Con detectores de mentiras en lugar de urnas, otro gallo cantaría

Un grupo de personas se disponen a votar en el referendo constitucional. (14ymedio)
Un grupo de personas se disponen a votar en el referendo constitucional. (14ymedio)
Ariel Hidalgo

27 de febrero 2019 - 12:16

Miami/Casi dos millones y medio de cubanos se negaron a apoyar un proyecto constitucional que perpetúa la condición del país como feudo privado de un grupo que rige a su pueblo con mano de hierro desde hace seis décadas. Y hubieran sido muchos más si la policía no hubiera reprimido a los opositores por hacer campaña por el No, si no se hubiera ejercido la intimidación sobre electores y observadores voluntarios que tuvieron el valor de intentar vigilar los escrutinios, si no hubieran impedido la participación de muchos que habrían votado contra el proyecto, y si no se hubieran demorado, injustificada y sospechosamente, para dar a conocer los resultados.

No obstante, a pesar de todas estas irregularidades, esta cifra de ciudadanos que no dieron su aprobación a la propuesta, y que los opresores no pudieron ocultar, demuestra claramente, a mi juicio, dos cosas: la existencia de una parte de la población nada despreciable en desacuerdo con la situación actual del país, que incluso considerándola una minoría, no puede, por su magnitud, ser ignorada, no sólo por el resto de la población, sino además, por la opinión pública mundial, y que debe ser respetada en sus derechos; y por otra parte, un creciente avance en la conciencia, no tanto de todo el pueblo, como de una generación nacida cuando ya esta dictadura sexagenaria se había afianzado en el poder.

No pueden decir ya, hablando categóricamente, que el pueblo de Cuba apoya a eso que llaman "revolución", como hacían hasta ahora, cuando los porcentajes de apoyo en las urnas sobrepasaban los 90

No pueden decir ya, hablando categóricamente, que el pueblo de Cuba apoya a eso que llaman "revolución", como hacían hasta ahora, cuando los porcentajes de apoyo en las urnas sobrepasaban los 90. El resto eran los "apátridas", porque ahora tendrían que englobar con este epíteto a casi la tercera parte del pueblo. Desde ahora, si quieren ser precisos, tendrían que reconocer, en concordancia con los datos oficiales que ellos mismos brindaron, que parte de ese pueblo no lo apoya.

Y como esta historia no concluye aún, veremos más adelante quiénes son los verdaderos apátridas. Porque si hablamos de la mayoría que sí lo apoyó marcando el Sí, lo hicieron por miedo, por esa psicopática condición infectada desde arriba, de la incoherencia entre el pensar, el hablar y el actuar, porque si en los colegios electorales, en vez de urnas, hubiese detectores de mentira, otro gallo cantaría. Las principales cadenas van por dentro. Es preciso romperlas. Lo que le falta a casi todo ese electorado que votó por el Sí, no es conciencia de la ilegitimidad y fatídica operatividad de este régimen -de esto casi todos están convencidos-, sino de voluntad de cambio.

Si bajo una dictadura los ciudadanos dejan de idolatrar a quien gobierna, si dejan de creer en la invencibilidad de los opresores, si creen alcanzar un futuro mejor, si dejan de temer que el poder los excomulgue y los reprima, si perciben que pudieran prosperar mucho mejor que recibiendo las dádivas de los opresores, y si toman conciencia de sus derechos y se perciben a sí mismos como personas libres, esa sola convicción los hará libres, porque comenzarán a actuar como tales, y entonces no habrá tanques ni escuadrones armados que los detengan.

Los gobernados tienen la capacidad de hacer que los gobernantes cambien su forma de gobernar, porque los que mandan necesitan de aquellos que obedecen y nadie gobierna sin el consentimiento de los gobernados

Los gobernados tienen la capacidad de hacer que los gobernantes cambien su forma de gobernar, porque los que mandan necesitan de aquellos que obedecen y nadie gobierna sin el consentimiento de los gobernados. Si éstos dejan de obedecer, aquellos dejan de mandar. Si el gobernante va por un camino y el gobernado por otro, se pierde la gobernabilidad y aquel se ve forzado a rectificar el rumbo, ¿Acaso no recuerdan cuando a pesar de que las paladares y la circulación del dólar estaban prohibidos en el Período Especial había una paladar en cada barrio y gran parte del pueblo manejaba dólares, y el Gobierno se vio obligado a legalizarlos? Pero si los gobernantes se aferran a sus caprichos, la respuesta será el no acatamiento, y como no hay cárceles para arrestar a millones de personas, el gobernado deja de ser gobernado y el gobernante, gobernante.

Los oprimidos podrán, así, conquistar la libertad sin odios ni violencia. Porque "los sin poder", unidos, son más poderosos que el poder.

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