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Madrugada Roja: La Habana se está matando allá afuera

Algunas de las peores historias de violencia callejera terminan en el Cuerpo de Guardia del Hospital Calixto García. Pasamos una noche en su interior

Cuerpo de Guardia del hospital Calixto García. (14ymedio)
Víctor Ariel González

22 de mayo 2014 - 00:02

La Habana/Una noche cualquiera en el Hospital Calixto García, varios vagabundos ocupan los bancos del salón de espera del Cuerpo de Guardia. Aquí encuentran refugio para resguardarse del frío de la madrugada, ajenos a los dramas que transcurren por los pasillos del hospital. Mientras la ciudad duerme, el Calixto García es el escenario de las historias más sórdidas que salpican la vida nocturna habanera.

En la entrada principal de la sala de urgencias, abierta al público, una enfermera y una oficial de policía descansan apoyadas sobre sus escritorios, a la espera de que algún caso llegue. Este lugar tiene la particularidad de ser tan frecuentado por gendarmes que luce casi como una comisaría. Hasta aquí vienen a parar las víctimas de la violencia extrema en las calles, para recibir los primeros auxilios por las terribles heridas que traen. Los pacientes llegan tanto a pie como en ambulancias, o bien en patrulleros que van acumulándose frente al pabellón.

También acuden aquí quienes sufrieron un accidente o por otro tipo de emergencia. Sus acompañantes son la mejor garantía de que la pesadilla de pasar por este sitio durará lo menos posible. Todo está deteriorado o roto aunque sí se puede leer muy claro, en brillantes carteles, que está prohibido tomar fotografías. Una cámara de circuito cerrado de televisión vigila el salón de espera.

A la 1:26 AM entran dos policías escoltando a un herido. No pasa de los 20 años, viene esposado y exhibe cortes recientes en su antebrazo izquierdo.Trae la ropa ensangrentada y camina con aire autoritario. Durante toda la noche se repiten escenas como esta, de hombres jóvenes que hacen como si entraran en un hospital de campaña porque hay una guerra en las calles. No hay vergüenza o temor por las consecuencias de un posible delito: sus heridas son sólo marcas de una batalla.

"... ¡Y La Habana está matándose allá afuera!", exclama el chofer de una patrulla en voz alta quejándose porque ha tenido que traer otro caso y debe quedarse un rato. "Él no e' familia mía...", argumenta impaciente el oficial.

Hay gente observando lo que sucede, pues la privacidad es un lujo inexistente

Los gritos estremecen la madrugada mientras atienden a un adolescente que se ha dislocado un hombro y luce como drogado, los gritos estremecen la madrugada. Una conserje de aspecto feroz le ordena que se calle, maldice en voz alta cuando ve que tiene que limpiar el desastre que está ocasionando el muchacho. Hay gente parada en la puerta de la enfermería observando lo que sucede, pues la privacidad es un lujo inexistente en medio de tantas carencias, así como parece serlo la educación.

Mientras tanto, una señora muy mayor yace medio desnuda sobre una camilla. Sus familiares apenas han alcanzado a ponerle una chaqueta encima de la bata de dormir y corren de un lado a otro con radiografías en la mano. Llevan caras de resignación. Para hacer todas sus gestiones han debido dejar a la anciana en pleno salón de espera, tendida, a la vista de todos. Alrededor de la abuela, el hospital sigue su ritmo sin reparar en sus quejidos: los enfermeros duermen, bromean entre sí o cantan algunos de los estribillos chabacanos que hoy están de moda en Cuba (Pinocho/ Pinocho/ Te están cazando/ Pa' hacerte un ocho...).Casi no se ven médicos experimentados. En cambio van y vienen estudiantes, latinoamericanos en su mayoria, concentrados en sus conversaciones sobre el último paseo o el próximo seminario. Todo el personal es muy joven. A las 3:45 AM el caos alcanza su punto máximo. Los hombres que han venido de una riña tumultuaria se aglomeran en el pasillo. Parece que todos pelean para el mismo bando. Sus mujeres hacen alardes sobre las dotes de luchador del marido, fabricando una suerte de heroísmo de barrio: la filosofía del gladiador urbano. Por sus predicciones sobre vendettas entre pandillas, es de esperar que en las próximas noches habrá más visitas al Cuerpo de Guardia, tal vez con algún herido de bala o, como hoy, con una decena de casos de ataque con armas blancas. Cabe preguntarse, ¿si esos son los que vienen aquí, quiénes son los que quedan fuera? ¿Cuántos habrá peor, heridos o incluso muertos?

Es posible distinguir, mientras más pacientes de ese tipo van arribando, ciertos rasgos comunes, como que todos son hombres, todos son jóvenes y todos son negros. Un Gobierno que declaró desterrado el racismo no ha podido cambiar la realidad de que la población marginada y que menos oportunidades tiene de superar la miseria imperante es fundamentalmente negra. La sala de urgencias es el reflejo de esa injusticia social.

La población que menos oportunidades tiene de superar la miseria es negra

Pero no están solo los heridos de las riñas callejeras, también están las víctimas de agresiones sexuales y violencia doméstica, mujeres de todas las edades que llegan muy golpeadas al hospital, a veces inconscientes. Es el resultado de la falta de seguridad, del machismo y de la prostitución tan extendidos en La Habana. Algunas de ellas, ni siquiera en el hogar se hallan a salvo. Ante estos problemas, las mujeres se encuentran muy desprotegidas, aunque las autoridades oculten o minimicen su incidencia real en Cuba.

¿Es esta una noche como otra cualquiera? "Esto casi siempre está así, como hoy", cuenta un ambulanciero aparentemente bien adaptado a trabajar junto a enfermeros y policías, captando de cerca una realidad de la cual los medios oficiales jamás se hacen eco y atendiendo heridos que se debaten a veces entre la vida y la muerte.

Las horas más oscuras van pasando y, con ellas, el desvelo parece mitigarse en el Hospital Calixto García. Se ha usado mucho hilo de sutura para cerrar los profundos cortes. A la señora mayor en la camilla se la han llevado ya. Hay silencio. A partir de cierto punto, la madrugada transcurre sin que lleguen casos nuevos, pero no hay un instante definido para saber con certeza si lo peor ha pasado.

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