El sufrimiento de Venezuela y el Nobel de la Paz

Opinión

Como ha explicado el Comité Noruego del Nobel, “la democracia constituye una condición esencial para una paz duradera”

Machado pidió el cese de la persecusión a los políticos opositores
"Machado se convirtió en la líder de un proceso de resistencia cívica". / EFE
Federico Hernández Aguilar

13 de octubre 2025 - 04:35

San Salvador/Quienes defendemos la libertad y la democracia en columnas de opinión hace rato nos quedamos sin calificativos para describir la terrible situación política, social y económica de Venezuela. Ni siquiera las metáforas más creativas consiguen ya abarcar, en su colorido extremismo, lo que han significado los 26 años de chavismo-madurismo en la tierra natal de Simón Bolívar.

A veces, con cierta vergüenza, solo nos queda volver a las palabras cajoneras del léxico periodístico, aquellas que usualmente se usan para hablar de una calamidad pública o un conflicto sanguinario: catástrofe, ruina, desastre, caos, penuria, debacle… El diccionario no suele hacer favores cuando la dura realidad sobrepasa a la ficción.

Todo lo ocurrido en Venezuela, eso sí, fue advertido con puntualidad. Ningún aviso oportuno dejó de hacerse. Desde que Hugo Chávez era candidato, prometiendo el paraíso a una ciudadanía descreída del partidismo tradicional, hasta las más recientes bufonadas de Nicolás Maduro, el “ungido” del comandante, no hubo demócrata auténtico en el mundo que dejara de señalar el rumbo que llevaba aquel experimento de socialismo locuaz y camorrista.

Los pocos Estados y funcionarios internacionales que se atrevieron a hacer prevenciones fueron ahogados por el clamoroso silencio del resto de naciones y los organismos de cooperación

El planeta, sin embargo, siguió girando como si nada. Los pocos Estados y funcionarios internacionales que se atrevieron a hacer prevenciones fueron ahogados por el clamoroso silencio del resto de naciones y los organismos de cooperación, sea porque muchos le debían favores al chavismo, sea porque los efectos de la propaganda convencieron de las bondades del ensayo a demasiados egos influyentes, o por esa cíclica globalización de la cobardía que suele echar raíces de cuando en cuando.

Llegará un día en que se hable de los esfuerzos que se hicieron para impedir la profundización de la tragedia venezolana, y entonces también tendrá que recordarse, para su triste memoria, a los personajes y gobiernos en quienes esa misión histórica no encontró apoyos sino obstáculos.

En la propia Venezuela, pese a todo, miles de ciudadanos siguieron luchando por sacudirse el yugo socialista. Lo intentaron de muchas maneras: eligiendo candidatos de oposición, abarrotando las calles en marchas pacíficas, enfrentando amenazas por doquier, sufriendo persecución hasta verse conducidos a la cárcel o entregando la vida.

“Mamá: me fui a luchar por Venezuela. Si no regreso, me fui con ella”. Esta frase, que a cualquiera pone la carne de gallina, la leí por primera vez pintada en el cartel que sostenía con ambas manos una adolescente que marchaba por una avenida de Caracas. La foto era elocuente, con esa elocuencia que otorgan el idealismo y la espontaneidad. Aquella joven sonreía, o trataba de hacerlo, por encima del drama que su cartel evidenciaba. Decenas de muchachos, atrás y por delante de ella, mostraban en sus rostros la misma determinación.

Esto fue en marzo de 2014. María Corina Machado todavía era diputada de la oposición y en ese momento se encontraba en Washington tratando de ofrecer un mensaje al Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA), manejada por José Miguel Insulza y otros cómplices del régimen venezolano. Tras horas de interminables discusiones, finalmente a María Corina se le impidió dirigir su petición de auxilio al organismo. Decepcionada, pero fortalecida por el valor de los jóvenes que morían en su país, Machado aseguró que el proceso abierto contra ella para retirarle la inmunidad parlamentaria no le intimidaba. “Mi pasado, mi presente y mi futuro”, dijo a la prensa, “están en Venezuela. Eso es lo que viene: a seguir luchando”.

En julio de 2024 consiguió derrotar ampliamente a la dictadura en las urnas, consolidando la ilegitimidad de Nicolás Maduro y demostrando al mundo entero que los venezolanos merecen la paz

Y cumplió esa promesa. No solo regresó a su patria a continuar la lucha, sino que se convirtió en la líder de un proceso de resistencia cívica que diez años más tarde, en julio de 2024, consiguió derrotar ampliamente a la dictadura en las urnas, consolidando la ilegitimidad de Nicolás Maduro y demostrando al mundo entero que los venezolanos merecen la paz y el retorno de todas las libertades que les han sido arrebatadas.

Hoy la ola de la historia viene de regreso. El descrédito del régimen bolivariano es manifiesto y María Corina ha sido galardonada con el premio Nobel de la Paz. Solo una cerrazón ideológica descomunal puede poner en duda la oportunidad de este reconocimiento, pues junto a Machado se está haciendo homenaje a los miles de ciudadanos que en Venezuela han derramado su sangre para poner fin a una tiranía oprobiosa.

Maduro y sus compinches están cada vez más solos. Nada queda de aquella planetaria complicidad con la que se arroparon por demasiado tiempo. También para ellos, el tiempo no ha corrido en vano. Ahora la máxima potencia del mundo tiene cercado al régimen de Caracas por sus evidentes nexos con el narcotráfico y la líder moral de la oposición a Maduro recibe el galardón más importante que puede agenciarse alguien que trabaje por la restauración de la democracia. Porque, como ha explicado el propio Comité Noruego del Nobel, “la democracia constituye una condición esencial para una paz duradera”. Que así sea para Venezuela.

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