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Ilusiones y desafíos para la paz en Oriente Medio

Opinión

Se necesitará mucha energía para forzar a Hamás a desarmarse y para hacer que Israel acepte el repliegue de sus fuerzas militares

No parece sencillo conseguir la paz, a menos que los golpes sobre la mesa de negociación se mantengan en ese tono intimidante que hasta ahora ha servido para forzar el inicio de un camino. / EFE
Federico Hernández Aguilar

19 de octubre 2025 - 07:59

San Salvador/Existen muchas formas de involucrarse en la búsqueda de un acuerdo de paz; Donald Trump eligió una mezcla de métodos heterodoxos que no se habían intentado antes, y, de momento, le han funcionado. La terrible violencia entre israelíes y palestinos experimenta una pausa frágil e incierta pero real, abriendo posibilidades que parecían lejanas hasta hace un par de meses. La región contiene el aliento y el resto del mundo con ella. Pero, ¿se trata del inicio de un verdadero proceso de concordia, unión de esfuerzos y curación de heridas, o es solo la contención temporal de una borrasca que solo admite breves paréntesis de calma, sin llegar a soluciones profundas y permanentes?

Las variables de este particular enfrentamiento han incluido todo: provocaciones terroristas, bombardeos indiscriminados, crisis humanitaria, presión mundial y una casi infinita manipulación –informativa e ideológica–  alrededor de los bandos involucrados. Si además, como es el caso del presidente Trump, no vives en ninguno de los países en conflicto, pero tienes un aliado que cuidar, una narrativa antioccidental que contrarrestar y un incendio geográfico que mantener a raya, el involucramiento personal del mandatario norteamericano ha obtenido un éxito de innegable trascendencia: llegar bastante más lejos que cualquiera de sus predecesores.

No se olvide que las promesas de paz duradera en Oriente Medio llevan décadas de enunciación solemne. Tras la Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel ofreció las tierras árabes conquistadas a cambio del cese permanente de las tensiones. Los Acuerdos de Camp David, en 1979, llevaron a Egipto e Israel a comprometerse, con gesto conclusivo, a favor de “no más guerras y no más derramamiento de sangre”. Algún tiempo después, en 1993, los israelíes firmaron los Acuerdos de Oslo con la Organización para la Liberación de Palestina, proponiéndose ambas partes, en el papel, a edificar un “Nuevo Oriente Medio”.

La determinación y el carácter intimidante de Trump han hecho su parte, desde obligar a Netanyahu a disculparse por teléfono con Qatar, hasta conseguir que turcos y qataríes hicieran comprender a Hamás que no tenía otra salida

Pese a las ilusiones globales que estas declaraciones levantaron, ninguna tuvo el fuste necesario para sostenerse. Entonces la frustración y el desánimo fueron tomando cuerpo, instalando en el imaginario colectivo la sensación de que se estaba delante de un conflicto interminable, con naciones islámicas incapaces de acercarse a Israel sin pasar por el reconocimiento de un Estado palestino, con el dedo iraní muy cerca del botón nuclear y con una democracia israelí cercada por enemigos propensos a buscar eternamente su eliminación.

Pero es aquí donde la determinación y el carácter intimidante de Donald Trump han hecho su parte, desde obligar a Benjamin Netanyahu a disculparse por teléfono con Qatar, hasta conseguir que turcos y qataríes, los principales valedores de Hamás, hicieran comprender al grupo terrorista que no tenía otra salida que buscar un acuerdo. La brutalidad de la guerra había golpeado a Gaza con una fuerza inusitada, por demás trágica, pero la amenaza real de extenderse al vecindario fue lo que, al parecer, terminó moviendo las voluntades políticas en Estambul, Doha y El Cairo.

Los precedentes inmediatos también jugaron a favor de las maniobras y exigencias de Washington: la caída de Assad en Siria, que cortó un flujo importante de armas hacia Gaza; la liquidación de la cúpula de Hezbolá en aquel ataque simultáneo de septiembre de 2024, en Líbano, y la neutralización de los hutíes en Yemen, todo lo cual contribuyó a que Hamás se viera, de pronto, combatiendo sin ninguna posibilidad de triunfo, pues incluso los iraníes habían recibido su dosis explosiva de advertencias.

La Autoridad Palestina, cuya popularidad en la propia Cisjordania es mínima, apenas si tiene influencia sobre la población gazatí

La presencia de Qatar y Turquía en el balneario egipcio de Sharm el Sheij, a orillas del Mar Rojo, para respaldar el plan de 20 puntos de Trump, es la imagen visible de lo que idealmente podría conseguirse si el entendimiento inicial avanzara hacia los resultados esperados. Pero nada indica que el solo optimismo hará posible estos avances. Se necesitará mucha energía para forzar a Hamás a desarmarse y no menos temperamento para hacer que Israel acepte el repliegue de sus fuerzas militares.

La situación de la franja, por otra parte, es ahora más volátil que nunca. Las diversas facciones armadas que disputaban el poder de Hamás saben que están delante de una ocasión única para debilitarla, mientras que la Autoridad Palestina, cuya popularidad en la propia Cisjordania es mínima, apenas si tiene influencia sobre la población gazatí. ¿Podrá una estructura gubernativa de transición, con un comité tecnócrata sometido a dictámenes foráneos, establecer los parámetros de una nueva historia social y económica para Gaza?

La vuelta de los rehenes israelíes a sus hogares y la liberación de alrededor de 2.000 palestinos es la primera de las grandes noticias que desearíamos recibir desde esta inestable zona del mundo. A ello deberían seguirle –más o menos en paralelo–  el inicio del proceso de reconstrucción de la franja, el aumento exponencial de la ayuda humanitaria, la entrega de armas de Hamás, el repliegue de Israel y el establecimiento de las reglas bajo las cuales operará la nueva autoridad esbozada en la propuesta de Trump.

Todo ello implica, de entrada, demasiadas condiciones que no parece sencillo conseguir, a menos que los golpes sobre la mesa de negociación se mantengan en ese tono intimidante que hasta ahora ha servido para forzar el inicio de un camino. Pero la paz de verdad, la duradera, puede estar bastante lejos todavía.

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