APOYO
Para ayudar a 14ymedio

Los datos oficiales revelan la magnitud del apagón cultural en Cuba

Cultura

En 2024, se registró una caída generalizada en casi todos los indicadores culturales: creación, producción, espacios activos y asistencia del público

Imagen de archivo de un rodaje llevado a cabo por productores independientes en Cuba. / Cubadebate
Yunior García Aguilera

18 de julio 2025 - 07:38

Madrid/La cultura de una nación no se mide en kilovatios, pero cuando la luz se apaga en sus escenarios, sus bibliotecas y sus cines, la oscuridad no necesita metáforas. Y si bien la calidad artística no figura entre los indicadores cuantificables del Estado, la frialdad de los números basta para trazar un mapa del descalabro. El Anuario Estadístico de Cuba 2024 ofrece un retrato helado pero revelador del deterioro estructural que sufre el ecosistema cultural cubano.

El diagnóstico es severo. Los datos de la Oficina Nacional de Estadística e Información (Onei) revelan una caída generalizada en casi todos los indicadores culturales: creación, producción, espacios activos y asistencia del público. Pero entre todos los rubros, el del libro destroza cualquier discurso triunfalista de Alpidio Alonso, titular de Cultura, quien viene precisamente del sector del libro. Mientras en 2023 salieron de las imprentas cubanas más de 6 millones de ejemplares, en 2024 esa cifra descendió dramáticamente a 1.355.500. La escasez no es solo de papel, sino de voluntad política y de prioridades. 

El cine, por su parte, confirma el tono sombrío. En 2024 hubo 6.647 funciones menos que el año anterior, y 15 salas de cine desaparecieron del mapa. La producción también se contrajo: hubo menos cortometrajes y se redujo el tiempo total de animaciones.

Según la Onei, no se concluyó ningún largometraje. Una afirmación desmentida por la propia realidad

Según la Onei, no se concluyó ningún largometraje. Una afirmación desmentida por la propia realidad. Al menos dos filmes fueron reconocidos por la crítica especializada como los mejores del año: Una noche con los Rolling Stones, de Patricia Ramos, y el documental Maisinicú, medio siglo después, de Mitshell Lobaina. Ambas producciones, terminadas en 2024 bajo el sello del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), fueron simplemente ignoradas por el recuento oficial, que –vale decir– se alimenta de datos suministrados por el Ministerio de Cultura.

La ceguera institucional se extiende aún más cuando se trata del cine independiente. Invisible para el Icaic, la Onei, la prensa estatal y las salas de exhibición del país, este cine se abre paso fuera del margen, en festivales internacionales o plataformas digitales. Destacan en esa área dos títulos: el documental Crónicas del absurdo, de Miguel Coyula, y la ópera prima de ficción Fenómenos naturales, dirigida por Marcos Díaz Sosa. Obras que, si bien no cruzaron las puertas de los cines nacionales, demostraron que el arte no necesita permiso para existir.

El teatro, tradicional objeto de sospechas y censura por parte de los comisarios culturales, también ha cedido terreno. Aunque el número de salas aumentó tímidamente de 85 a 87, las cifras generales invitan al pesimismo. Se perdieron 48 agrupaciones teatrales y 440 profesionales se esfumaron (descendiendo de 2.103 a 1.663). El país registró un déficit de 1.205 funciones y 195.700 espectadores menos que el año anterior. Ni la heroicidad de los creadores ni el entusiasmo de públicos fieles han podido revertir la curva descendente.

La música vive una suerte paralela. 334 agrupaciones desaparecieron, y se contabilizan 1.691 músicos menos que en 2023. Las presentaciones en vivo –conciertos, peñas, actividades culturales– pasaron de 90.033 a 62.162, una pérdida cuantificable en más de 6 millones de asistentes. El silencio no solo se instala en los teatros, también se impone en los parques, en las casas de cultura y en los espacios comunitarios. 

La música vive una suerte paralela. 334 agrupaciones desaparecieron, y se contabilizan 1.691 músicos menos que en 2023

Este diario ha dado seguimiento a las denuncias de músicos en distintas provincias, muchos de ellos víctimas de impagos prolongados por parte de entidades estatales como Artex. Algunos artistas han acumulado meses sin cobrar, mientras la empresa presume de balances positivos. La paradoja es reveladora: crecen las ganancias empresariales, pero disminuyen las actividades culturales. Se ahorra en cultura, como si se tratara de un gasto prescindible. Peor aún, se enriquece la empresa –estatal socialista, según afirman–, mientras se explota a los artistas y se incumple con el pago al talento.

Las desigualdades territoriales también son notorias. Holguín sobrevive con un solo teatro. Las Tunas ve menguar su red de cines y bibliotecas. En Mayabeque apenas subsisten algunas librerías. Ciego de Ávila aparece como la provincia con menos museos, y Sancti Spíritus solo mantiene dos galerías de arte. Más allá de los grandes centros urbanos, la oferta cultural se reduce a escombros o nostalgias.

El 2024 no fue solo un año culturalmente pobre, fue un año de hambruna y oscuridad cultural. No por falta de creadores, ni por apatía del público, sino por un modelo agotado que administra la cultura como si fuese una oficina más. Lo que la Onei no puede medir –ni se atreve a nombrar– es el precio espiritual de este apagón. Y ya que suelen citar a José Martí con tanta frecuencia, deberían recordar también aquella frase: “La madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus males es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura”.

No hay comentarios
Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último