina Social de la Iglesia para salvarse, ¿cierto? Pues lee en el Evangelio de Mateo capítulo 25/35. ¿Quiénes se salvan? Aquellos a quienes Cristo les dice: "Venid benditos de mi padre. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber", etcétera. Si eso no es doctrina social dicha por el mismo Jesucristo no se qué lo será.

¿Te atreverás a hablar de los errores de Cristo?

VS

El liberalismo y la doctrina social de la Iglesia

Por Carlos Alberto Montaner

Comencemos por el final del artículo. Me pregunta Müller: "¿Te atreverás a hablar de los errores de Cristo?".

Ese es un desacreditado argumento de autoridad propio de los mecanismos intelectuales de la escolástica. Las cosas son ciertas o falsas por la propia naturaleza de lo que se afirma, no por quién las afirma.

Si el muy estimado señor Müller cree en los evangelios o en la supuesta palabra de Dios que ellos contienen, es algo a lo que tiene todo el derecho del mundo, pero no lo posee a convertir esos textos en verdades reveladas de alcance universal y obligatorio acatamiento.

Afirma Müller que la DSI "no es una doctrina económica ni mucho menos, sino una doctrina moral sobre la sociedad y los problemas que la aquejaron y aún aquejan, desde el siglo XIX hasta el presente".

Celebro que la DSI coincida con el liberalismo en este particular. El liberalismo es una visión moral centrada en la libertad como valor primordial, y en la tolerancia como virtud para tratar a todas las personas. David Hume y John Locke parten de la filosofía y del derecho, no de la economía, para sentar las bases del pensamiento liberal moderno.

De esa preocupación moral por proteger la integridad de los individuos surgieron la definición de los derechos humanos, la necesidad de fragmentar la autoridad en poderes que se equilibraban, y la propuesta de Estados laicos en los que los Gobiernos no debían entrometerse en la zona íntima de las creencias religiosas.

"La verdad, o lo que más se aproxime a ella, surge de la discusión, no del acatamiento ciego"

Adam Smith defiende al mercado frente al mercantilismo, y propone la libertad de comercio frente al proteccionismo, esencialmente por razones morales: aumentan la riqueza de la sociedad.

Pero si bien el liberalismo es una propuesta esencialmente moral, la DSI difícilmente puede serlo y voy a explicar por qué. El liberalismo es un conjunto abierto de ideas y proposiciones que van aportando los individuos espontánea y libremente tras examinar diversas parcelas de la convivencia. Sus convicciones son el producto del examen de la realidad y no de una visión dogmática impuesta. La verdad, o lo que más se aproxime a ella, surge de la discusión, no del acatamiento ciego.

La DSI, en cambio, es el producto de las autoridades de la Iglesia Católica. Eso no la hace necesariamente falsa, pero sí la limita de una manera clarísima.

Hay un grave elemento dogmático en una doctrina fundada en la tradición autoritaria de una institución convencida de que posee la verdad absoluta, al extremo de no haber vacilado en recurrir a las torturas y al asesinato de miles de personas que ponían en duda sus opiniones, como ocurrió durante muchos siglos con la Inquisición.

¿Cómo extrañarse de que algunos católicos se atrevieran a afirmar en el siglo XIX que el liberalismo era pecado? Les parecía una irreverencia intolerable que se defendiera la idea de Estados laicos, de la libertad de conciencia, del derecho a disolver los matrimonios cuando una parte de la pareja, o ambas, no querían seguir casadas.

¿Cómo puede ser moralmente justificable o intelectualmente competente una doctrina, la DSI, creada por una institución que prohíbe libros, los quema y solicita que se les ignore y no se les lea, so pena de cometer pecado venial, como establece el derecho canónico?

El Índice de Libros Prohibidos por la Iglesia Católica fue un departamento clave de Roma desde 1564 hasta su abolición por Pablo VI en 1966.

En esa infame lista están las obras de algunos de los mayores pensadores directa o indirectamente vinculados al liberalismo: Hume, Spinoza (especialmente su Ética), Kant, Montesquieu, Bentham, John Stuart Mill. También están, dicho sea de paso, Víctor Hugo, Balzac y Flaubert.

¿Cómo tomar en serio las propuestas de una institución que en pleno siglo XX le prohíbe al jesuita Teilhard de Chardin publicar sus reflexiones de científico honrado que trataba de aunar la ciencia y la fe, como en el pasado prohibió la reedición de la obra de Copérnico porque contradecía las erróneas opiniones sobre el cosmos de Aristóteles, asumidas por la Iglesia como verdades indiscutibles?

Un liberal católico, el economista Alberto Benegas Lynch, lo dice con toda contundencia: sin libertad no hay juicio moral válido. Y en la Iglesia, agrego, hasta ahora no ha habido libertad para pensar por cuenta propia. La institución no lo permite.

Centra el amigo Müller la defensa de la DSI en la existencia de un "bien común" que la Iglesia se siente compelida a defender como eje de su doctrina moral.

Yo le recomendé al papa Francisco que se empapara de la Teoría del Public Choice (Elección Pública) formulada, entre otros, por James Buchanan y Gordon Tullock –por lo que recibieron el Premio Nobel–, antes de continuar insistiendo en un visible error intelectual, y Müller lo descartó porque cree que recurro a una visión economicista cuando la Iglesia lo ve desde una perspectiva moral.

Se equivoca. La Escuela de Virginia o de la Elección Pública es, fundamentalmente, el examen de medidas económicas que conducen a una injusta asignación de bienes. ¿Se quiere algo más ético que denunciar este agravio?

"Sin libertad no hay juicio moral válido. Y en la Iglesia hasta ahora no ha habido libertad para pensar por cuenta propia"

Esa corriente de pensamiento forma parte de lo que hoy se llama Behavioral Economics y estudia las relaciones entre la conducta de los políticos y la economía.

¿No le parece a Müller profundamente inmoral la actitud de los "buscadores de rentas" que se aprovechan del trabajo ajeno sin hacer aporte alguno?

¿No cree que, por razones éticas, se debe tratar de evitarse la labor de los lobbies que inclinan la mano del Estado comprando a los políticos?

¿No es verdad que la mayor parte de las decisiones de los políticos las hacen en beneficio de su clientela electoral?

¿No le parece profundamente moral, como proponen Buchanan y Tullock que se les coloquen candados a las constituciones para evitar estas injusticias?

Esa es la esencia del Public Choice. El reconocimiento de que la elusiva noción del "bien común" se ha utilizado como una engañifa demagógica. Un camelo.

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