Desde lo alto de la lujosa Torre K, los tejados de La Habana reflejan la miseria y la decadencia
Crónica
En la cafetería cobran por adelantado a los pocos clientes que pagan en pesos cubanos
La Habana/Tres meses después de abrir sus puertas, el Iberostar Selection La Habana, que ocupa el polémico rascacielos situado en la céntrica avenida 23 conocido como Torre K, es un hotel fantasma. Luego de su postergada inauguración, el establecimiento se ha tomado su tiempo para ir poniendo en marcha todos sus servicios al público en general. Pero el público no termina de llegar.
La cafetería Avenida 23, en la planta baja y con vistas a la calle K, abrió al fin el pasado domingo. Perfectamente climatizada, con olor a nuevo y decorada en azul y amarillo –en los llamativos tonos de la bandera de Ucrania–, estaba este jueves completamente vacía.
Se trata del único espacio del hotel donde se puede pagar en pesos, además de en dólares, y al cambio oficial de 1 por 120 –con lo cual sale más económico abonar en moneda nacional–. En ningún caso se acepta efectivo: o con tarjeta bancaria o con la Clásica de prepago en divisa. Esta modalidad ofrece un descuento del 10% en todos los hoteles, e Iberostar no es una excepción.
Dados los precios, sin embargo, no es de extrañar la ausencia de clientes nacionales. Lo más barato es el plato de “patatas” fritas (así escrito, en español de España), a 420 CUP (3,5 dólares), y lo más caro, las hamburguesas de res o “doble” de cerdo, a 1.920 pesos (16 dólares). Cerca de este último precio están los platos principales, como la hamburguesa simple de cerdo (1.550 pesos o 13 dólares), la pasta con albóndigas (1.440 pesos o 12 dólares) o el sándwich cubano (1.320 pesos o 11 dólares). Las ensaladas tampoco son baratas (con maíz y queso, 960 CUP u 8 dólares, y de pollo, 1.200 o 10 dólares), en un rango de precios similar al de la pasta con tomate.
El lugar tiene combos de desayuno (entre los 960 pesos y los 1.200) y una variedad de postres entre 600 pesos (5 dólares) y 720 (6 dólares). Eso sí, el pago es por adelantado como atestiguó este diario: cobran antes de que traigan el pedido. ¿No confían en los clientes que pagan con pesos? La camarera ríe ante la pregunta.
En el moderno espacio, diseñado bajo la supervisión del interiorista habitual de Iberostar, el mallorquín Juan José Deudero Alorda, lo único molesto era, a todo volumen, la televisión, donde se emitía un programa estadounidense doblado al español con acento mexicano.
Más agradable es el sonido ambiente en el resto del hotel, un hilo musical instrumental agradable y poco invasivo. Es, por lo demás, casi lo único que se escucha, porque el establecimiento lo pisa muy poca gente. Ya desde la entrada, impresiona sentirse observado por los empleados, vestidos de uniforme verde. En la recepción, piden la identificación a todo visitante, aunque no sea huésped.
Tampoco se veían por los pasillos a ningún cliente, extranjeros incluidos, para quienes los precios –la estancia va de los 1.200 a los 2.000 dólares por una semana con alojamiento y desayuno en una de sus 594 habitaciones– son más accesibles que en hoteles similares en otros países.
Ni siquiera la gran atracción del edificio, el mirador del piso 41, en cuyo Sky Bar pasaba el rato aburrida una empleada, concita público. Desde allí arriba, el punto más alto de La Habana, se ve la ciudad como nunca antes. Y solo el océano parece libre de la decadencia.
Los emblemáticos edificios Focsa o Habana Libre, que fueron los más altos de la capital, lucen empequeñecidos y deteriorados. Jugar a identificar el Castillo del Morro, el Hotel Nacional, el Memorial José Martí o la decena de edificios erigidos en los años 50, antes de que la Revolución barriera la modernidad, solo produce desazón. Desde la Torre K, la miseria es patente en cada uno de los tejados.
Más bajo pero con otro mirador y una vista igualmente excelsa hacia el este, el piso 32 del Iberostar se vende como la “Recepción VIP”. Un restaurante –Habana Selfies–, con salón interior y mesas en el balcón, y una piscina –el establecimiento tiene dos–, rodeada de hamacas y sillones rojos, reciben al visitante.
Las trabajadoras que atienden ese espacio explican que viernes y sábados sí suele “estar más lleno”, pues hay espectáculos en vivo, “bandas que tocan música cubana, música española…”
“Esto es un hotel fantasma, caballero, te pierdes allí adentro y no te encuentras en los pasillos a nadie a quien preguntar”, cuenta un habanero que visitó el hotel en compañía de una amiga extranjera. “Todo es muy moderno, es verdad, los baños automáticos, los elevadores que hablan, y las vistas son espectaculares, maravillosas, pero parece más un edificio de oficinas que un hotel de lujo”.
Para este joven, que ha viajado en alguna ocasión a México, “donde el lujo es lujo de verdad”, refiere, la Torre K es “lujo prefabricado”. Además, opina, “en cualquier paladar se come y se bebe mejor y más barato”.
Cuando, a principios de marzo, abrieron las reservaciones al público en general –unos días antes sus habitaciones sirvieron solo para alojar a los visitantes del Festival del Habano–, una fuente vinculada a Iberostar, la segunda compañía hotelera española con más presencia en Cuba después de Meliá, había confesado la preocupación que existía en la gerencia por la mala imagen que ya se había ganado entre los ciudadanos. “La gente va a asociar al hotel con un aumento de la miseria”, comentó a 14ymedio.
El joven visitante abunda en esta impresión: “Es un gasto horripilante, tremebundo, innecesario. Y no es para que una mole como esa esté prácticamente vacía, con todas las luces encendidas, todos los sistemas funcionando y sin clientes. Es fantasmal. ¿Cómo van a recuperar la inversión?”.