La hostilidad silenciosa: el precio del exilio anticastrista
Exilio
La política migratoria ha oscilado entre el privilegio y el castigo
Miami/No hay exilio sin pérdida, pero el exilio cubano anticastrista ha cargado, además, con una forma de pérdida más sutil y corrosiva: la del reconocimiento. Desde los primeros días tras el triunfo de la Revolución, quienes se atrevieron a disentir y abandonar la Isla fueron marcados no solo por el dolor de la separación, sino por una hostilidad persistente que se disfraza de indiferencia, de sospecha, y de silencio.
La propaganda castrista, hábil y tenaz, ha logrado infiltrarse en los tejidos más íntimos de la vida cultural y académica de Estados Unidos, América Latina y Europa. En universidades, en festivales de cine, en editoriales y en medios de comunicación, el relato oficial ha sido repetido con tal eficacia que el exiliado anticastrista aparece como una figura incómoda, casi anacrónica: el “gusano”, el reaccionario, el nostálgico de un pasado que se nos dice que merecía morir.
En España, donde la izquierda cultural ha abrazado durante décadas una visión romántica de la revolución cubana, los exiliados han sido recibidos con frialdad, cuando no con abierta animadversión. Se les ha negado el derecho a la complejidad, a la contradicción, a la memoria plural. Pero algo está cambiando. La creciente presencia de cubanos en territorio español ha comenzado a erosionar esa narrativa monolítica. La experiencia directa, la cercanía humana, la voz del que ha vivido la represión y la escasez, están abriendo fisuras en el muro de la propaganda.
El exilio no es solo una herida: es también una forma de resistencia
En Estados Unidos, paradójicamente, donde muchos exiliados encontraron refugio, también han enfrentado el peso de la sospecha. La política migratoria ha oscilado entre el privilegio y el castigo, y los nuevos exiliados, especialmente los que llegan tras denunciar al régimen, se enfrentan a un sistema que les exige pruebas de sufrimiento mientras les niega empatía.
La hostilidad hacia el exiliado anticastrista no siempre se expresa con gritos. A veces es la omisión en los libros de texto, la exclusión en los paneles académicos, la burla en los círculos intelectuales. Es el silencio que rodea sus testimonios, la incomodidad que provoca su presencia.
Pero el exilio no es solo una herida: es también una forma de resistencia. Cada voz que se alza contra el relato único, cada historia que se cuenta desde la fractura, cada gesto de memoria que desafía la propaganda, es un acto de dignidad. Y esa dignidad, aunque a menudo ignorada, es la que sostiene la verdad frente al olvido.