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Artemisa añora sus raíces pinareñas

Lo que nació como un experimento territorial para reducir la burocracia y mejorar la productividad no acaba de brindar los frutos anunciados

Candelaria era un municipio que antes de enero de 2011 pertenecía a la provincia de Pinar del Río y ahora forma parte de Artemisa. (14ymedio)
Bertha K. Guillén

08 de noviembre 2017 - 19:57

Candelaria/Gritaron, clamaron por sus jugadores e insultaron a los contrarios. Las pasiones afloraron este sábado durante un partido de béisbol entre los Cazadores de Artemisa y los Vegueros de Pinar del Río. El nacimiento de dos nuevas provincias hace seis años alimenta leves conflictos regionales y no acaba de exorcizar los demonios burocráticos.

Una afición deportiva dividida es el menor de los problemas para los pobladores de Candelaria, un municipio que antes de enero de 2011 pertenecía a la provincia de Pinar del Río y ahora forma parte de Artemisa. Lo que nació como un experimento territorial para reducir la burocracia y mejorar la productividad no acaba de brindar los frutos anunciados.

Unos meses antes de que se concretara la división, los candelarienses amanecieron con la noticia de que la parte rural de la antigua provincia La Habana, con una población de 750.000 habitantes y a la vanguardia de la producción agrícola, iba a ser dividida en dos para lograr "más racionalidad y ahorro", según una decisión gubernamental aprobada en el Parlamento.

Desde ese momento Cuba tuvo 15 provincias, una estructura que cambió la división territorial que databa de 1976, cuando la Isla pasó de 6 a 14 entidades administrativas. Mayabeque, con San José de las Lajas como capital, y Artemisa se repartieron el territorio de la provincia de La Habana.

El golpe para los habitantes de Candelaria vino cuando tuvieron que digerir la noticia de que no estarían dentro del territorio pinareño sino que formarían parte de una nueva provincia

Hasta ahí, poco afectaba a Candelaria, un poblado ubicado a 84 kilómetros de la capital nacional. El golpe vino después, cuando los habitantes de la comunidad, fundada en 1816, tuvieron que digerir la noticia de que no estarían dentro del territorio pinareño sino que iban a formar parte de una nueva provincia.

"Era una cuestión de tradición y nombre", reflexiona Agapito Junquera, de 82 años y residente en la periferia de Candelaria. "No es lo mismo pertenecer a algo que tiene una historia, a tener que formar parte de un experimento", se queja el lugareño. Su hija Roxana, de 40 años, no comparte esa opinión.

"Algunos trámites burocráticos ahora no son tan complicados como sacar una certificación de nacimiento, porque el Registro Civil ya no tiene tanta cola, pero a nosotros, como guajiros, lo que más nos importa es el tema de la venta de nuestros productos y en eso casi nada ha cambiado", lamenta la mujer.

La Empresa Acopio ha controlado durante décadas, como intermediaria entre los productores privados y el Estado, buena parte de la venta desde el campo hacia las tarimas de los mercados. Uno de los sueños de los artemiseños era que su recién estrenado territorio creciera sin ese cepo.

"Fue como volver a nacer, porque hasta el carné de identidad me cambió", cuenta Luis Pascual, residente en Candelaria. El productor agrícola, graduado como maestro de marxismo, describe aquellos días: "Estábamos atentos a la televisión porque la gente esperaba que iban a anunciar el fin de muchos mecanismos que frenaban el desarrollo local".

La Empresa Acopio ha controlado durante décadas buena parte de la venta desde el campo hacia las tarimas de los mercados

El experimento también supuso que el presidente del Poder Popular no fuera más el presidente de la Administración, a nivel provincial y municipal, una acumulación de poder que era apenas un reflejo de lo que ocurría más arriba, en una nación donde el jefe del Consejo de Estado es también el presidente del Consejo de Ministros y el máximo cargo del Partido Comunista.

La medida buscaba también resolver la ineficiencia productiva en la agricultura, un asunto de "seguridad nacional", como lo definió Raúl Castro para un país que importa más del 80% de los alimentos que consume, lo que supone una factura de entre 1.500 y 2.000 millones de dólares anuales.

Sin embargo, en lugar de mejoras, a finales de 2016 los precios topados de los productos agropecuarios comenzaron a extenderse por el territorio artemiseño para finalmente trasladarse hasta La Habana, Villa Clara, Cienfuegos y otras provincias. Los comerciantes privados chocaron con esta vuelta de tuerca.

"Cosecho ajo y se lo vendo a varios carretilleros que los distribuyen en los pueblos cercanos", cuenta Pascual a este diario. "Después de que pusieron precios máximos a la venta del producto he reducido la siembra porque no me da negocio", asegura.

Los mercados de Candelaria se han visto seriamente afectados por una combinación que incluye la implementación de precios topados, las afectaciones que produjeron las fuertes lluvias de septiembre y octubre, además del envío de productos agrícolas de la región a las zonas más dañadas por el huracán Irma, según explican consumidores y vendedores a 14ymedio.

Con las flexibilizaciones para que los agricultores privados puedan vender directamente a los hoteles, la distancia física y burocrática entre el campo y los alojamientos resulta definitoria

A esas afectaciones se le suman las derivadas de la nueva división político administrativa.

"Muchas familias quedaron separadas y no es solo una cuestión del lugar donde se vive", comenta Pascual. "Pinar del Río siempre fue una provincia pobre, es verdad, pero tiene varios polos turísticos como Viñales y María la Gorda, y ya no contamos con nada de eso", se queja el productor.

Recientemente, con las flexibilizaciones hechas por el Ministerio del Turismo para que los agricultores privados puedan vender directamente a los hoteles, la distancia física y burocrática entre el campo y los alojamientos resulta definitoria.

"No es lo mismo que un artemiseño quiera vender frutas a un hotel en Pinar del Río, a que mi comprador esté en la misma provincia donde vivo", agrega el guajiro. "Ahora no estamos al cantío de un gallo, como dice mi padre, sino que nos separan un montón de papeles", lamenta.

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