El mundo está de cabeza: guerras, atentados, corrupción, amenazas nucleares

Opinión

En un panorama internacional muy complejo, todas las alarmas se encuentran encendidas en Oriente Medio

Una ráfaga de cohetes iraníes durante un ataque a Tel Aviv
Una ráfaga de cohetes iraníes durante un ataque a Tel Aviv. / Captura
Federico Hernández Aguilar

20 de junio 2025 - 08:22

San Salvador/Las primeras semanas de junio han sido pródigas en acontecimientos, ofreciéndonos una panorámica tremenda del estado en que se encuentra el mundo. Mientras la guerra entre Rusia y Ucrania se alarga y el conflicto en Gaza nos arroja a la cara escenas dantescas, un prometedor precandidato presidencial colombiano, Miguel Uribe Turbay, es baleado a quemarropa en un parque de Bogotá, y la mujer que presidía la Cámara de Representantes de Minnesota, Melissa Hortman, es asesinada a tiros junto a su esposo al interior de su hogar en Minneapolis.

Este último atentado se produce, además, en un fin de semana marcado por grandes contrastes al interior de Estados Unidos, pues durante la celebración de los 250 años de su poderoso ejército, con desfile militar y pirotecnia incluidos, cientos de miles de manifestantes en varias ciudades salieron a protestar contra Donald Trump y sus agresivas políticas migratorias. Ambos despliegues se escenificaron con propósitos tan disímiles, que el espectro de la polarización vuelve a asomarse a escasos diecisiete meses de las elecciones intermedias, programadas para noviembre de 2026. En ellas, Trump corre el riesgo de recoger todas las cosechas de sus propias siembras, por ahora solo materializadas en un pegajoso eslogan que se hace cada vez más fuerte: “¡No Kings!” (Sin reyes).

Trump corre el riesgo de recoger todas las cosechas de sus propias siembras, por ahora solo materializadas en un pegajoso eslogan que se hace cada vez más fuerte: “¡No Kings!”

En paralelo a estos asuntos, otro líder político en problemas es el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, que se ha visto obligado a comparecer en dos oportunidades ante una muy tensionada opinión pública para enviar tres mensajes que, a la postre, terminan siendo inconciliables: pedir perdón, prometer investigaciones y amenazar a los españoles con el diluvio que se desataría si él se viera despojado de sus poderes.

Las disculpas han sido, claro, para intentar reparar los daños producidos por el voluminoso informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, involucrando a miembros clave del gobernante Partido Socialista Obrero Español (Psoe) en una urdimbre corrupta de dimensiones escatológicas. Sin embargo, son las “advertencias” de Sánchez las que deberían motivar el mayor de los escándalos, pues la lógica que subyace en ellas sugeriría que, siendo la alternativa a su caída el arribo al poder de eso que él llama la “ultraderecha”, los ciudadanos deberían sudar las mismas calenturas y olvidarse de ser ellos, en las urnas, los que en todo caso confirmen la hipótesis.

Dicho en otras palabras, puesto que sus numerosos “errores” le han convertido en cadáver político, el presidente del Gobierno entiende que su más “patriótica” obligación es atornillarse angustiosamente al asiento, porque existe la posibilidad de que la mera democracia pueda resultar peor que la corrupción de su partido. Reveladores como son de su carácter, los silogismos de Pedro Sánchez deberían figurar entre las exhibiciones de cinismo más asombrosas que se hayan escuchado jamás en la historia de la política occidental.

La ex presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, ha visto ratificada su condena a seis años de cárcel por delitos de corrupción, mientras que en El Salvador la imagen de Nayib Bukele se deteriora a pasos agigantados en virtud de investigaciones (nacionales y extranjeras) que confirmarían sus iniciales acuerdos con las pandillas para obtener ese meteórico descenso de la criminalidad que tanto le enorgullece.

Finalmente, todas las alarmas se encuentran encendidas en Oriente Medio. Tras diezmar a la cúpula de Hamás y neutralizar la capacidad bélica de Hezbolá, todo ello en 2024, Israel por fin se decidió en estos días a impedir por la fuerza que Irán avance en su acumulación de uranio enriquecido para fabricar armas nucleares. El régimen chiita de Teherán es una amenaza latente para la paz en la zona, y la unidad de propósitos entre Washington y Tel Aviv respecto a la necesidad de controlar a los teócratas iraníes no puede tener más sentido.

Tras diezmar a la cúpula de Hamás y neutralizar la capacidad bélica de Hezbolá, todo ello en 2024, Israel por fin se decidió en estos días a impedir por la fuerza que Irán avance en su acumulación de uranio enriquecido para fabricar armas nucleares

El problema con estas escaladas militares es que nunca se sabe cómo terminarán. A simple vista parece que Teherán estaría a un palmo de perder la única carta de negociación que poseía: su capacidad de desestabilizar la región a punta de ojivas. Sus aliados se encuentran debilitados, su economía muestra signos evidentes de agotamiento y la sorpresiva caída de la dictadura de Asad en Siria, el año pasado, rompió la cadena logística que permitía a Irán mantener su apoyo a grupos terroristas vía Líbano.

Cualquier proceso de cambio de régimen en Teherán, sin embargo, enfrenta desafíos relacionados con la complejidad estructural iraní. Allá las fuerzas armadas están divididas en dos grupos claramente diferenciados desde la época del fundador de la República Islámica, el ayatolá Jomeini: el Ejército regular del país y el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, una milicia creada expresamente para salvaguardar la seguridad física e ideológica del régimen. La hipotética desaparición de los actuales líderes teocráticos no garantiza de ningún modo la estabilidad del país, sino que podría desatar una guerra civil de imprevisibles consecuencias.

Estados Unidos, por otra parte, debe decidir si apoya a Israel en su deseo de acabar con los búnkeres donde Irán ha enterrado a una gran profundidad sus laboratorios nucleares. Si estas instalaciones son destruidas, los ayatolás sabrán que Washington ha intervenido, y lo que sobrevendría después aún es motivo de controversia entre especialistas. ¿Tendría Irán la capacidad para seguir sosteniendo sus amenazas? ¿Se aventuraría Trump a una intervención de largo plazo en una zona tan volátil?

El planeta sigue girando, pese a todo, aunque a veces parezca que está de cabeza.

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