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La activista saudí Manal Al-Sharif explica por qué se quitó el velo

La líder del movimiento a favor del derecho a conducir cuenta su decisión de quitarse el niqab

Mujer musulmana vistiendo el niqāb. (MOGUL)
Manal Al-Sharif

07 de diciembre 2014 - 07:24

A lo largo de la historia, ninguna prenda de vestir ha suscitado tanta controversia como lo ha hecho el velo o hiyab, una prenda que muchas mujeres en el mundo musulmán se ven obligadas a utilizar a diario. El velo tiene un espectro, por supuesto: que va desde sus representaciones más radicales, como el niqab que cubre toda la cara, hasta pañuelos sueltos que cubren solamente la cabeza.

Arabia Saudí se encuentra en segundo lugar, después de Irán, en emplear la fuerza (el Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio o la policía religiosa), para imponer una forma o color específicos en el velo para todas las mujeres. Y al decir 'todas las mujeres', me refiero a todas: sauditas y no sauditas, musulmanas y no musulmanas por igual.

El enorme tamaño del país implica que cada región de Arabia Saudí tiene una gran diversidad de culturas, dialectos y sectas religiosas. Hasta los años setenta, las mujeres eran libres de usar prácticamente lo que quisieran. Las beduinas, por ejemplo, llevaban ropa y burkas brillantes, y no cubrían ni sus ojos ni su línea del cabello. Las mujeres de la ciudad se vestían con abayas más apretadas en la cintura. Las musulmanas llevaban sus hiyabs de colores y las de otras confesiones vestían con modestia pero sin velo.

Las mujeres de la aldea de mi padre, Tarfa, al noroeste de La Meca, utilizaban ropa brillante con pañuelos de color rosa y blanco, envueltos alrededor de la cabeza y el cuello. Al igual que las beduinas, dejaban sus rostros y la línea del cabello expuestos.

Una niña de diez años a mi lado en un avión me llamó "infiel" cuando levanté mi velo para comer

Todo esto cambió cuando la ola de fanatismo religioso, apoyada por el Estado, golpeó nuestra sociedad. La utilización de la abaya negra y del niqab se convirtió en obligación para todas las funcionarias y para entrar en las escuelas y las universidades. El uso del hiyab negro fue impuesto a todas las mujeres no saudíes, independientemente de su religión o creencia. Era impensable ver a una mujer en mi ciudad natal, La Meca, que no llevara el niqab. Enseñar el rostro era un tabú social, era haram (pecado). Durante esa época se distribuían folletos diciendo que el hecho de cubrirse el rostro era lo que separaba a la mujer musulmana de los infieles. El fanatismo se extendió incluso hasta los niños: antes de que yo me quitara el niqab para siempre, una niña de diez años a mi lado en un avión me llamó "infiel" cuando levanté mi velo para comer.

Uno folletos distribuidos durante el período del despertar islámico decía: "Mi hermana musulmana, hoy enfrentas una guerra implacable y astuta librada por los enemigos del Islam con el fin de llegar a ti y separarte de tu fortaleza impenetrable. Una de las cosas que estos enemigos del Islam están tratando de desacreditar y eliminar es el hiyab. ¡Algunos de ellos incluso dijeron que la situación en el Oriente no mejorará hasta que el hiyab se haya levantado de la cara de la mujer y se lo utilice para cubrir el Corán! "

Esta misma ideología se exportó fuera de Arabia Saudí por el poder del petrodólar. Recuerdo los días de la guerra de Bosnia (1992-1995), cuando Riad envió ayuda a la población sitiada en Sarajevo. Las responsables de la operación distribuyeron hiyabs a las mujeres asediadas junto con las cajas de alimentos.

Se llegó al punto en el que la única interpretación aceptable del hiyab islámico en Arabia era que las mujeres envolvieran su rostro y cuerpo completamente en negro. Aunque para cualquier persona de fuera una mujer saudí se ve completamente indistinguible de las demás, los locales desarrollaron una habilidad única para reconocerlas a pesar de encontrarse totalmente cubiertas de negro. Mi padre, por ejemplo, me distinguía entre las docenas de otras chicas fuera de la escuela o la universidad; él nunca me confundió con alguien más. Del mismo modo, nunca dejó de reconocer a nuestras familiares o amigas si nos encontrábamos con ellas en el centro comercial o en la mezquita.

Los jóvenes desarrollaron una forma de percibir la edad de una niña y su físico solamente observando su forma de caminar

Desarrollamos una gran sensibilidad a las características y atributos de los que nos rodean: su voz, su forma de llevar el niqab, sus ojos, su forma de caminar, e incluso el tipo de abaya, bolso y calzado que llevaban. Los jóvenes desarrollaron una forma de percibir la edad de una niña y su físico solamente observando su forma de caminar.

Después vinieron los años noventa, que trajeron consigo a los canales de televisión vía satélite. Tras el cambio de milenio, se desarrollaron nuevas formas de comunicación, como Internet y los teléfonos inteligentes. A través de estas tecnologías, por fin tuvimos acceso a puntos de vista que desafiaron a la perspectiva que se nos había presentado por tanto tiempo como la única opción correcta. Era el único, nos decían, que sigue el camino del Profeta, el que verdaderamente representa al Islam. Nuestra sociedad conservadora comenzó a plantearse preguntas y dudas.

Una de las primeras cosas que se cuestionó fue la estricta interpretación wahabí del hiyab. Sin embargo, para mí, personalmente, eso no hizo el asunto más fácil. Cuando decidí quitarme el niqab en 2002, me enfrenté a una amarga guerra con mi familia y con la sociedad. Mi madre llevaba el niqab desde el período del despertar islámico, y aunque ella se lo quitaba en nuestros viajes fuera de Arabia, se opuso al hecho de que lo removiera en casa. La razón era social, no religiosa: "Hija mía, ¡nadie va a casarse contigo si muestras tu cara!".

Si las personas con las que me encontraba en las calles de La Meca sabían que era saudí, me enfrentaba a duras miradas de desaprobación. Un día estaba practicando el tawaf (un ritual de peregrinación), y el observador, cuyo trabajo consistía en regular los movimientos de personas, me reprendió en voz alta por mi falta de niqab. "¡Cúbrete la cara, mujer!", gritó varias veces. La tercera vez, usé mi dedo para señalar a las personas que me rodeaban: "Todas estas mujeres con las caras descubiertas, ¿son desobedientes también? ¿O solamente yo estoy pecando porque soy saudí?". Completé el resto de mis círculos sin oír una palabra más.

Me vi obligada a traer dos "verificadores de identidad" masculinos para certificar quién era yo, a pesar de llevar la tarjeta de identificación conmigo

Aunque yo no llevaba el niqab en la calle o en mi lugar de trabajo, una vez tuve que pedirlo prestado a una amiga para entrar a la sala de un tribunal, ya que a las mujeres no se les permitía acceder a las instalaciones gubernamentales, y a las cortes en particular, con la cara descubierta. Me vi obligada a traer dos "verificadores de identidad" masculinos para certificar quién era yo, a pesar de llevar la tarjeta de identificación conmigo.

Aunque dejar de cubrirse los rostros podría haber sido el cambio más grande en la sociedad saudí, no fue lo único que las mujeres se atrevieron a hacer. Un grupo de chicas en Yeda comenzó a llevar abayas de colores. Túnicas de color gris, azul marino y marrón oscuro se podían ver en las tiendas de ropa de la ciudad. Cuando estos colores comenzaron a aparecer en Riad, la policía religiosa lanzó una campaña de confiscación de las prendas en las tiendas. "Si esto fue su reacción al marrón y gris", me preguntaba, "¿cómo iban a reaccionar ante el rosa o rojo?". Quería probarlo.

Fui a una tienda en la que generalmente compraba y pregunté si me podían hacer una abaya colorida, pero la dueña se negó rotundamente: "Si una abaya de color fuera vista en mi tienda, yo sería interrogada y hostigada por los hombres de la policía religiosa". Sin embargo, mis amigos me recomendaron una tienda en la cual no tuvieron problema alguno con diseñar abayas coloridas para sus clientes y mantenerlas fuera de la vista de la policía religiosa.

Otro cambio significativo ocurrió en el simbolismo de la abaya: su significado ya no era solo de carácter religioso y social. Por el contrario, pasó a ser tratado como un artículo de moda, con tendencias que iban y venían con el tiempo al igual que con cualquier otra prenda de vestir. Surgieron diseñadores de moda que se especializaron en la creación de abayas y llevaron a cabo desfiles de moda para promocionar sus últimas líneas.

Dependiendo de la fama del diseñador, la calidad de la tela y los materiales utilizados en el bordado, los precios podrían ser de hasta decenas de miles de riales cada uno. La abaya para ir al trabajo o al centro comercial se caracterizó por su sentido práctico, mientras que las abayas para ocasiones especiales se distinguían por su bordado y diseño de lujo.

A pesar de todos estos cambios, la fuerza del Estado siguió imponiendo la abaya negra en público. Los defensores de esta práctica sostenían que ayudaba a preservar la virtud y facilitaba la aplicación de la Sharia (ley islámica). Sin embargo, pasaron por alto que la imposición de una determinada forma de vestir en un sector de la población era un precedente que nunca antes se había fijado en la historia del país. La sociedad tuvo por mucho tiempo la libertad de elegir la forma y el color de la ropa, y las autoridades no se preocupaban por la misma, siempre y cuando fuera decente.

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Este articulo fue publicado originalmente en MOGUL, una plataforma global de noticias enfocadas en informar a mujeres por todo el mundo. Puedes encontrar más artículos de MOGUL en inglés aquí.

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