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Contra la desmemoria

Yoani Sánchez

24 de noviembre 2008 - 00:47

 

 El mediodía de este sábado nos encontró en la carretera rumbo a Pinar del Río. La hierba al lado de la vía ya ha crecido, pero las palmas deshojadas recuerdan que el desastre ocurrió hace sólo dos meses. La vida va más lenta, como si Ike y Gustav hubieran remarcado la imagen decimonónica que ya tenían estos campos. Si no fuera por un viejo tractor aquí y una torre eléctrica allá, uno creería que ha viajado dos siglos -hacia atrás- en el tiempo. Algunas casas llevan nuevas cubiertas de asbesto cemento, que serán alimento para los vientos del próximo huracán.

Las dos mochilas de medicinas y ropa, que hemos acopiado entre amigos, resultan muy limitadas para todas las necesidades que nos salen al paso. Los alimentos escasean, sobre todo –vaya ironía- aquellos que provienen del surco. Hasta los niños, que normalmente apartan el pepino del plato, extrañan el peculiar sabor de esta hortaliza. La tierra demora en cicatrizar. El pequeño agricultor autónomo ha visto aumentar las presiones para vender su cosecha al Estado y no a los mercados libres, donde podía obtener mayores ganancias. Esto genera desinterés para producir y tarimas vacías en los puntos de venta. Otra vez, como en aquellos adversos años noventa, es necesario salir de la ciudad para comprar algo de yuca, cebolla o un pedazo de cerdo.

Entre La Habana y Pinar del Río dos puntos de control policial escogen autos al azar y verifican que nadie trafique con leche, queso o viandas. Al igual que esos sofisticados aparatos médicos para mirar en el interior del cuerpo humano, la gente ha bautizado estos registros como “somatón”. En los intervalos menos vigilados de la carretera, vendedores ilegales muestran su mercancía y se esconden cuando pasa un auto con chapa oficial.

Aunque para los medios informativos el desastre es una noticia que va desvaneciéndose, en la vida de los damnificados es el titular de cada día. Hay que evitar que la desmemoria tape esa situación, que el triunfalismo nos haga creer que ya todo ha pasado, que la avalancha de reportajes positivos nos engañe con la profundidad de la catástrofe. Les recuerdo a todos que hay que ir a las zonas afectadas, entregar directamente las ayudas y recoger los testimonios allí. Los vientos huracanados siguen soplando en la vida de esas personas y no van a disminuir porque nos tapemos los oídos.

 

 

 

 

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