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La feria agropecuaria de San José de las Lajas se encoge cada día que pasa

Comercio

Con toldos de colores, globos y música grabada, la iniciativa se reduce a unas pocas tarimas con viandas marchitas y caldosas recalentadas

Una feria agropecuaria con anemia, en una de las provincias más agrícolas de Cuba, es una ironía dolorosa. / 14ymedio
Julio César Contreras

22 de octubre 2025 - 15:06

San José de las Lajas (Mayabeque)/El sol cae a plomo sobre la Avenida 40 de San José de las Lajas, Mayabeque, donde una fila de toldos de colores intenta dar sombra a la escasez. Bajo las lonas, los vendedores se abanican con trozos de cartones y los compradores avanzan despacio, cargando jabas, sombrillas y botellas de agua. Es el tercer sábado del mes, día de la Feria Agropecuaria Provincial, aunque a simple vista nadie diría que la palabra “provincial” le queda tan grande.

Los globos amarrados a las carpas no logran disimular la pobreza de la escena. En un extremo, una pizarra anuncia las ofertas del kiosco La Casona: caldosa a 40 pesos, pizzeta a 150, una libra de espaguetis ya hervidos y sin ningún añadido a 150. Detrás del mostrador, la bandera cubana sirve de fondo y un ventilador pequeño se esfuerza por mover el aire espeso.

“El que quiera comprar algo bueno tiene que venir temprano”, asegura a 14ymedio Víctor, un hombre que ya se marcha con apenas unas yucas y un racimo de plátanos. “A las diez de la mañana esto es un desierto”, añade. “Solo queda lo que nadie quiso”.

Hace años, recuerda, la feria ocupaba seis o siete cuadras, desde la escuela Camilo Cienfuegos hasta el Joven Club de Computación. Ahora bastan dos para recorrerla entera. “Antes había camiones llenos de alimentos, tarimas con viandas frescas, hasta carne de cerdo. Pero con los topes de precios, los campesinos ya no traen nada. Vienen por cumplir”, explica el profesor universitario mientras se seca el sudor con un pañuelo.

Los vecinos se acercan más por rutina que por esperanza. / 14ymedio

Una feria agropecuaria con anemia, en una de las provincias más agrícolas de Cuba, es una ironía dolorosa. Pero en San José de las Lajas han ido aprendiendo, a golpe de tarimas vacías y precios por las nubes, que no basta con seleccionar un espacio, poner un nombre rimbombante a una jornada comercial y proclamar en los medios locales que habrá “multitud de opciones” para que la comida aparezca.

En otra carpa de la deprimida venduta, las lonas azules ondean sobre una mesa vacía. La mujer que atiende suspira. “Si al menos tuviéramos corriente, podríamos vender refrescos fríos”. La frase se pierde entre el murmullo de la música grabada que sale distorsionada de un altavoz. Los vecinos se acercan más por rutina que por esperanza.

Nixa, ama de casa mayabequense, examina unas yucas con gesto de desconfianza. “A 17 pesos la libra, no está mal… si estuvieran buenas”, sentencia y añade, tras repasar con la mirada el entorno: “Ni arroz, ni frijoles, ni aceite. ¿Y esto es una feria provincial? Aquí lo único que hay es calabaza y frutabomba, y todo del mismo camión de Güines”.

A pocos metros, un hombre en bicicleta se abre paso entre la multitud. En la parrilla trasera lleva una caja plástica vacía: la usará si logra conseguir huevos. “Fui a tomarme una cerveza en la carpa del restaurante El Chino”, cuenta “pero ni fría estaba”. “Cuando vine a ver, ya los huevos se habían acabado. Esto no tiene arreglo”.

Un camión de carga, parqueado frente a una casa, vende los últimos racimos de plátanos burros mientras un grupo de mujeres discute el precio. / 14ymedio

Son las once y el calor obliga a buscar sombra. La gente se protege con sombrillas, algunos descansan en el borde de las aceras. El aire huele a fritura rancia y a caldosa recalentada. Los vendedores, resignados, comienzan a recoger. Un camión de carga, parqueado frente a una casa, vende los últimos racimos de plátanos burros mientras un grupo de mujeres discute el precio. Detrás, una niña sostiene una bolsa vacía, observando cómo se acaba todo.

Cinco cuadras cerradas al tráfico, y sin embargo bastarían dos para contener la feria entera. La música sigue sonando, pero nadie baila. “Esto no alimenta a nadie”, dice Félix antes de alejarse. “La gente viene buscando comida, no reguetón ni ron. Lo que hace falta no está a la venta”.

A medida que el sol declina, la Avenida 40 recupera el tráfico de vehículos. Los globos cuelgan flácidos, los toldos se desarman, y el olor a grasa requemada se mezcla con el polvo. La feria se desvanece, como tantas otras cosas en Cuba, dejando tras de sí un eco de cansancio y un puñado de bolsas vacías.

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