A un año del tornado, los vecinos de Luyanó siguen tragando polvo

Doce meses han pasado y aún queda el polvo tirado por el suelo, y los escombros, y trozos de vigas, muebles viejos

En muchas casas todavía está el repello crudo, en otras se levantan aún los ladrillos uno sobre el otro o se pone el encofrado. (14ymedio)
En muchas casas todavía está el repello crudo, en otras se levantan aún los ladrillos uno sobre el otro o se pone el encofrado. (14ymedio)
Luz Escobar

25 de enero 2020 - 16:23

La Habana/Primero había que verlo todo. Caminar por Mangos, Pedro Perna, San Luis, Quiroga, Melones, Reyes. Todas esas calles de Luyanó que hace un año mostraban una escena de terror después de que un tornado las atravesara la noche del 27 de enero. Luego, regresar por el mismo camino y mirar cada casa nueva que se ha levantado con sus puertas y ventanas de lata y otras aún en construcción.

Nunca antes se había visto un tornado ahí. Doce meses han pasado y la casita del correo donde se venden los periódicos ya está de nuevo en su lugar.

En la calle que está al costado de la iglesia que perdió el campanario los muchachos juegan voleibol y levantan mucho polvo. Unos están a la sombra, se burlan de una muchacha y ríen como locos y otros, bajo el sol, le pegan manotazos a la pelota. Hace un año nadie reía ni jugaba por esas calles. La gente caminaba arriba y abajo buscando qué hacer con la angustia y el desespero pintado en la cara.

Sí, el polvo todavía queda tirado por el suelo, y los escombros, y trozos de vigas, muebles viejos. De la casa de madera que se partió en dos aquel día ya no queda más que un solar lleno de piedras bajo el sol y unas maderas. A su lado sobrevivió otra idéntica, en el portal están sentados dos de sus habitantes, que toman el café y responden. “Si, claro, nos acordamos bien, ¿cómo no acordarnos de aquel día? Parecía que un avión aterrizaba en nuestra puerta. Desde ese día aquí todo ha sido tragar polvo como unos condenados”, afirma.

Un señor mayor, vecino de la cuadra, recuerda que cuando era niño algo parecido pasó por Bejucal. “Fue el 26 de diciembre de 1940. Me acuerdo bien porque ese día nació mi segundo hermano y mi madre estaba muy asustada con las noticias”.

En la calle San Luis, entre Remedios y Quiroga, el ajetreo de una brigada de la construcción tiene la calle interrumpida. Montones de arena y otros materiales se acumulan en pilas frente a las casas. Por un pasillo, al fondo un grupo de constructores pica tuberías, cierne arena o almuerza. Para todos los vecinos de ahí ellos son: “la brigada”.

Una mujer, con un pañuelo en la cabeza, trae el café a los hombres y explica que “ese día” ella no estaba en su casa. “Me había quedado con mi madre. Cuando llegué fue que vi los destrozos. Una columna se vino abajo y la pared de allá arriba del cuarto también”, cuenta.

Cuando en Luyanó se dice “ese día” todo el mundo sabe que se habla de la noche del 27 de enero de 2019.

“Aquí no hubo subsidio ni nada, es esta brigada que ves ahí trabajando la que está reparando todo y ellos traen lo que hace falta. Empezaron hace rato, pero fue hace como dos meses que comenzaron a avanzar algo. Ya me hicieron el baño, ahora me falta la instalación del agua, y en el cuarto solamente queda hacer la parte de albañilería, el techo está como nuevo”, contó.

Luego del paso del tornado el Gobierno envió brigadas de la construcción y cooperativas para rehabilitar las casas y edificios afectados además de para reacomodar locales estatales en viviendas. En muchos casos se entregaron subsidios a los damnificados para financiar los trabajos constructivos y se hicieron rebajas en los precios de los materiales de la construcción.

El jefe de la brigada de San Luis explica que “todo va bien” con la obra pero que a veces “se pone un poco difícil el trabajo porque ahora no hay combustible para traer a los obreros cada día, a veces ni para traer el almuerzo o los materiales”.

Afuera, en la acera, una joven que arrastra un coche con su bebé explica que a ella se le acabó la paciencia. “Yo me cansé de esperar, porque no veía que se avanzaba, por eso me mudé. Vengo a dar una vuelta porque aquí tengo todos mis amigos”, dice sentada al lado de unos jóvenes que escuchan a todo volumen un tema de reggaeton que repite una y otra vez “bebesita” mientras ella mece el coche sin parar. Parece nerviosa. Cuenta que también tuvo que irse porque la niña se enfermaba mucho entre tanta polvareda.

Hay cosas que no cambian. En la panadería de Luyanó la cola para comprar el pan es casi igual a la de aquel día.

La escuela de la calle Pedro Perna la hicieron nueva, casi no se reconoce. “En esta calle le han dado casa nueva a mucha gente, algunos han salido ganando y ahora viven mejor que antes, sus casitas aquí eran muy malas. Otros todavía están esperando a terminar de construir”, dice un señor que, desde su portal, conversa con todo el que pase por el frente. Paredes amarillas, azul, rosadas, verdes, todas recién pintadas. En muchas casas todavía está el repello crudo, en otras se levantan aún los ladrillos uno sobre el otro o se pone el encofrado.

Era de noche ese día cuando llegó el tornado, así que pocos pudieron verlo. Lo que sí recuerdan todos fue el miedo que aquello metió en el cuerpo de la gente. “Yo no vi nada de nada, pero por el estruendo parecía que el mundo se venía abajo, horrible. Me metí debajo de la meseta de la cocina, estaba muy asustado, nunca había visto algo así”, añade.

El tornado no fue cualquier cosa. Alcanzó la categoría EF-4 en la escala Fujita (vientos de 300 kilómetros por hora, equivalente a un huracán de categoría 5) y a su paso afectó los municipios de 10 de Octubre, El Cerro, Regla, Guanabacoa y una parte de Habana del Este. Según datos oficiales fueron siete los fallecidos y más de 200 los que su sufrieron lesiones. Se contaron en más de 1.600 los árboles caídos en la zona devastada y fueron afectadas 7.761 viviendas, de las cuales 730 fueron derrumbes totales y otros parciales.

Al amanecer del 28 de enero en la calle, cientos de postes de electricidad y telefonía estaban en el suelo, una cosa sobre la otra, todo mezclado. Autos volcados y aplastados después de dar vueltas por la calle.

Muchas puertas y ventanas también fueron arrancadas y los tanques de agua volaron como pájaros. La columna de aire llegó arrastrando las construcciones más débiles como los pequeños estanquillos o las casas improvisadas, igual las vallas y las señales de tráfico.

Hace un año no se hablaba de otra cosa en La Habana. Ante el horror se movilizaron muchas personas a ayudar a esos que lo habían perdido todo. Casa por casa pasaban dando lo poco que tenían: agua, comida, ropa, abrigos.

Del tornado aquel hay pocas fotos y casi ningún vídeo. Una cámara de vigilancia pudo captar parte de su recorrido y así fue que muchos pudieron darle forma y cara al horror que vivieron esa noche. Las redes sociales se llenaron de dudas aquella noche, algunos compartían sus primeras impresiones de “estruendos” escuchados o de “bolas de luces” vistas en el cielo pero el noticiero de la Televisión Cubana no dijo nada.

Fue al otro día que llegó la certeza y las imágenes del desastre comenzaron a circular espantando a medio mundo.

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