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Se extinguen las palabras

Yoani Sánchez

06 de marzo 2008 - 01:26

He notado, desde hace varios años, que hemos dejado de usar frases conciliatorias como “disculpas”, “perdón” y “lo siento”. Frente a una metedura de pata, preferimos insistir en la torpeza, que reconocer que hemos fallado. Alguien ha inscrito en ese absurdo código de la “hombría nacional”, junto a las risibles frases de “hombre que es hombre no toma sopa, no come dulce, etcétera, etcétera…” algo como “cubano que es cubano, no pide disculpas”.

Recuerdo la hilarante anécdota de un amigo, cuyo dedo fue “aplastado” por el fino tacón de una dama que pasó por su lado. Ante la evidencia de que ella no se disculparía él se le acercó y le dijo “Perdón señora, por ensuciarle la suela del zapato”. A la mujer no le gustó nada la ironía y estuvo a punto de propinarle a su “víctima” otro pisotón en el mismo dedo. Todo por no pronunciar las mágicas palabras que evidenciaban su arrepentimiento ante el error cometido.

Cuántas veces no hemos sido mal atendidos, vilipendiados o ignorados por un camarero que es incapaz de articular algo como “lo lamento, señor”. Una frase como esa no resuelve todo el problema, pero al menos deja la sensación de que no hay alevosía en el mal servicio. Sin embargo, el récord de disculpas pendientes lo tienen los burócratas y los políticos, con ellos hemos pasado este “curso intensivo de no lamentar nada”.

Somos alumnos aventajados de un gobierno que en estos casi cincuenta años de “bailar solo” en la pista de nuestra política, jamás ha pedido disculpas por nada. Nos hemos quedado esperando la necesaria mea culpa por la ofensiva revolucionaria de 1968, por la atrocidad de los mítines de repudio, por la dependencia soviética, por los sucesivos y desastrosos planes económicos que nos condujeron a esta asfixia productiva, en fin, la lista es tan larga y tan dramática que más que un “lo siento” exige un prolongado acto de “autoflagelación pública”.

Pero bueno, ya sé que los políticos nunca piden disculpas. Por eso nosotros, pequeñas copias de ellos, a los que imitamos en la repetición de las consignas y en las poses tribúnicas, también los emulamos en eso de no pedir perdón. Para qué, diría la señora que pisó a mi amigo, ya tenemos el dedo aplastado y por allá arriba ellos no quieren ver que tienen la suela “sucia”.

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