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La jugada maestra de Obama contra el castrismo

El presidente Barack Obama habla con su homólogo Raúl Castro sobre las nuevas medidas encaminadas a aliviar el embargo. (@WhiteHouse)
José Gabriel Barrenechea

26 de septiembre 2015 - 09:51

Santa Clara/Después de leer el artículo de Elier Ramírez publicado por Cubadebate el pasado sábado 19, no puedo más que diferir de su opinión. Según Ramírez, el restablecimiento de relaciones entre Cuba y EE UU es una victoria de la resistencia del pueblo cubano ‒bajo la sabia e inmaculada guía de Fidel Castro y el apoyo de América Latina y el Caribe‒ que obligó a los estadounidenses a dejar la Isla en un segundo plano y a enfocarse en la destrucción de la revolución venezolana para provocar un efecto dominó que saque del poder a las izquierdas del continente.

Independientemente de las diferentes interpretaciones a propósito de lo que ocurre en la Cuba de hoy, y desde hace mucho más de cincuenta años, lo cierto es que Elier Ramírez se equivoca si cree que con su nueva política EE UU ha dejado a la Isla en un segundo plano. Si algo han aprendido los americanos es que a Cuba y a los cubanos no se los puede dejar nunca en planos secundarios. Con el restablecimiento de relaciones con La Habana, el presidente de EE UU, Barack Obama, no ha hecho más que una jugada maestra que para nada favorece al castrismo, y menos aún en su relación con el área latinoamericana.

Que el Estado más poderoso de la Tierra mantuviera completamente arrinconada a Cuba solo podía animar a la solidaridad, o por lo menos a la simpatía, incluso de aquellos cuyas ideas filosóficas, políticas, sociales o económicas estuvieran en las antípodas del régimen de La Habana.

Cuba está comenzando a salir del acoso de EE UU y, ante muchos latinoamericanos, lo que hasta ahora no se veía por estar en un muy retirado segundo plano pasa definitivamente al primero

Por esta especial circunstancia, Latinoamérica, salvo unas pocas excepciones, no podía ver a la Cuba de Fidel Castro con los ojos de la razón, sino con los de los sentimientos, algo muy preocupante en una región en la que las personas tendemos de por sí a mirar mucho más con esos engañosos últimos ojos.

Con lo sucedido el 17-D, la situación ha dado un viraje de 180 grados. Cuba está comenzando a salir del acoso de EE UU y, ante muchos latinoamericanos, lo que hasta ahora no se veía por estar en un muy retirado segundo plano pasa definitivamente al primero. Se trata de la espantosa realidad de una nación latinoamericana que, bajo la dictadura más completa que se haya vivido en este hemisferio desde los tiempos del Paraguay de José Gaspar Rodríguez de Francia, ha pasado de ser uno de los países más prósperos de la región a uno de los más pobres, y del cual absolutamente todos los estratos de la sociedad tratan de escapar, algo no habitual en los selectivos patrones de emigración regional.

Al verse la Cuba de Raúl Castro en toda su tenebrosa (im)plenitud, sin la interferencia de los naturales sentimientos de simpatía hacia el más débil, acosado por alguien muchísimo más poderoso, también se ve algo más: hacia dónde parecen querer llevar a Latinoamérica las nuevas izquierdas.

La jugada de Obama no es dejar a Cuba en un segundo plano para ocuparse de una Venezuela que supuestamente arrastraría a su vez al régimen de la Isla en su caída (de hecho no me queda claro que los americanos estén muy empeñados en tumbar al Gobierno de Nicolás Maduro). Por el contrario, lo que pretende Obama es concentrarse todavía más en Cuba, pero de una manera nueva y más sutil, al dejarla al desnudo como los niños del cuento dejaron a su rey en medio de la multitud. El objetivo inmediato de esta jugada estadounidense en su política hacia Latinoamérica es colocar en una incómoda posición a las izquierdas de la región.

Lo que pretende Obama es concentrarse todavía más en Cuba, pero de una manera nueva y más sutil, al dejarla al desnudo como los niños del cuento dejaron a su rey en medio de la multitud

Ahora que Cuba sale del acoso, muchos en Latinoamérica, incluidos no pocos sinceros seguidores del socialismo del siglo XXI, se preguntan sobre qué bases se dará la integración regional que los mismos líderes de ese socialismo pretenden impulsar. Porque en su discurso rara vez se ha escuchado hasta ahora más que elogios para el sistema cubano. En la nueva situación la izquierda latinoamericana, si es que quiere seguir siendo creíble para sus electores, no puede más que adoptar una posición clara, y crítica, ante la Cuba de Raúl Castro.

El objetivo clave sigue siendo Cuba. Los americanos saben bien que es el foco del izquierdismo neo-castrista que recorre América Latina desde finales del siglo pasado, no Caracas. Solo que ahora la táctica es distinta, se basa en la idea demoledora que sostiene que la verdad nos hará libres, quitemos todos los estorbos a su plena percepción.

¿Tendrá el castrismo suficiente habilidad para saber replicar a esta sutil jugada? Si este artículo es parte de esa respuesta no puedo más que expresar mis serias dudas, y mi regocijo al comprobar que todo parece indicar que tiene sus días contados.

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