Agua en el techo y sequía en las cocinas, junio irrumpe con fuerza en Matanzas
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Entre el peligro de derrumbe y los problemas del acueducto, este mes multiplica los desafíos cotidianos
Matanzas/Junio está lleno de paradojas en la ciudad de Matanzas. Las lluvias tocan a la puerta de los residentes en la ciudad mientras el suministro de agua potable escasea. Humedad en las fachadas y sequía en las tuberías, muros que se agrietan por el peso del chaparrón y pilas de las que no sale ni una gota. Entre el peligro de derrumbe y los problemas del acueducto este mes multiplica los desafíos cotidianos.
El musgo se extiende por la pared hasta la puerta de Andrea, en el barrio de Pueblo Nuevo. Construida a principios del siglo pasado, a la vivienda se le cuela el agua por las rendijas y sus moradores temen el colapso de los ladrillos. "Las tejas del techo están partidas y llueve más adentro que afuera, tengo que ponerle nylon al colchón de la cama y al sofá, porque las goteras son grandísimas", cuenta a 14ymedio.
Las filtraciones llevan décadas acosando a la familia de Andrea quien, después de años lidiando con el entramado burocrático, logró obtener un subsidio para comprar materiales de construcción. La alegría de haber conseguido lo que parecía un imposible le duró poco a la matancera. Con los papeles en la mano, comprobó con frustración que el abastecimiento de tejas, bloques, cemento y arena de los rastros locales estaba prácticamente agotado o destinado a "obras priorizadas", la mayoría del sector estatal.
"La famosa comisión que atiende a los subsidiados me hizo la visita cuatro veces, contaron hasta la última rajadura de la casa pero ahora me dicen que no hay disponibilidad de los materiales que necesito"
"La famosa comisión que atiende a los subsidiados me hizo la visita cuatro veces, contaron hasta la última rajadura de la casa pero ahora me dicen que no hay disponibilidad de los materiales que necesito". Cuando se acerca el verano, mientras otros calculan que las lluvias multiplicarán los mangos y los aguacates en sus patios, y con ellos el dinero en sus bolsillos, Andrea se prepara para lo peor.
Las cazuelas, cubos y pomos colocados en el suelo para recoger las gotas de lluvia que caen desde el techo se multiplican por toda la casa. Los electrodomésticos son los que más sufren la humedad que se extiende por toda la vivienda, hace proliferar el moho, aumenta las alergias de los residentes y pone en peligro al hijo asmático de la mujer.
En ese mismo escenario, compartiendo espacio con las filtraciones, la cocina de Andrea es el lugar donde se almacena el agua que hay que acarrear desde un lugar a varias cuadras de distancia. Dos veces a la semana, la familia alista su improvisada carretilla, coloca encima un viejo tanque que alguna vez contuvo aceite vegetal, algunos garrafones y una decena de pomos.
Sorteando los huecos y los baches, anegados por los aguaceros de estos días, la familia llega hasta el lugar donde se abastece de agua. Una fina llovizna los hace apurar la operación y regresar cuanto antes a su vivienda en la calzada de Tirry. Justo cuando entran por la puerta el aguacero se hace más fuerte y los obliga a concentrarse en otra tareas urgentes: proteger el televisor, cubrir las camas y colocar las palanganas debajo de las filtraciones.