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La vaca que iba a cambiar Cuba

Ilustración de una vaca. (14ymedio)
Ignacio Varona

04 de agosto 2014 - 06:05

La Habana/Al morir le erigieron una estatua de mármol tamaño natural y cuando la ordeñaban le gustaba escuchar música. Todo el país vivía pendiente de la leche que daba Ubre Blanca, la vaca más famosa de Cuba. Un animal que no sólo dejó su nombre en los Guinness World Records, sino también una estela de gente que la recuerda con afecto o con burla. Un nuevo documental de Enrique Colina recrea la vida de este rumiante y el delirio político y social que generó su exagerada producción láctea.

En menos de 50 minutos, La vaca de mármol repasa aquellos momentos en que todo el futuro del país dependía del ordeño de unas prodigiosas ubres. Con humor y ciertos momentos de verdadero dramatismo, el director y crítico de cine aborda una historia que parece sacada más de la mitología que de la realidad. Ubre Blanca contada por los hombres que la cuidaron, ordeñaron y curaron en la Isla de Pinos, pero también por las voces populares que crecieron escuchando hablar de un futuro donde la leche "correría por las calles".

Colina es un creador que no necesita presentación. Su programa 24 x segundo durante años resultó la crítica cinematográfica más inteligente y amena que se hacía en la televisión nacional. También ha incursionado en la dirección documental, logrando piezas clásicas como Jau, Vecinos y Chapucerías. En 2003, debutó en el cine de ficción con la cinta Entre ciclones. Su obra se ha destacado en el panorama fílmico cubano por el buen humor y la crítica incisiva a los problemas sociales.

En esta ocasión Colina ha volcado su talento en redescubrirnos a Ubre Blanca. Uno de los testimonios más impresionantes que recoge su documental es el de Jorge Hernández, el veterinario que atendió a la célebre vaca durante buena parte de su vida. A través de las declaraciones de este hombre se va componiendo una atmósfera de presión y vigilancia sobre quienes atendían directamente a la recordista mundial en producción de leche. "A este animal no le puede dar ni catarro", había sentenciado Fidel Castro en su primera visita a la granja. Y así tuvo que ser.

Con humor y ciertos momentos de verdadero dramatismo, Enrique Colina cuenta la historia de Ubre Blanca

La vaca Linda Arleen de Estados Unidos había anteriormente inscrito su nombre en los Guinness World Records por su producción de leche. Superar aquel registro se convirtió en una batalla personal de Fidel Castro contra su archienemigo del norte. Ubre Blanca empezó así a ser ordeñada hasta cuatro veces al día, rodeada de inigualables condiciones y con un atento equipo que no le perdía "ni pata ni pisada".

Los cuidados a la vaca incluían darle a probar primero su comida a otro animal, no fuera a ser que estuviera envenenada, esa obsesión del Comandante en Jefe. Los trabajadores de la vaquería vivían prácticamente acuartelados para que no faltara nada a la vaca. "Los ordeños estaban bien, nosotros éramos los que estábamos hechos mierda", refiere décadas después uno de aquellos cuidadores. Así hasta que finalmente Ubre Blanca logró romper el récord y erigirse como la campeona mundial con sus 110,9 litros de leche en un solo día.

Rodeada de fotógrafos y periodistas, con tres ordeños diarios y la presión de un deportista de alto rendimiento, Ubre Blanca enfermó de cáncer de piel y tuvo que ser sacrificada. Su rápido deterioro apunta a una excesiva explotación del animal y a todo el estrés al que estuvo sometida en los últimos años de su vida. Su nombre pasaría a engrosar la larga lista de proyectos fallidos que se le adjudican a Fidel Castro. No volvió a surgir otra Ubre Blanca y la ganadería cubana cayó por el precipicio de la desidia y la ineficiencia.

Con maestría y cierto toque de burla, Enrique Colina repasa también todo el culto a la vaca que se generó con posterioridad a su muerte. Desde el trabajo de los taxidermistas para mantener su piel, hasta la escultura de mármol que todavía está a la entrada de la finca La Victoria donde se dio aquel milagro productivo. Las bromas callejeras y el recelo que dejó aquel espejismo también tienen espacio en el documental.

El sobrecogimiento llega de la mano de un cuidador que aún cree que pasea a Ubre Blanca por los pulcros establos que crearon para ella. Con climatización, pastos especiales y una vigilancia 24 horas, aquella vaca terminó siendo prisionera de su fama y de un testarudo hombre que creyó que un país se gobierna como se manda una vaquería.

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