Clasificado cubano en tiempos de dictadura

El autor dedica sus octosílabos a la redacción de un el anuncio de la venta al por mayor de lo tangible y lo intangible en la Isla

Ofertas
"Se vende un turno en la cola para comprar cualquier cosa", escribe el autor. (14ymedio)

Se vende un país en ruinas.
Se vende una isla al garete,
con maraca y taburete.
Se venden unas bocinas,
un frasco de vitaminas,
un par de zapatos rotos.
Se vende un álbum de fotos,
un concierto sin preludio
y hasta un acto de repudio
y otro sinfín de alborotos.

Se vende un turno en la cola
para comprar cualquier cosa.
Se vende una mariposa
y se vende una amapola.
Quien quiera dar pie con bola
que compre: se vende un sueño.
Se vende un bote pequeño
(con dos remos y una vela).
Se venden una novela
y el dolor de un lugareño.

Se vende una enciclopedia
y se vende un diccionario.
Para un pueblo presidiario
se vende —y bien— la tragedia.
Se vende un libro de Heredia,
que le cantó al desterrado.
¿Se vende el terror de Estado
o es gratis la aberración
que aterra a nuestra nación?
Se vende un hierro oxidado.

Se vende una bicicleta
que pedalea al vacío.
Se vende el dolor de un tío.
Se vende el pan de una nieta.
Y se vende la receta
para hacer una utopía:
una mentira por día
—tantas veces repetida
contra la patria y la vida
y el bastón de un policía.

Se vende un carburador
de una moto ya inservible.
Y se vende el combustible
que mendigó el dictador
( el del cuerpo represor)
de viaje por Venezuela.
Se vende un barco, y su estela
de polución está en venta.
Se vende una Cenicienta,
y hasta se vende una abuela.

Se vende un padre engañado
por un régimen macabro.
Y se vende un descalabro.
Se vende un bombillo usado.
Se venden un pan quemado,
la efigie de un dictador
y un reloj despertador
que despierte a una nación,
porque esa "Revolución"
es el reino del terror.

Se vende el dolor profundo
de un país que no ha podido
deshacerse del Partido
sanguinario y tremebundo
que ha convertido su mundo
en un horror infinito.
Se vende también un mito.
(Viene con su pesadilla).
Se vende la otra mejilla
de un pueblo que está marchito.

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