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Risas y congreso

Yoani Sánchez

15 de abril 2011 - 21:36

Reírse sigue siendo una cura efectiva contra los tropiezos cotidianos. De ahí que en esta Isla al desplegar los labios en una sonrisa lo hacemos más por auto terapia que por felicidad. Después, los turistas nos toman fotos y se van diciendo que este es un pueblo alegre que no pierde el humor ante las dificultades. ¡Ay los turistas y sus explicaciones! Le dan la vuelta al mundo con la instantánea de aquella carcajada que precedió en nuestro rostro al gesto de angustia o con la imagen de la contentura que nos embargó al resolver –después un año de gestiones– los espejuelos graduados para el niño.

También desternillarse puede resultar una medicina preventiva para evitar las decepciones que sobrevendrán. Quizás por esa razón, cada vez que pregunto a alguien acerca de las posibles reformas que brotarán del sexto congreso del PCC, me responde con una risita, con un “jijiji” de tono irónico. Acto seguido se encoje encoge de hombros y suelta una frase como “bueno, no hay que hacerse ilusiones… va y a lo mejor autorizan comprar casas y autos”. Concluye sus palabras con otro enigmático mohín de regocijo, que me confunde más aún. Difícil saber si la mayoría de mis compatriotas prefiere hoy que se aprueben transformaciones en el cónclave partidista o que se produzca un fiasco para evidenciar la incapacidad del sistema de reformarse.

Aunque las expectativas se han desteñido bastante en los últimos meses, algo queda de ellas y, sobre todo, entre los más desposeídos materialmente y entre los más aferrados ideológicamente. La imagen de un Raúl Castro pragmático ha cedido lugar a la del gobernante dubitativo y atrapado por una coyuntura que lo supera. El congreso que algunos supusieron reformador, ha tardado demasiado y perdió con esta espera muchas de las esperanzas que una vez desató. Detrás de la sonrisa enigmática de choferes de alquiler, vendedores de pizzas, estudiantes y hasta militantes del partido, se encubre ahora la insolencia de quienes saben cuán poco cambiaran las cosas y usan la burla silente para vacunarse –de antemano– contra esa frustración.

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