Los dentistas de una clínica de Matanzas se han esfumado
Foto del día
Una paciente adolorida descubre que ya nadie atiende en ese centro donde solo reina el silencio de las máquinas apagadas
Matanzas/En la Clínica Estomatológica "César Escalante" de la ciudad de Matanzas ya ni siquiera queda el característico olor a dentista. El eco de los pasillos reemplaza el zumbido de los equipos apagados, y el silencio se rompe solo cuando algún paciente, frustrado, se marcha sin esperanza. A pesar de su categoría de centro docente, no se ve un solo estudiante recorriendo sus salones, donde antes se formaban generaciones de odontólogos.
En la esquina de Zaragoza y Contreras, el local –que debería atender a más de 19.000 personas– luce vacío. "Me encontré la recepción sin nadie y los pasillos desolados; da la impresión de abandono", cuenta a 14ymedio una matancera que este miércoles llegó con una muela dañada y un paño con algunos hielos, ya casi derretidos, para poder soportar el agudo dolor provocado por un nervio dental inflamado.
Con los ojos volteados hacia arriba, cada vez que la intensa molestia volvía a escalar, la paciente se topó, después de un rato, con una joven que le informó que solo estaban atendiendo casos de urgencia. "Al final no supe si hablaba con una empleada o con una paciente, porque no tenía nada que la identificara", cuenta con la duda de si su situación entrará en la categoría de "urgente".
Para garantizar el tratamiento ha llegado con algunos insumos que escasean en el lugar. "Traje unos guantes estériles, gasa, lidocaína y una jeringuilla con una de esas agujitas que se usan para la boca", explica a este diario. Un pan con jamón y queso, envuelto en papel, y un refresco de cola completan los pertrechos que guarda en la cartera. "Por si el que me atiende no ha podido almorzar", puntualiza.
Para el personal, la crítica situación que atraviesa la clínica, entre los largos apagones y la falta de suministros dentales, es un problema grave. "La insatisfacción no solo es del pueblo, también de los que amamos nuestra profesión. Prácticamente estamos trabajando como se hacía un siglo atrás", reconoce una estomatóloga que la mayor parte del tiempo va a su centro laboral "a perder el tiempo porque o no hay corriente o no hay agua".
En el pasillo largo que conduce a las consultas, prácticamente todas las puertas están cerradas y sin personal dentro. Hace unos años, desde el interior de esos cubículos brotaba el temido sonido de los taladros dentales, el repiquetear de los instrumentos metálicos y la voz de los dentistas llamando a la calma a algún paciente adolorido. Todo aquello se extraña en medio del silencio que se extiende ahora por todas partes.
La mujer que espera por ser atendida, aprieta los pedazos de hielos contra su mejilla izquierda y mira al techo. Sus labios se mueven en un rezo muy bajito. Un murmullo en el que pide que aparezca alguien con bata blanca, sonrisa en el rostro y la capacidad de quitarle ese dolor que no la deja dormir ni vivir.