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El amor eterno durante la Guerra Fría

'Cold War' es la nueva película del realizador polaco Pawel Pawlikowski, que narra una historia de amor originada en la Polonia comunista

"Quiero que sepas que iría contigo hasta el fin del mundo, pero debes saber que te estoy delatando", le dice Zula a Witkor mientras yacen tendidos en los prados de la campiña polaca. (Fotograma)
Daniel Delisau

14 de octubre 2018 - 15:39

Las Palmas de Gran Canaria/Pocas películas consiguen abordar un tema tan ambicioso y a la vez tan recurrente como es el amor mediante un despliegue de belleza conmovedora como la que se puede encontrar en Cold War, la obra recién estrenada en cines del realizador polaco Pawel Pawlikowski, quien logró con este trabajo el premio a mejor director en la pasada edición del Festival de Cannes.

Cold War nos traslada a la Polonia de 1949, un país que tras el fin de la Segunda Guerra Mundial se encuentra inmerso en la desolación y busca rescatar su identidad nacional diluida como consecuencia del conflicto.

En este contexto Zula Lichon (interpretada por Joanna Kulig), una joven sin estudios y de familia conflictiva procedente del mundo rural, conocerá a Wiktor Warski (encarnado por Tomasz Kot), un músico e intelectual bastante mayor que ella, al que se ha encomendado recopilar la música y las canciones del folclore polaco para transformar a un grupo de campesinos en una agrupación musical profesional.

La belleza y el extraordinario talento de Zula para el canto cautivan de inmediato a Wiktor y, de esta manera, dos personas de carácter y talante muy diferentes acabarán ligadas la una a la otra durante el resto de sus vidas, en un continuo trasiego de separaciones y encuentros a lo largo de dos décadas y en distintos lugares de Europa durante la Guerra Fría.

La película de Pawlikowski, inspirada lejanamente en la propia historia de amor de sus padres, no está exenta del riesgo de exponer a sus personajes a los clichés y a las declaraciones apasionadas que se profesa cualquier pareja de enamorados, pero que disipan todo lo que podrían tener de manido cuando quedan insertas en su contexto.

"Quiero que sepas que iría contigo hasta el fin del mundo, pero debes saber que te estoy delatando", le dice Zula a Witkor mientras yacen tendidos en los prados de la campiña polaca. Como consecuencia de su paso por la cárcel, la joven es chantajeada por los servicios secretos del Gobierno comunista polaco para que obtenga información de Wiktor si quiere mantener su libertad condicional.

"Hoy la política y la ideología lo contaminan todo", dijo Pawlikowski en una entrevista, quien a la vez muestra en Cold War que esto siempre ha sido así, aunque el uso del blanco y negro en la película, según el propio director, sirva en parte para retratar una etapa de la historia de su país que fue mucho más gris y siniestra que la actual.

Esta es también una película sobre la importancia de la música y el arte para llegar al interior de nosotros mismos, sobre el peso de la historia, la identidad, la melancolía y el desarraigo

Pero Cold War no pretende ser, ni mucho menos, una película de denuncia política, y es destacable contemplar cómo se exponen de pasada diversos contextos históricos que afectan a la vida de los personajes sin que se ofrezca ninguna explicación. El filme no va de eso y el silencio es su manera de explicitarlo.

"Nunca empiezo por la estética, sino por lo que quiero contar", asegura Pawlikowski. Aunque no se puede dejar de lado que estamos ante una película eminentemente bonita en la que, por ejemplo, una iluminación adecuada proporciona un uso delicado del blanco y negro que no necesita más justificación que la de aportar una dimensión estética magistral.

Lo mismo se puede decir de la presencia de la música en la cinta, que alterna el folclore polaco que fomentaba un régimen de corte nacionalista en contraposición con el jazz de los locales del París más cosmopolita de los años 50. El tema principal es el amor, pero esta es también una película sobre la importancia de la música y el arte para llegar al interior de nosotros mismos, sobre el peso de la historia, la identidad, la melancolía y el desarraigo.

Por decisión de su director, Cold War es una película más clásica en su ejecución que Ida, su anterior trabajo y con el que obtuvo el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 2014. Uno de los logros de este nuevo filme es su capacidad para sobrecoger al espectador incluso haciendo uso de uno de los temas más viejos de la humanidad y sin un esfuerzo evidente de querer narrar de manera diferente.

Esta es también, por suerte, una historia en la que no es tan importante exponer las motivaciones de los personajes como mostrar su viaje psicológico y la trascendencia de las decisiones que han de tomarse con rapidez y cuyo peso cambia la vida de dos enamorados para siempre.

Como consecuencia de estas decisiones, durante todo el largometraje Zula y Wiktor se amarán sin más límites que los que les impondrá la sociedad de su época -que nunca le pone las cosas fáciles al amor-; tratarán de imponerse el uno sobre el otro; se traicionarán y se separarán; volverán a juntarse tras haber encontrado nuevas parejas, solo para distanciarse una vez más y volverse a encontrar.

"Parece siempre imposible, pero al final el amor es hermoso. Mis padres se juntaban y se separaban, pero sabían que solo se tenían el uno al otro. Eso es un gran amor", explica el realizador. Si cree que existen los amores imposibles esto no es lo que muestra en su cinta, a pesar de que los acontecimientos no se desarrollen muchas veces como les gustaría a sus personajes.

Pawlikowski admite que no es capaz de contar una historia de hoy, "en un momento en el que la información es más importante que mirar a los ojos al de enfrente", pero paradójicamente, más allá del contexto, ha escogido un tema que nunca dejará de ser fuente de inspiración.

En esta línea va también una de las múltiples reflexiones que se pueden extraer en la última escena de la película. "Vayamos al otro lado. La vista será mejor", le sugiere Zula a Wiktor, mientras ambos están sentados en un banco contemplando las luces del atardecer sobre un lago, con sus cuerpos extenuados por su propio desgaste psicológico y el de su entorno. Cuando ambos se levantan y desaparecen del plano, y solo permanecen algunos arbustos mecidos ligeramente por el viento, cabe preguntarse si Pawlikowski nos plantea que algo del amor que nos profesamos es eterno y trasciende más allá de la vida.

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