APOYO
Para ayudar a 14ymedio

Festival de realidad en los teatros

La obra 'Contigo pan y cebolla' en el Festival de Teatro de Camagüey. (14ymedio)
Henry Constantin

13 de octubre 2014 - 07:40

Camagüey/En Cuba hay dos eventos llenos de ficción que me llaman la atención sobremanera por el modo en que abordan la realidad del país desde perspectivas distintas, pero siempre con escenarios y actores bien organizados. Uno son los festivales de teatro y otro las sesiones de nuestra Asamblea Nacional. Ahora solo me interesa el primero, porque en él el público aplaude de corazón unas representaciones en las que sí cree, que lo divierten, lo reconfortan, lo emocionan y lo hacen sentirse representado. El XV Festival de Teatro de Camagüey, que terminó anoche, logró todo eso.

"Yo voy a decir la verdad". Es lo más peligroso que se dijo en todo el Festival de Camagüey. Y lo dijo Yuliet Cruz en Fíchenla, si pueden. Ella y el guión bastaron para llenar el Teatro Tassende. No muy bien acompañada por el resto del elenco, Yuliet se está afincando poco a poco como parte de lo mejor de la actuación cubana, gracias a Carlos Celdrán en el teatro y a Carlos Lechuga (Melaza) y Ernesto Daranas (Conducta) en el cine.

Fíchenla... es una versión de Carlos Celdrán y su grupo Argos Teatro de La ramera respetuosa de Jean-Paul Sartre, que relata la historia de una prostituta recién llegada a un pueblo y que es testigo de un crimen del cual se acusa a un negro cuando en realidad lo ha cometido un blanco de la aristocracia del lugar. La protagonista se enfrenta al dilema entre decir la verdad o ceder ante las presiones para culpar al inocente y liberar al culpable. "Yo voy a decir la verdad", repite Lizzy, a pesar de que la policía, el amante y el diputado la amenazan o aleccionan para que mienta.

Teatro El Público llegó a Camagüey para entretener y mostrarnos cuán locos, tomadores y sexualmente mixtos son algunos de los que piensan y hacen el teatro habanero y cuánto les gusta a los demás ver todo aquello. Trajeron Aleja a tus hijos del alcohol y Rascacielos, de José Ramón Hernández y Jazz Vilá, respectivamente. La primera es más un ejercicio de comunicación con el público que de dramatización, pues la actriz sueca cuenta sus ansiedades, reparte cubalibre y, con su compañera cubana, juega a decir sus secretos, baila... Una muchachita que tocaba en el piano se levanta para decir que su padre es alcohólico... Muy divertido todo, pero hasta ahí.

Rascacielos era mejor, mucho mejor teatro, aunque el contenido se limita a los pesarosos momentos de intimidad de cuatro parejas de diferente composición. Había, eso sí, actuaciones muy naturales, excelentes y simpáticas –Carlos Busto, Lulú Piñera o Gabriel Ricard–, y el ritmo de la obra, siempre acelerado por las peripecias de los personajes sobre un omnipresente colchón, no daba pie al aburrimiento –que no creo que exista en las obras de El Público. Aunque a Camagüey le tocó una versión más conservadora que la estrenada en La Habana, la gente aplaudió con ganas al final.

Rascacielos es producida, además de por las habituales instituciones oficiales, por negocios privados habaneros, casi todos paladares

Fuera de la dramaturgia, vi algo sorprendente en el volante de la obra, ese inocente papelito que reparten en las entradas de los teatros con los nombres del elenco y textos artificialones sobre la puesta en escena. Rascacielos es producida, además de por las habituales instituciones oficiales del teatro cubano, por un grupo de negocios privados habaneros, casi todos paladares. Buen síntoma: al arte cubano –y a Cuba toda– le hace falta desgajarse de tanto apoyo del Estado que solo sirve para bajarle el tono y la empatía con la gente.

No vi Semen -la obra- sin lugar a dudas la que más bromas provocó en todo el Festival por el embarazoso título que a todos hacía pensar antes de decir si les había gustado o no. "Muchas malas palabras", es lo que decía la gente que sí la vio, como si en Fíchenla..., Rascacielos, Aleja a tus hijos del alcohol, y qué sé yo cuántas más, no las hubiera habido también. En fin, que en Cuba, el reguetón no es el único que se regodea en lo vulgar y lo obsceno, ni el único promotor de la promiscuidad sexual y el alcohol como necesidades básicas de la vida. Las botellas de Habana Club en el escenario de Rascacielos y el ron repartido al público en Aleja a tus hijos del alcohol, en un país donde el alcoholismo es una epidemia, son episodios llamativos.

Impresionantes, como siempre, los humanos cubiertos de barro con que el grupo Morón Teatro toma las plazas en Camagüey desde hace varias ediciones. Esta vez presentaron Troya, una leyenda de barro, con caballo relleno de guerreros, fuego y soldados incluidos.

Contigo pan y cebolla, del difunto Héctor Quintero y a cargo en este festival de Teatro Pinos Nuevos, fue una puesta en escena con momentos muy bien logrados alternando con otros demasiado largos, a lo que pueden sumarse ciertas lagunas histriónicas que solo atenuaron un tanto el duro frío repartido entre el público con fondo musical. La obra, ambientada en los años cincuenta, es el drama de una familia sumida en las penurias económicas y la desesperanza, que termina con un oportuno cambio de escenografía y vestuario en el que los mismos personajes, hastiados de miseria, aparecen en la Cuba del siglo XXI, como si la miseria y la desesperanza estuvieran vivas.

En Cuba, el teatro asume exhibir y cuestionar la realidad, mientras la prensa y la política oficiales asumen aplaudir su propio aburridísimo teatro

Ese mismo modo sutil de decir lo que el resto del país calla rigurosamente está en casi todas las obras. En Fíchenla, si pueden, la policía, el político y su familia son corruptos poderosos, y el asesino lascivo, sobrino del diputado, "debe ser salvado porque es un oficial, y en esta época hacen falta muchos oficiales para vigilar disidentes." La obra para niños Los pintores muestra a tres pájaros que deciden irse a conocer otras tierras aburridos de vivir en la isla que les tocó, en una balsa improvisada. La panza del caimán, del camagüeyano Espacio Interior, es también protesta..., y son solo una muestra. Es como si los escenarios de Camagüey se hubieran transformado en la tribuna espontánea y sincera que todos añoramos en la Asamblea Nacional.

Cada vez que veo teatro y luego escribo de él tengo la impresión de que hay un problema con los conceptos en Cuba. El teatro debería ser falso, poco serio y evitar todos los problemas posibles: para decir la verdad en público, enfrentar con seriedad la realidad y buscarse problemas por mostrar los problemas de la Isla, están el periodismo y la política. Pero es al revés, al menos en el ambiente oficial. En Cuba, el teatro asume exhibir y cuestionar la realidad, mientras la prensa y la política oficiales asumen aplaudir su propio aburridísimo teatro. Qué contraste.

No por gusto, durante la muy crítica y aplaudida presentación de los humoristas Kike Quiñones y Mentepollo en el Teatro Principal, en los palcos de invitados había conocidos oficiales de la Seguridad prendidos de sus celulares, en las afueras una moto de la policía, en las puertas tipos de civil con credenciales y walkie-talkies. Porque al XV Festival de Teatro de Camagüey lo aplauden, pero lo temen.

2 Comentarios
Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último