Rostros 2025
Marta Elena Feitó, la ministra que negó la pobreza
Rostros 2025
La Habana/Durante años, Marta Elena Feitó encarnó el perfil ideal del cuadro confiable del sistema cubano. Parecía disciplinada, sin estridencias, eficaz en la repetición del discurso y cuidadosamente alejada de cualquier gesto que pudiera interpretarse como disenso. Desde el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, una de las carteras más sensibles en un país empobrecido hasta el límite, la titular defendió estadísticas y consignas que chocaban cada vez más con la vida real de los cubanos. En 2025, esa distancia entre el discurso y la calle la convirtió en uno de los rostros más significativos del año.
El punto de quiebre llegó durante una intervención pública en la que Feitó se refirió a las personas que deambulan en las calles como “disfrazados”, insinuando que no se trataba de pobreza real, sino de una puesta en escena destinada a vivir “sin esfuerzo” y desacreditar a la Revolución. La frase fue una descarada síntesis de la narrativa oficial que insiste en negar lo evidente. En un país donde la mendicidad –oficialmente “erradicada” durante décadas– ha inundado con crudeza los parques, portales y calles, aquellas palabras sonaron como el colmo de la enajenación de la clase dirigente.
Las imágenes de ancianos hurgando en la basura, de personas con discapacidades extendiendo la mano para pedir limosnas o de adultos y niños durmiendo en la calle forman ya parte innegable del paisaje urbano. Frente a esa realidad, la afirmación de la ministra no solo resultó insensible, sino políticamente torpe. Negar la pobreza desde un puesto encargado precisamente de gestionarla expuso, sin filtros, la desconexión entre el poder y los ciudadanos que dice representar.
Ninguno de los presentes la desmintió, la corrigió o mostró reparos. Por el contrario, sus palabras fueron recibidas con asentimientos y aplausos
Durante aquella intervención, Marta Elena Feitó no fue una voz solitaria dentro del hemiciclo. Ninguno de los presentes la desmintió, la corrigió o mostró reparos. Por el contrario, sus palabras fueron recibidas con asentimientos y aplausos. Entre ellos, el del diputado Yusuam Palacios, figura constantemente promocionada por el régimen como joven intelectual, heredero confiable del discurso revolucionario y rostro renovado de la oficialidad cultural. Palacios no solo aplaudió, sino que suscribió una negación que no le resultó ajena.
Ese respaldo inmediato dejó claro que las declaraciones de Feitó no eran un error personal, sino parte de un consenso político. Solo cuando el rechazo popular se volvió masivo –cuando las redes sociales, la prensa independiente, los testimonios y la indignación pública convirtieron la frase en símbolo del desprecio institucional hacia los más vulnerables– el régimen decidió leer el episodio como un problema político.
La reacción fue tardía y defensiva. Durante días, la indignación se acumuló sin que ninguna instancia oficial rectificara. Entonces llegó la destitución, envuelta en el lenguaje habitual: “la falta de objetividad y sensibilidad con que abordó temas que centran hoy la gestión política y gubernamental, enfocada en atender fenómenos reales y nunca deseados por nuestra sociedad”. Feitó desapareció de la escena mediática sin que su nombre haya sido vuelto a mencionar en la prensa oficialista.
Su salida fue evidentemente una operación de control de daños. La ministra dejó de ser útil cuando su discurso, hasta entonces funcional, comenzó a generar costos políticos. La pobreza, convertida en experiencia colectiva, ya no podía seguir tratándose como simulación.
Nada cambió después. La mendicidad sigue creciendo, los salarios continúan siendo insuficientes y la asistencia social –responsabilidad directa de su ministerio– demostró su incapacidad para responder a la magnitud del colapso. Las políticas permanecieron intactas. Sacrificaron a un cuadro, pero no a la estructura. Feitó será recordada un buen tiempo como la funcionaria “disfrazada de ministra”.
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