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El Papa 'yanqui latino' no es continuidad, sino afán por reunificar una Iglesia dividida por su antecesor

Análisis

  • Los políticos de izquierda se equivocan al ver en León XIV una reedición de Francisco
  • No parece que vaya a cambiar la línea de la no confrontación con el régimen cubano

León XIV viene a crear consenso y tiene todas las herramientas en la mano. / Vatican News
Xavier Carbonell

09 de mayo 2025 - 15:00

Salamanca/Cuando la elección de un papa parece extraña o incomprensible, en los pasillos del Vaticano se repite un dicho más antiguo que la propia Iglesia católica: “El Senado no se equivoca”. En efecto, los 133 cardenales que escogieron este jueves a Robert Prevost como líder saben muy bien lo que le piden: dinamizar a nivel político la institución, unificar el catolicismo –atomizado en múltiples facciones, la herencia que le dejó Francisco– y lograr que su voz se escuche desde Pekín hasta Washington. 

León XIV viene a crear consenso y tiene todas las herramientas en la mano. El yanqui latino, como lo llaman en Roma, no representa un continuismo con la línea de Francisco. Pensar así es ignorar los complejos mecanismos de recuperación que ha tenido históricamente la Curia –el conjunto de altos cargos que llevan las riendas del poder eclesial– y estar ciego ante la desunión en que Francisco sumió a la Iglesia, con sus célebres “gestos” de progresismo. La unificación de la Iglesia es la principal tarea de Prevost. 

El nuevo papa cae bien, como en su momento Bergoglio. No llegó a ser la mano derecha de su antecesor, como sí lo fue Pietro Parolin –el gran favorito de este cónclave–, ni formó parte jamás de su elitista Consejo de Cardenales, pero sí fue el hombre de Francisco en Perú. Fue Prevost quien recomendó al Vaticano el cese del arzobispo de Piura, José Antonio Eguren, tras el escándalo de abusos sexuales del Sodalicio, el grupo religioso peruano finalmente disuelto este año. Los líderes del Sodalicio difamaron a Prevost hasta las puertas mismas del cónclave. 

Que un estadounidense haya llegado al papado es también el quiebre de una de las viejas leyes no escritas de la diplomacia vaticana

Que un estadounidense haya llegado al papado es también el quiebre de una de las viejas leyes no escritas de la diplomacia vaticana: no elegir jamás a un cardenal a quien Washington conozca demasiado bien. Sin embargo, Prevost lleva años fuera de EE UU –aunque formara parte de su Conferencia Episcopal “sirviendo en otras funciones”– y si bien nació en Chicago, una meca del progresismo estadounidense, su procedencia no fue tan relevante en su formación como otros factores. Por ejemplo, ser de la orden de San Agustín, que pone el acento en lo intelectual, y ser misionero en Latinoamérica. 

Lo que sí es cierto es que la Casa Blanca reaccionó con frialdad ante un papa que parece llamado a ser contrapeso de Donald Trump en Europa. El republicano felicitó a León XIV con un acartonado mensaje que resaltaba su nacionalidad y expresaba su deseo de conocerlo. Otro tanto hizo el vicepresidente, J.D. Vance –convertido al catolicismo recientemente, a diferencia de su jefe, afiliado a la Iglesia presbiteriana–, a quien Prevost descalificó hace pocos meses compartiendo en X varias publicaciones sobre el tema de la migración. Con un padre de origen francés e italiano, y una madre de ascendencia española, era improbable que se quedara callado. 

Más revelador sobre lo que el entorno republicano piensa sobre Prevost fueron las declaraciones del ex estratega de Trump, Steve Bannon, despedido en 2017 y varias veces detenido por la Justicia estadounidense. Antes del cónclave, Bannon definió al cardenal como un candidato potencial, “desafortunadamente uno de los más progresistas” y cercanos a Francisco. Apostaba, en cambio, por la elección de uno de los cardenales más tradicionalistas del cónclave: el guineano Robert Sarah. 

Prevost, no obstante, poco puede hacer contra Trump más allá del plano moral. Una declaración fuera de lugar, un “regaño” irreflexivo al estilo de Bergoglio romperían cualquier posibilidad de diálogo con Washington y con los obispos estadounidenses, para quienes Prevost siempre ha sido, y no hay que olvidarlo, un outsider

Ignoran, como decía el teólogo Hans Küng, que un cardenal puede entrar a la Capilla Sixtina como progresista y salir como conservador, y viceversa

Ilusionados con un papa en quien creen ver una reedición de Francisco, también muchos políticos de izquierda se equivocan con Prevost. Ignoran, como decía el teólogo Hans Küng, que un cardenal puede entrar a la Capilla Sixtina como progresista y salir como conservador, y viceversa. En el caso de León XIV, los católicos han visto enseguida hasta qué punto es falso dar por sentado el continuismo de Prevost con su antecesor. 

Francisco salió al balcón de la basílica de San Pedro sin las tradicionales estola dorada y esclavina morada, dos atributos papales. Prevost recuperó esos símbolos –no así los zapatos rojos– para indicar que no piensa romper con las formas. Desde ayer, ha utilizado cuatro lenguas que le son afines –latín, italiano, español e inglés– en sus celebraciones, no solo el italiano, como Bergoglio. 

Por último, merece atención la elección del nombre, que lo conecta inmediatamente con León XIII, el papa de la Rerum novarum. Esta carta universal o encíclica, firmada en 1891, fue la respuesta de la Iglesia católica –tardía, como admiten muchos historiadores– al marxismo y a la crisis de fin de siglo en Europa. El texto fue una puesta al día sobre los derechos de los trabajadores, y la carta de presentación de lo que hoy se conoce como Doctrina Social de la Iglesia. 

Su primera homilía, este viernes, bastante desatendida por los medios, fue toda una declaración de principios en ese sentido. Habló de las “mareas de la Historia” y las “exigencias morales” que le esperan a su pontificado. Aludió al momento en que Cristo se preguntó por su propia identidad frente a los “círculos crueles de poder”, y lo definió –en el plano humano– como “un hombre recto, un hombre valiente, que habla bien y que dice cosas justas”. El conflicto que le espera, declaró, es “un compromiso irrenunciable para cualquiera que en la Iglesia ejercite un ministerio de autoridad”. 

Esta serie de decisiones aparentemente simbólicas son muy elocuentes para la Curia Romana y para los católicos

Esta serie de decisiones aparentemente simbólicas son muy elocuentes para la Curia Romana y para los católicos, puesto que, volviendo a citar a Küng, “aquello en lo que nadie se fija en la calle puede conmover seriamente el orden interno de la Iglesia”. 

A Prevost, un hombre de 69 años, le queda todo por hacer. La Iglesia no puede sobrevivir a base de “gestos” sin ningún trasfondo real, como los que caracterizaron el papado errático de Francisco. 

Tendrá que llevar a sus últimas consecuencias las investigaciones por abusos sexuales en las que él mismo ha participado. Tendrá que fomentar la paz en medio de numerosos conflictos –Ucrania y el Medio Oriente, los más urgentes– y definir una posición sobre el islam, una religión que Francisco exigió “no insultar” después de los atentados en París en 2015. Deberá responder a los homosexuales, a los transexuales, a los ecologistas, a las feministas, a los migrantes, a todos los colectivos que nunca obtuvieron de Bergoglio más que un selfie o un tuit. 

En cuanto a Cuba, no hay razones para pensar que la Isla sea en modo alguno una prioridad para el pontífice, que la visitó como superior de los agustinos en 2008 y 2011. La línea histórica de la Santa Sede ha sido la no confrontación con el régimen y la mediación secreta entre La Habana y Washington. No parece que eso vaya a cambiar. 

Habrá que ver si, como sus tres predecesores, aterriza en ella como papa y qué tipo de relación está dispuesto a tener con sus líderes. La Conferencia Episcopal de la Isla también merece, más que nunca, un papa y un secretario de Estado que respondan a sus llamadas primero que a las de Díaz-Canel. 

Superado el entusiasmo inicial que ha generado la elección, hay un campo minado sobre el cual comenzará a andar ahora León XIV. Lo mira de cerca la Curia Romana, que es quien más tiene que perder si Prevost falla en su tarea de unificación. Pero incluso si eso pasa, en Roma siempre hay un plan B. El Senado nunca se equivoca, y si se equivoca –dice la segunda parte del refrán– no corrige, para que no se note que se equivocó.

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