Naufragios
Problemas electorales
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Salamanca/Era ingenuo pensar que la reencarnación del dalái lama sería la única disputa mística que nos deparara julio, y que lo que se discutía en Dharamsala no tendría repercusiones en el karma tropical. Aún no hemos vencido la primera quincena del mes y otras dos elecciones han eclipsado a Su Santidad: la del Gran Maestro de los masones y la de Miss Cuba.
Con ambos nombramientos, igual de metafísicos y poco fraternales, hay una parte del futuro que se asoma, por frívolo que parezca. Pero vamos por partes. Hace un par de semanas el líder del budismo tibetano anunció que su espíritu volverá a encarnarse y que no le pedirá permiso al Partido Comunista. En las 14 vidas que ha disfrutado, la aclaración es insólita. Su destinatario es Xi Jinping.
No conforme con dominar este mundo, China quiere dictar leyes en el otro. El Partido chino, por ejemplo, es quien elige a los obispos católicos. El Papa se limita a aceptarlos, gracias a un infame acuerdo de Xi con Francisco en 2018. Pero el dalái lama no es Francisco, y se niega a que exista, como ocurre con los cristianos, un budismo disidente y uno “patriótico”. La moraleja de esta polémica es que todo Partido Comunista de la vieja escuela tiene vocación teocrática, y la ejecuta en Moscú o en Nicaragua, en Pekín o en La Habana.
Hasta la semana pasada, ningún cubano que se informara exclusivamente con el noticiero había oído hablar del problema masónico. La crisis ha llegado a ser el estado natural de la fraternidad desde el robo de los 19.000 dólares del Asilo Llansó, o incluso antes, desde que en 2023 escapó un Gran Maestro a México y denunció la infiltración de la Seguridad del Estado. Ahora da vergüenza ajena ver cómo los masones tienen que tomar a empujones la Gran Logia para que los dejen celebrar sus sesiones.
Hasta la semana pasada, ningún cubano que se informara exclusivamente con el noticiero había oído hablar del problema masónico
La palabra clave del pleito ha sido interferencia. Por fin el Partido reconoce que se le acusa de interferir en los asuntos masónicos y acude al noticiero con el Código de la fraternidad en la mano. No es una metáfora. El ministro de Justicia dejó que Televisión Cubana grabara de forma insistente el librito, lleno de notas y papeles, sobre su escritorio. En su idioma burocrático, admitió que sí, claro que sí, la Ley de Asociaciones le permite –como a los chinos– meter las manos en la masonería.
En su agobiante intervención, el ministro habló de las “noticias” que han circulado. ¿Pero qué noticias, si es la primera vez que se menciona el tema? El Gobierno es el segundo lector más fiel de la prensa independiente, por detrás de Villa Marista. Habló también de “grupos de masones”, acusa a la fraternidad de estar atomizada, partida en facciones entre las cuales el Ministerio –subraya– ha intentado mediar en vano.
El Partido es el bueno de la película y permitirá que los masones –y los agentes disfrazados de masones– se despedacen hasta el final. Se produjo además una fractura irreparable entre la Gran Logia y el Supremo Consejo del Grado 33, que guarda un desesperante silencio desde el primer día. Se separó a la masonería habanera de las logias provinciales, que ya no saben qué creer. Como ocurre con los obispos chinos, el próximo Gran Maestro será un hombre del Partido o no será.
A menos que Cuba cambie y que el futuro llegue de pronto. Y es ahí donde entra Miss Lina Luaces, flamante símbolo de ese futuro que puja, posa y grita en aras de materializarse. Con su español rudimentario de gran jefe mikasuki, la hija de Lili Estefan es oficialmente la mujer más linda de Cuba –yo no lo veo, pero ese es mi problema– y representa a Santiago. Nunca ha estado allí, pero eso es una nimiedad: sus padres nacieron en Oriente y no hace falta nacer en Cuba para ser cubano, razona Lina alegremente.
Esta belleza de 1,82 metros que gimió omaigad cuando la eligieron me da escalofríos políticos. Lina existe –no me apedreen todavía– gracias al Partido. Cabrera Infante dijo que le agradecía a Fidel Castro todos los días: sin el exilio nunca habría logrado ser el escritor de gran calibre que fue. Lina tampoco sería nada sin el Partido: no podría representar a ese país imaginario que bien podría ser Narnia aunque ella lo llame Cuba, con la división político-administrativa de los 50 –Región Occidental, Central y Oriental– y parlamentos que parecen sacados de El derecho de nacer.
Como ocurre con los obispos chinos, el próximo Gran Maestro será un hombre del Partido o no será
Lina no paró de repetir durante todo el concurso una suerte de catecismo: “90 millas no es nada para mi familia, ¡imagínate el universo!”; “Dios me eligió”; “Mi fe en Jesús me ha demostrado que todo es posible”; “Mi bisabuela cruzó el mar en una nevera flotante” (¿el arca de Noé Estefan?); “Emilio tocaba el acordeón en las calles de Miami para sobrevivir”; “Gloria cosía sus propios vestidos”.
Como el dalái lama, Lina pretende ser el vehículo corpóreo para una verdad divina: la libertad de Cuba, ese paisito reencarnado en Miami. Pero, ¡tragedia!: cuando le pusieron la corona, Lina optó por un discurso sobre el empoderamiento femenino y tal, porque la causa cubana, admitámoslo, es un poco chea para ir a defenderla en noviembre en Miss Universo.
Con este panorama, es incomprensible que la literatura cubana esté agonizando. Tenemos reinas esotéricas de la belleza, contubernios masónicos, ministros que saben leer, espías en todas partes y el refrigerador flotante de los Estefan, navegando entre La Habana y Miami. Qué imagen tan bonita de la cubanía de ayer, hoy y siempre.
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