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Ambulantes o caminantes

Yoani Sánchez

16 de noviembre 2011 - 17:00

“Quiero una rosquita con merengue”, decía el niño de uniforme rojiblanco a un vendedor que no paraba de caminar de aquí para allá. Una banda de tela ancha le baja a éste desde los hombros y sostiene la caja de madera y acrílico repleta de panetelas, bizcochos y pasteles. Tony es el dulcero más conocido del barrio. Abrió su primer kiosco de confituras hace más de una década y ha pasado por todas las etapas del emergente sector privado en Cuba: el entusiasmo, el fastidio, los números que no cuadran y hasta la devolución de la licencia. Ahora vive un nuevo renacer junto a los 346 mil trabajadores por cuenta propia que –especialmente en el último año– se hacen notar por las calles de todo el país.

Esta vez, Tony no quiso mantener la caseta diminuta donde vendió tantos turrones de maní en las afueras de la terminal de trenes de Tulipán. Los altos precios de arrendar un área estatal le hicieron desistir de su viejo puesto entre el bullicio de la avenida y el pitido de las locomotoras. Hábilmente, se percató de que la licencia de “vendedor ambulante” tenía gravámenes más bajos y decidió lanzarse a caminar las esquinas y las afueras de las escuelas. Calculaba que así no debía gastar en electricidad ni salvaguardar su kiosco con media docena de candados para que no le robaran en la noche, mucho menos tendría que aceptar a los policías comiendo sin pagar en el pequeño mostrador. Renunciar a un espacio fijo para tener la movilidad de sus dos piernas parecía ofrecerle sólo ventajas.

Sin embargo, en las letras pequeñas del contrato de “vendedor ambulante” no queda claro cuánto tiempo puede permanecer Tony parado en un mismo lugar. Cada inspector interpreta a su manera la estadía permitida a estos “dulceros nómadas” en un sitio . Así que, en lo que va de mes, nuestro emprendedor de barrio ha gastado tanto en pagar multas y en regalar magdalenas a esos implacables supervisores que los altos números de su licencia anterior se le han quedado chicos. Ahora, Tony tiene una fila de niños detrás pidiéndole una rosquita aquí, una empanada de hojaldre allá, sin poder detenerse. Camina desde la calle Boyeros a la presumida avenida 26 y se pregunta por qué este sector emergente tiene que quedar atrapado entre tantos absurdos, entre tantas limitaciones. Una decisión está tomando forma en su cabeza: la de pasar a formar parte de ese 25 % de cuentapropistas que ha cancelado definitivamente su licencia.

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