Una historia con final feliz
Miami/La primera vez que vi su imagen desgarbada, aquellas mejillas enjutas que revelaban una desnutrición severa y las líneas de tinta verdeazulosas que corrían por sus brazos, vestigios de lo que alguna vez fueron tatuajes, confieso que desconfié de su honestidad.
Como un animal asustadizo huía de mis preguntas, que parecían torturarlo mientras sus ojos buscaban algún resquicio para escapar de esa sensación aplastante que produce la miseria y la compasión ajena. Así fue como conocí a José Luis Sotolongo Ramos. En una conversación tripartita con la activista social cubano-ecuatoriana Nancy Sosa.
José Luis apenas tiene 25 años, pero las arrugas de su rostro le hacen parecer unos quince años más viejo. En las calles de San Miguel del Padrón vivió y resolvió hasta que pudo escapar de la Isla en la primera oportunidad que le dio la vida. Él no tuvo una infancia fácil, en su adolescencia ya conocía la marihuana y la cocaína. En algún momento terminó siendo portador del VIH. “Mi vida no ha sido fácil”, me confesó apenas con un susurro de voz.
Como buena parte de la generación que creció en la década del hambre, su sueño era emigrar, salir definitivamente de las ruinas que lo rodeaban cada día
Como buena parte de la generación que creció en la década del hambre, su sueño era emigrar, salir definitivamente de las ruinas que lo rodeaban cada día, escapar de los derrumbes, el hollín incrustado en las paredes y de esas grietas que más que la giraldilla parecen representar a la capital cubana. Ecuador fue la escala, en el verano del 2015, del camino a la última frontera a la que buscan llegar muchos cubanos.
Llegó al país andino acompañado de su esposa. Ella pudo conseguir el dinero para marcharse al Norte y él quedó atrás, con la esperanza de reunirse algún día nuevamente. Sin embargo, el capitalismo que tanto habían ansiado, comenzó a mostrar ese lado oscuro que descubre quien se encuentra solo, sin papeles y en un país desconocido.
“Comencé a tomar alcohol, recaí en las drogas, perdí el trabajo que tenía arreglando celulares. Ganaba una miseria, pero al menos ganaba algo, después se me venció la visa”, y como si fuera un rosario continuó desgranando sus desgracias.
Al poco tiempo sus suegros lo abandonaron también. “Había días en que no comía nada, que no dormía. Todo esto me fue agotando la energía hasta que llegó el día en que ni siquiera me podía levantar”.
Con la mirada triste recuerda cómo en Cuba las personas sueñan con salir al extranjero sin conocer lo que existe fuera. “Mi vida aquí ha sido muy dura, muy dura”, repite.
Cuando tocó fondo, José Luis reconoció que necesitaba ayuda. Aprovechando las redes sociales, difundió su testimonio pidiendo que lo ayudaran a regresar a Cuba, donde quería morir. Tuvo una inmediata acogida en la comunidad cubana en Ecuador. Decenas de sus compatriotas difundieron el mensaje y comenzaron a organizar la ayuda.
Una cubana generosa pagó su pasaje a la Isla. No porque le sobrara dinero, sino porque se compadeció de un hijo de su misma patria
Lo localizaron en la ciudad costera de Atacames, lo alimentaron, le consiguieron ropa y zapatos. El doctor cubano Rodney Reyes coordinó su ingreso en un hospital de Guayaquil gracias a la Fundación Yunta. Después, otros cubanos sacaron de sus ahorros para atenderlo diariamente. Juan Miguel González incluso movilizó a la prensa para intentar hacer algo por el joven. Esa es la solidaridad del cubano que pervive a pesar de la escasez o tal vez producto de ella.
Una vez estabilizado el paciente –por su difícil condición tomó semanas–, una cubana generosa pagó su pasaje a la Isla. No porque le sobrara dinero, sino porque se compadeció de un hijo de su misma patria. Hace una semana José Luis regresó a la Isla como él deseaba. Fue conducido directamente del aeropuerto al IPK y está recibiendo tratamiento médico para su enfermedad. Dejó de pensar en la muerte y se ha convertido en un luchador por la vida, deseoso de conocer un hijo que le está por nacer en tierras ecuatorianas.
Días atrás un amigo me preguntaba con qué esperanza contábamos los cubanos para construir una Cuba diferente, cuando el hombre nuevo terminó asustando a su propio creador. No tengo una respuesta absoluta y mucho menos me atrevo a vaticinios. Pero el hecho de que una comunidad de emigrados reaccione así ante la desgracia de un compatriota, que sean capaces de organizarse y de llevar a feliz término la empresa, dice mucho de lo que esa misma comunidad podría hacer si las condiciones en su país no la hubiesen obligado a marcharse, y también de la reserva de valores con las que cuenta la nación el día en que finalmente exista libertad para el ejercicio de una sana y plural sociedad civil.