Oriente Medio y la retórica incendiaria
Análisis
Dado el carácter confidencial de cualquier carrera armamentística, nadie puede saber a ciencia cierta qué tan cerca haya estado Irán de una ojiva nuclear
San Salvador/Desde un ángulo meramente discursivo, la actual situación en Oriente Medio no tiene precedentes. Si los análisis geopolíticos se hicieran sobre la base de las declaraciones de los bandos enfrentados, hoy deberíamos estar hablando de la extinción de la especie humana, pues así de catastrofistas han sido las narrativas y hasta algunas intervenciones de sesudos analistas internacionales. Por fortuna no son las palabras, sino los hechos concretos, los que merecen la mayor atención de parte de quienes observan la política global con seriedad y prudencia.
Ejemplos de retórica barata los tenemos a montones. El régimen chiita de Irán asegura que su doctrina le prohíbe desarrollar armas de destrucción masiva y que, por consiguiente, su programa nuclear solo tiene fines pacíficos. En la esquina contraria, Israel y Estados Unidos afirman como un hecho que el Gobierno de los ayatolás estaba en vísperas, casi hasta ayer, de conseguir el suficiente uranio enriquecido para construir bombas.
Tras los sorpresivos ataques americanos del pasado 21 de junio, Trump dijo que las instalaciones nucleares iraníes habían sido totalmente destruidas, algo que fue negado por Teherán y luego minimizado por un informe preliminar de las propias agencias de inteligencia de EE UU. El líder supremo de Irán, Alí Jamenei, había amenazado a Washington con “un daño irreparable” si se entrometía en el conflicto, pero la primera reacción militar de su país, sobre la base estadounidense en Catar, tuvo un carácter más bien testimonial.
La pregunta que debemos hacernos, primero, es si algún dirigente político involucrado en este embrollo se ha atrevido a decir la verdad
La pregunta que debemos hacernos, primero, es si algún dirigente político involucrado en este embrollo se ha atrevido a decir la verdad. Y lo que arroja cualquier análisis desapasionado del asunto es que, lamentablemente, acusamos una alarmante carencia de liderazgos confiables.
Es cierto que el ayatolá Jamenei, en 2003, emitió una fetua (decisión jurídica) prohibiendo las armas nucleares en el islam. Pero esta interpretación es endeble, doctrinalmente hablando, y se encuentra vinculada a consideraciones políticas que pueden cambiar en el tiempo, pues solo los principios coránicos son considerados inmutables. La trayectoria diplomática iraní, por otra parte, revela su naturaleza embustera. La cantidad de veces que el régimen de Teherán ha mentido sobre sus acciones militares bastaría para descalificar cualquier supuesta voluntad pacifista. Desde hace varios años, además, Irán está señalado de violar sistemáticamente el Tratado de No Proliferación Nuclear, aparte de haberse ya comprobado su constante respaldo a grupos terroristas.
Lo de Irán, pues, como amenaza real para la estabilidad de Oriente Medio, está lejos de ser una anécdota; pero Israel, que jamás ha desmentido los rumores sobre su propio arsenal nuclear, lleva por los menos tres décadas afirmando que los ayatolás están “próximos”, “a punto”, “a las puertas” de construir sus bombas. Como en el viejo cuento del pastorcito que gritaba “¡Ahí viene el lobo!” hasta que nadie le creyó, Benjamin Netanyahu desea que ahora sí hagamos caso a las advertencias. Las mentiras de Teherán, por tanto, han tenido sus réplicas en Tel Aviv.
¿Y qué decir de Donald Trump, el más fantasioso e hiperbólico gobernante de nuestra época? Nada nuevo en realidad: exagera el riesgo atómico iraní para poder así atribuir a su nación —y a él, por supuesto, como comandante en jefe— unas habilidades estratégicas y una contundencia militar que quizá merezcan bastante menos elogios.
Dado el carácter confidencial de cualquier carrera armamentística, nadie puede saber a ciencia cierta qué tan cerca haya estado Irán de una ojiva nuclear. Lo que sí resulta evidente es que el régimen chiita está completamente solo en su cruzada contra Israel y Estados Unidos. Ni Rusia ni China, por encima de sus propios polvorines retóricos, parecen dispuestos a atizar el fuego. Esa amenaza de desatar el “infierno” en la región, por el momento, se encuentra fuera de la capacidad real de los ayatolás, que con ese bombardeo inofensivo a Catar han tenido suficiente para decir, mintiendo otra vez, que le propinaron una “dura bofetada” a EE UU.
Pero tampoco Israel ha ganado demasiado. Su principal socio, Trump, no parece convencido de iniciar un conflicto
Pero tampoco Israel ha ganado demasiado. Su principal socio, Trump, no parece convencido de iniciar un conflicto que conduzca a un cambio de régimen en Teherán, una de cuyas implicaciones sería otra desgastante intervención de largo plazo en la zona, aún frescos los malos recuerdos de Irak y Afganistán. Con su país exhausto, a Netanyahu debería bastarle con haber trepado algunos puntos en las encuestas, equivalentes a varios meses de magra sobrevivencia política.
Aunque falta por ver qué tan destructivos fueron los misiles especiales estadounidenses en Irán, lo que al final lleguemos a saber estará siempre al arbitrio de cada emisor de información. Donald Trump empleará su acostumbrada terminología grandilocuente, Netanyahu seguirá hablando de mantener a raya las amenazas y Jamenei especulará sobre la inminente destrucción de sus enemigos.
Los cambios reales que sobrevendrían a partir de esta reciente escalada de violencia dependerán de los disensos internos en la cúpula chiita, la estabilidad del Gobierno de coalición en Tel Aviv y la terquedad de Trump en aferrarse a la idea de que negociar con el resto del planeta se define por la fuerza y la arrogancia. Todos estos factores desencadenan hechos que ninguno de los líderes mencionados en esta columna podrá controlar, más allá de su verborrea incendiaria.