Hay que cambiar la forma de acumular y distribuir la riqueza en Cuba

Auto BMW en una calle destartalada de Centro Habana. (14ymedio)
Auto BMW en una calle de Centro Habana. (14ymedio)
Pedro Campos

21 de noviembre 2015 - 09:26

La Habana/El socialismo que se ha pretendido imponer en Cuba, desde arriba, a partir del predominio absoluto de la explotación asalariada de los trabajadores en las empresas y servicios de propiedad estatal, ha fracasado en lograr una economía desarrollada, una distribución justa, una sociedad participativa y un pueblo feliz con las condiciones de su existencia.

Ya el VI Congreso del PCC en 2011 lo reconocía en cierta forma, al aceptar la necesidad de "actualizar" el modelo económico con la introducción de otras formas de producción "no estatales" que podrían dar ocupación a cerca de la mitad de la fuerza de trabajo que quedaría desplazada por la racionalización productiva que se pretendía.

La esencia de la problemática cubana radica en que el sistema estatal centralizado demanda y reproduce un modelo injusto de acumulación y distribución de la riqueza que genera toda la nación, poniéndola bajo control de una cúpula gobernante, que decide qué hacer con los dineros de todos.

Se hace en virtud de la llamada planificación centralizada de los recursos que, en el socialismo, evitaría las crisis de superproducción del capitalismo, según las prescripciones económicas del mal llamado marxismo-leninismo que, en verdad, ha ocultado el uso de todos esos recursos con el verdadero fin de mantener el poder en manos de una misma dirección llamada histórica, creída de que su hegemonía sería lo que conviene al pueblo de Cuba.

La elite que ha controlado las riquezas de Cuba durante más de medio siglo las ha utilizado siempre en función de su beneficio directo o indirecto

Es, digamos, el mal de males, con o sin bloqueo-embargo imperialista. La historia enseña que todas las luchas sociales de todas las épocas han sido ocasionadas por el control sobre las riquezas producidas socialmente.

La elite que ha controlado las riquezas de Cuba durante más de medio siglo las ha utilizado siempre en función de su beneficio directo o indirecto. Directo para garantizar en primer lugar su funcionamiento, seguridad y comodidades. Indirectamente, con lo que queda, para mantener el apoyo de una parte del pueblo con políticas populistas a su alcance.

Ese modelo, por su naturaleza antidemocrática y contraria a la esencia del socialismo enunciado, estaba condenado al fracaso, y ha demostrado en la práctica que no es capaz de resolver los problemas, esperanzas y necesidades de todos los cubanos. Su resultado más negativo: el empobrecimiento de la población.

La solución está en una nueva política económica dirigida a cambiar las bases estatalistas del modelo actual, realizar cambios desde abajo, desconcentrar la propiedad, la acumulación, las inversiones, los presupuestos y su repartición y ponerlos en manos de los trabajadores, los productores, los dueños de los medios de producción y de las comunidades para que éstos decidan qué hacer con sus dineros.

Se lograría a partir de la libertad para el ejercicio de todas las formas de producción modernas, con la estimulación y el apoyo público y privado preferentes para las pymes de capital privado o libremente asociado y el trabajo libre individual, sin monopolios de ningún tipo, con presupuestos participativos locales, hacia la conciencia ciudadana de sus condiciones de existencia.

Quienes llevan más de medio siglo en el poder se resisten a ese tipo de cambios porque van a traer una amplia modificación en el modelo de acumulación y apropiación

De este modo, todos disfrutarían de su propiedad, individual o asociada, sin interferencia de ningún tipo y sin hacer daño a terceros; se resolverían los graves problemas de pobreza creciente que afrontan los jubilados, las madres solteras y los discapacitados, así como las demandas juveniles.

Quienes llevan más de medio siglo en el poder se resisten a ese tipo de cambios porque van a traer una amplia modificación en el modelo de acumulación y apropiación. Ellos, a pesar de haber reconocido que los cambios son necesarios, han demostrado con su actuación que su compromiso con el pasado es más importante que con el presente y el futuro. Nada tan claro como lo ocurrido con los acuerdos fundamentales del VI Congreso hace cinco años.

Como ese poder ha desaprovechado todas las oportunidades que se le han dado, no queda otra opción que cambiarlo por otro que entienda la necesidad de emprender las transformaciones que demanda la realidad, no los caprichos de uno o unos pocos, de forma pacífica y gradual, sin tener que llegar a vacíos de poder ni situaciones de confrontación violentas.

La ruta que parece más verosímil para lograrlo es la creación de un ambiente de distensión y concordia que lleve al establecimiento de un diálogo nacional inclusivo, al reconocimiento de las libertades fundamentales; a una nueva Constitución fruto de la creación y discusión colectivas y horizontal del pueblo cubano, aprobada luego en referendo; a una nueva ley electoral democrática, y al establecimiento de un Estado moderno de derecho con plena transparencia funcional e informativa, bajo control popular, con autonomías municipales, presupuestos participativos en los diferentes niveles y el sometimiento a referendo de las leyes que afecten a todos los ciudadanos.

Salvando distancias y diferencias, necesitamos un periodo como el que caracterizó los años previos a la Constitución de 1940

Salvando distancias y diferencias, necesitamos un periodo como el que caracterizó los años previos a la Constitución de 1940 (legalización de partidos políticos, amnistía, autonomía universitaria, convocatoria a nueva constituyente) que en las nuevas condiciones nos lleve a una República democrática humanista y solidaria, con plena justicia social, donde quepamos todos.

Ese proceso nunca será fruto de la discordia, la descalificación y el enfrentamiento al que quieren someternos algunos grupos en ambas extremas del espectro político. La violencia por naturaleza antidemocrática y excluyente, debe ser desterrada como método político.

Es hora de que todos los actores políticos asuman actitudes responsables en esta dirección y muestren su disposición a recorrer ese trecho democrático. Lo otro es seguir apostando al aplastamiento de una parte de los cubanos por otros, o de minorías por mayorías cambiantes en el tiempo. Y nunca olvidar que toda minoría aplastada siempre será causa de conflictos.

Desde parte de la izquierda democrática hace años estamos llamando a ese diálogo inclusivo y lo estamos asumiendo en la práctica, con nuestra participación en los espacios oficiales que nos permiten y con el diálogo que estamos sosteniendo con la oposición tradicional.

Todos los cubanos de buena voluntad, independientemente de su pensar político e ideológico, tienen el deber y el derecho de participar de este gran proyecto inclusivo y democratizador de la nación cubana, "con todos y para el bien de todos".

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