Martí, la dudosa “marca de lo sagrado”

Cada pequeña irreverencia ciudadana parece recordar a los autócratas que para ellos no habrá siquiera pedestales

'Quiero hacer una película', del cineasta Yimit Ramírez. (cartel)
'Quiero hacer una película', del cineasta Yimit Ramírez. (cartel)
Miriam Celaya

26 de marzo 2018 - 13:29

La Habana/Es muy posible que cuando Yimit Ramírez –hasta hace poco un joven y desconocido cineasta cubano– decidió realizar su primer largometraje, no aspirase a convertirse él mismo en una suerte de monstruo sacrílego. Menos aún pensaría estar convirtiendo a su equipo de realización en una panda de apóstatas.

Quiero hacer una película es el título del filme cuya proyección estaba prevista como obra en producción y con debate incluido, en la sala de 23 y 12, en pleno Vedado habanero, dentro de la sección Presentación Especial de la XVII Muestra Joven, que se celebra entre el 3 y el 8 de abril. En el último momento la obra no pasó la prueba del estrecho tamiz de la censura oficial del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) debido a un detalle inadmisible para los Torquemada de tan virtuosa institución, en un breve segmento de la película, un personaje joven, casi adolescente, se refiere al más célebre prócer de la independencia de Cuba, José Martí, con los términos de "mojón" y "maricón".

Como resultado de tamaño escarnio, la película fue relegada a una exhibición cuasi simbólica en la pequeña sala de proyecciones Terence Piard, con capacidad para un reducido público de solo 24 espectadores, ante lo cual los realizadores decidieron retirar la película de la Muestra.

El ICAIC no solo suspendió la rueda de prensa donde los realizadores darían sus propios puntos de vista sobre el asunto, sino que divulgó su propia declaración explicando su intolerancia ante lo que consideran "un insulto a Martí"

La reacción no se hizo esperar. El ICAIC no solo suspendió la rueda de prensa donde los realizadores darían sus propios puntos de vista sobre el asunto, sino que –además– divulgó su propia declaración explicando su intolerancia ante lo que consideran "un insulto a Martí". Por su parte, la productora del filme y los coordinadores del evento utilizaron las redes –obviamente, sabían que no iban a tener espacio en los medios oficiales– para manifestar su inconformidad con la decisión del ICAIC y promover un debate público.

Para mayor irreverencia, los realizadores exhibieron el fragmento del filme donde aparece el diálogo en que aparecen los susodichos epítetos ofensivos contra Martí que dieron lugar a la censura, haciendo público precisamente aquello que los veladores oficiales de la pureza pretendían silenciar.

Todo indicaba que a los efectos de la opinión pública nacional el asunto quedaría en las redes sociales, esto es, circunscrito al exiguo segmento de cubanos que tienen acceso a internet, y en los habituales cotilleos de los "enterados". Sin embargo, la censura y el regaño les parecieron castigo insuficiente a los comisarios del arte, de manera que también el poderoso monopolio de prensa oficial ha arremetido –con esa fuerza más, diría el Apóstol– contra los realizadores de la película.

La más reciente perla (¿periodística?) sobre el tema ha sido un extenso texto de la autoría de Luis Toledo Sande, tomado de Cubarte y reproducido en seis columnas en la edición dominical del periódico Juventud Rebelde titulado Balas Ominosas contra José Martí (A propósito de una película en realización).

Se trata de un texto de difícil lectura y demasiado ampuloso para ser creíble, donde la abundancia de acusaciones contra los jóvenes cineastas contrasta con la falta de claridad en el lenguaje y en los argumentos.

A juzgar por el iracundo discurso de Toledo Sande, diríase que los cubanos somos un pueblo dado a la veneración o a la idolatría de los padres fundadores de la nación

A juzgar por el iracundo discurso de Toledo Sande, diríase que los cubanos somos un pueblo dado a la veneración o a la idolatría de los padres fundadores de la nación, cuando en realidad la excesiva tendencia al choteo que caracteriza a los nativos de esta ínsula hace que nada –o casi nada– les parezca suficientemente sagrado.

En todo caso, lo más cercano a ejemplos de veneración de las que se tienen testimonios en Cuba son la procesión de la Virgen de la Caridad –Cachita, más familiarmente–, que en la tradición popular de herencia yoruba corresponde a la deidad Oshún (u Ossun), y las nutridas peregrinaciones anuales al Rincón, para cumplir promesas o pedir milagros de curación a San Lázaro, Babalú Ayé en la religión yoruba. En ambos rituales hay un fuerte substrato de superstición y de sentido práctico, más que un sentimiento de verdadera sacralidad.

Pero en el fragor de su delirio revolucionario, Toledo Sande considera que los realizadores de la película no solo han burlado la "masiva veneración" de Martí, que en la Isla tiene "la marca de lo sagrado", sino que han traspasado los límites de la libertad de creación para convertirse prácticamente en traidores a la nación, justo como los tenebrosos "enemigos de la Revolución" que invocan el nombre de Martí para destruir a Cuba.

"Especialmente el diálogo (divulgado por la productora del filme en las redes sociales) es de una grosería a la que no había llegado ninguno de los más enconados detractores de Martí", clama indignado Toledo Sande. Lo cual justifica la censura porque "muy mal estaría la nación si, chantajeada por maniobras de sus enemigos (...), se amarra las manos para no frenar lo que debe ser frenado".

Y dado que "a estas alturas no cabe hablar de ingenuos", Toledo Sande sentencia que la afrenta al Apóstol en el caso de la referida película constituye –ni más ni menos– un "veneno".

Ahora bien, más allá de tanta hipócrita gazmoñería patriotera, esta arremetida contra una película que no está siquiera terminada, que nadie ha visto aún y contra un pequeño equipo de cineastas desconocidos resulta extremadamente desproporcionada. El punto no es que denostar a Martí o un vecino cualquiera esté bien o mal, sino de ver los hechos en su justa dimensión, sin desgarrones y sin pasiones de tango.

Más allá de tanta hipócrita gazmoñería patriotera, esta arremetida contra una película que no está siquiera terminada resulta extremadamente desproporcionada

De apegarnos al mero objeto del escándalo –apenas unas "malas" palabras en un diálogo de un largometraje–, ¿cuál sería el ultraje? ¿Será que la homofobia oficial en esta sociedad misógina y patriarcal no soporta que el Héroe Nacional sea tildado de maricón? Los defensores de la pureza revolucionaria deberían aclararnos el punto: si la trascendencia de Martí se deriva fundamentalmente de sus acciones por la independencia de Cuba, ¿qué ofensa supondría que se le atribuya una determinada orientación sexual? ¿Acaso se le retiraría el (impostado) título de "madre de la patria" a Mariana Grajales si se descubriera algún documento de archivo donde constara que era lesbiana? ¿Acaso sería tildado de "traidor" quien se refiriera a ella como Mariana la "tortillera"?

Existen testimonios escritos de participantes de la gesta emancipadora que aseguran que tanto Máximo Gómez –el flamante Generalísimo de nuestras dos Guerras de Independencia– como el ultra-valiente Antonio Maceo –etiquetado bajo el mote de Titán de Bronce, epíteto que en nuestros días acusaría cierto sospechoso tufillo racista– sentían un indisimulado desprecio por José Martí, al que llamaban despectivamente "el Delegado". Sin embargo, tanto Gómez como Maceo tienen un relieve capital en el panteón de las glorias patrias.

Sin embargo, lo verdaderamente grosero es que el Gobierno cubano, específicamente el difunto Fidel Castro, haya ultrajado tantas veces y tan impunemente la memoria del Apóstol al imponer la Orden Nacional José Martí, concebida en 1972 para distinguir a "ciudadanos cubanos y extranjeros y a Jefes de Estado o de Gobierno por grandes hazañas a favor de la paz, la amistad y el progreso de la humanidad", sobre el pecho de representantes de regímenes represivos –como el soviético Leonid I. Brézhnev, el etíope Mengistu Haile Mariam, el rumano Nicolae Ceausescu o el checoslovaco Gustav Husak, por ejemplo– e incluso sobre el de genocidas mundialmente repudiados –como el zimbabuense Robert Mugabe o el camboyano Heng Samrin–, sin que en esta Isla preñada de tantos martianos puros se haya levantado ninguna voz de protesta contra tan escandalosa afrenta.

Lo que realmente se esconde bajo todo el revuelo en torno a una sencilla película de ficción es el temor inconfesable de la cúpula y sus servidores ante un horizonte nacional y regional incierto

Y todo esto sin olvidar la injuria que supone endilgar a Martí la autoría intelectual de un violento asalto a mano armada, en plena madrugada, contra un cuartel militar donde dormían soldados del ejército constitucional –y no criminales–, un ataque que en la actualidad clasificaría como terrorista y que en su momento solo sirvió para satisfacer los sueños de gloria y grandeza de un megalómano, que acabó convirtiéndose en el cabecilla de la dictadura más larga y destructiva que haya conocido esta Isla.

Pero más que la ridícula divinización del Apóstol o la supuesta defensa de los valores nacionales por los comisarios del castrismo, lo que realmente se esconde bajo todo el revuelo en torno a una sencilla película de ficción es el temor inconfesable de la cúpula y sus servidores ante un horizonte nacional y regional incierto, en medio del cual deberá producirse el traspaso del gobierno de los ancianos exguerrilleros a una nueva generación de supuestos "fieles".

El punto no es que se esté desmoronando una presunta veneración al Apóstol, sino que cada pequeña irreverencia ciudadana parece recordar a los autócratas que para ellos no habrá siquiera pedestales.

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