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Vida de perro

Una peluquería canina. (Flickr/CC)
Rosa López

10 de julio 2015 - 10:13

La Habana/Pinky no es cualquier perro. Lleva las uñas pintadas, usa ropa de marca y tiene un estilista dedicado a su pelo. Pertenece a una nueva clase de canes, a través de los cuales sus dueños quieren marcar la diferencia y mostrar su poder económico. En medio de una sociedad donde los contrastes sociales se agudizan, las mascotas entran al ruedo de los símbolos de estatus y lo hacen a lo grande.

"Busco colonia desodorante para perros", le explica una mujer, con un diminuto chihuahua entre las manos, a la empleada de la tienda privada Marichigua. El atelier, ubicado en la calle 31A del municipio Playa, en La Habana, anuncia que cuenta con "confecciones de todo tipo, camas y accesorios para perros y gatos". El lugar es visitado por clientes que se hacen acompañar por sus mascotas, algunas de ellas vestidas con ropa a la medida y sombreros.

En una percha se exhiben numerosos modelos de ropa y disfraces. Uno rojo y negro para colocarle a los amigos de cuatro patas durante los días de Halloween, otros navideños y algunos que recuerdan la indumentaria de las bailarinas, con tutú y todo. "Haré un esfuerzo y le compraré un abrigo para el frío, porque tiembla mucho en invierno", comenta la señora del chihuahua al ver unos simpáticos suéteres de "cuello de tortuga". Aunque la mujer reconoce que los productos para perros "son caros", aclara que "con estos animales nos pasamos la mayor parte de nuestro día a día, así que por qué no hacer un sacrificio para que se vean bonitos".

Duerme sobre una cama decorada con dibujos de huesitos y le cepillan los dientes con un dentífrico especial para perros

Pinky, la pekinés de tres años y uñas color fresa, ha experimentado todo tipo de acicalamientos. Su dueña la ha criado como si fuera una hija desde que se la compró, en unos cincuenta pesos convertibles, a unos criadores que aseguraban que era "completamente de raza" y que estaba desparasitada. Desde entonces el animal ha vivido entre cariños y oropeles. Duerme sobre una cama decorada con dibujos de huesitos y toma agua en un pozuelo de acero inoxidable y goma anti resbalante. En las noches le cepillan los dientes con un dentífrico especial para perros.

La familia de Pinky viaja con frecuencia al extranjero por cuestiones oficiales. Entonces dejan a la emperifollada perrita en un alojamiento para mascotas en la barriada de Los Pinos. A un precio de tres pesos convertibles la noche o una oferta de 70 CUC por mes, el lugar tiene técnicos veterinarios y entrenadores. En su página de Facebook aseguran que están "avalados por el título de entrenamiento de mamíferos marinos otorgado en el Acuario Nacional de Cuba".

Los clientes de estos sitios varían. "A Pinky a veces la acompañan perros de diplomáticos que tienen que salir del país y otros de cubanos que hacen un esfuerzo para no dejar abandonados a sus perros mientras están de viaje", explica Jessica, la dueña de la consentida perrita. Para ella, además de una buena comida, lo más importante durante la estancia en el "hotel" es que le cepillen diariamente el pelo a su mascota y la saquen a pasear. "Si no, se estresa mucho", comenta.

"Estamos llenos, no tenemos ahora mismo capacidad", explica Amparo, la mujer que atiende el lugar. Los dueños de Pinky no parecen estar tan solos en sus desvelos hacia la mascota o en los reclamos de productos y servicios. Todo apunta a que una ola de cuidados delicados ha influido en muchos dueños de animales.

Comparada con estos satos de “mala muerte” abandonados a su suerte, Pinky podría ser considerada como una perra burguesa, de la nomenclatura

Para complacer esos reclamos, los propietarios del alojamiento canino en Los Pinos aseguran: "te entregamos a tu mascota siempre limpia, de modo que si se ensució jugando con nuevos amigos incluimos un baño en la estancia sin costo adicional". Además cuentan con "servicio peluquería que incluye frontline o advantage para pulgas y garrapatas, corte de uñas, limpieza de oídos". Esto último con cargo extra.

A través de los perros también se muestra el éxodo de cubanos. "Los huacales son muy demandados, sobre todo los de tamaño mediano y pequeño", explica una empleada de la tienda de mascotas ubicada en la calle Obispo, en Habana Vieja. En la terminal dos del Aeropuerto Internacional José Martí es común ver a familias enteras que dicen adiós al terruño y portan una de esas cajas para animales.

Los productos contra garrapatas y pulgas también tienen alta demanda. "Desde que se me murió un perro por culpa de la picadura de una garrapata, no he dejado de comprarle collares o pipetas para protegerlos", explica María, una protectora de los animales que vive en las inmediaciones de la Universidad de La Habana. La erliquia o erliquiosis canina es una enfermedad que afecta con frecuencia a los perros en Cuba. "No se trata de lujos, sino de sobrevivencia", explica esta señora. "Tengo protegidos a todos mis perros con la pentavalente", una vacuna comprada en pesos convertibles.

El contraste con la situación de otros animales es brutal. Las calles de la capital cubana están llenas de perros callejeros, deteriorados y enclenques. Para ellos la vida no discurre entre aromas y comida con vitaminas, sino entre patadas y hambre. Comparada con estos satos de "mala muerte" abandonados a su suerte, Pinky podría ser considerada como una perra burguesa, de la nomenclatura. Los animales han acabado por expresar por sí mismos los tremendos contrastes que se muestran en la Cuba de hoy.

Algunos rechazan tantos cuidados para las mascotas. "¿Cómo un perro va a comer mejor que un ser humano?", se quejaba Chicho, un septuagenario que fue a comprar una escoba plástica al complejo de Tiendas Galerías Paseo, frente al hotel Cohiba, pero se topó con una tienda para mascotas donde una saco de tres kilogramos de comida para perros supera los 15 pesos convertibles. "¡Hay veces que a uno le dan ganas de ladrar y de mover la cola!", soltó el anciano con un gran sonrisa.

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