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El caso Ferguson y sus posibles lecturas para Cuba

Los medios oficiales utilizan los sucesos de Missouri para atizar los miedos a la democracia

Una imagen de las protestas en Ferguson. (Andrés Benedicto, Twitter)
Yoani Sánchez

27 de noviembre 2014 - 08:00

La Habana/Los sucesos de Ferguson, derivados de la muerte del joven Michael Brown y la decisión de la justicia de no imputar al agente de policía que lo mató, han hecho que millones de personas en Estados Unidos se preguntaran en qué nación están viviendo. Las protestas que siguieron al fallo judicial vuelven a cuestionar la imagen de convivencia en la pluralidad que se ha promocionado como pilar de la identidad estadounidense.

La situación reactiva la alarma para el modelo norteamericano y lanza advertencias a otros países donde amplios sectores de la población siguen estando en franca desventaja, ya sea por origen étnico, raza o procedencia geográfica. Las imágenes de esta semana que muestran la ira desbordada en las calles de Missouri, nos hablan de una acumulación de problemas, que ha hallado su detonante en la reciente decisión de no presentar cargos contra el policía.

No se trata solo de la muerte, durante un cuestionable arresto, del joven Brown, sino de una sociedad que durante siglos ha vivido fracturada, conviviendo con el racismo que prolonga la desconfianza, atiza los odios y alimenta la violencia que en estos días se ve brotar en los incendios y el vandalismo. Un grito ahogado -por momentos-, acallado en otros, que ahora ha elevado su volumen después de los tristes sucesos del 9 de agosto pasado.

La sociedad cubana debe tomar nota sobre los sucesos de Missouri. Entre nosotros el racismo, lejos de disminuir, ha aumentado en las últimas décadas. Motivado en parte por la terca política oficial de negar su existencia y restarle importancia a los rencores que a veces se esconden bajo la ingenua apariencia de un chiste, pero cuyo lado más amargo es el alto porcentaje de población penal que pertenece a la raza negra o la precariedad económica que caracteriza a esa parte de la población.

La propaganda oficial utiliza las constantes alusiones a un pasado de vejaciones y segregación para mantener el apoyo de la comunidad negra

En el último minuto y en una carrera por mostrar a los organismos internacionales que se está trabajando en el problema, el Gobierno cubano ha creado una agenda de lucha contra el racismo, a la que lamentablemente le falta tanta independencia como ejecutividad. Charlas, conferencias, declaraciones de prestigiosas figuras de la comunidad afrodescendiente, abundan en los medios. Sin embargo, en la realidad poco se ha hecho para darle voz a quienes padecen en carne propia estos prejuicios.

La capitalización del miedo a una mayor discriminación ha sido durante demasiado tiempo un instrumento de subordinación ideológica en la Isla. Las constantes alusiones a un pasado de vejaciones y segregación –anterior a enero de 1959– han sido utilizadas por la propaganda oficial para mantener el apoyo de la comunidad negra. Como si solo tuviera la oportunidad de optar por la actual situación o por la vuelta a los barracones y al mayoral. Las autoridades han terminado por secuestrar y distorsionar la voz de esa población que debería tener presencia por sí misma, en organizaciones y entidades independientes que le permita denunciar y exigir la situación en la que vive.

"Miren lo que les pasaría en EE UU", parecen decirle a los negros cubanos los comentaristas televisivos

Por estos días, el caso Ferguson también ha sido tristemente utilizado por los medios oficiales para atizar los miedos a la democracia. "Miren lo que les pasaría en Estados Unidos", parecen decirle a los negros cubanos esos comentaristas televisivos tan interesados en la paja en el ojo ajeno. Otra vez el temor a la vuelta del látigo y a la llegada de los linchamientos policiales se utiliza para llamar al conformismo o a la falsa complacencia a los afro descendientes cubanos.

Sin embargo, la ira es algo que se incuba lentamente. La alimentan hechos como las falsas cuotas de poder entregadas a personas por su color de piel, pero que no tienen verdadera posibilidad de decisión. La ira gana cuerpo cuando se entra a un aula universitaria y apenas se ven tonos más allá del "mulato claro", mientras en las prisiones ocurre justo lo contrario. Suma adeptos el rencor, si se observa quiénes viven en las barriadas ilegales que se amontonan alrededor de la capital y se compara con el origen racial de quienes ostentan cargos en empresas mixtas, centros turísticos o administran lugares económicamente estratégicos. El dolor aumenta a las afueras de las oficinas a las que llegan las remesas enviadas desde el exilio y se comprueba que la mayoría que cuenta con este alivio en pesos convertibles es blanca.

La ira crece lentamente y un día estalla. El detonante puede ser un policía en Ferguson que mata a un joven negro o un hombre en La Habana que es esposado y metido en una patrulla por el simple hecho de caminar junto a un turista y tener ese tono de piel que tantos problemas trae en tantos sitios.

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