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Triunfo y derrota de la disidencia

Foto tomada en la prisión Combinado del Este, en La Habana, durante una visita realizada en 2013 por la prensa nacional y extranjera acreditada en la Isla. (EFE/Archivo)
Ariel Hidalgo

14 de enero 2019 - 14:43

Miami/La disidencia, como movimiento cívico organizado, no nació hasta 1983. A principios de octubre de ese año, me encontraba en la prisión Combinado del Este cumpliendo ocho años por un manuscrito crítico del sistema político cuando conocí a un nuevo recluso: Ricardo Bofill había militado en la Juventud del Partido Socialista Popular y ya había sufrido prisión por la causa de la Microfracción en 1967(divergencias con la línea del Partido). Durante varias semanas, intercambiamos impresiones e ideas.

Por aquel entonces me preocupaba la situación infrahumana de un amigo incomunicado en las celdas tapiadas y Bofill dijo tener vínculos con agencias de prensa extranjera para enviarles una denuncia. Se ofrecía, incluso, a ayudarme a redactarla, pero sostenía que debíamos firmar con nuestros propios nombres para que tuviera credibilidad, algo hasta entonces inconcebible en el presidio político. La redactamos, detrás él escribió su nombre y debajo puse el mío. Para mi sorpresa, al final Bofill añadió: "Comité Cubano Pro Derechos Humanos". Luego, junto a su nombre escribió "presidente" y junto al mío "vicepresidente". No le di importancia a aquello. No apunté el día como fecha memorable. Para mí se trataba sólo de ayudar a un amigo, pero cuando la información llegó al extranjero, el titular no era su caso, sino la creación, por primera vez en Cuba, de un comité de derechos humanos.

Para mí se trataba sólo de ayudar a un amigo, pero cuando la información llegó al extranjero, el titular no era su caso, sino la creación, por primera vez en Cuba, de un comité de derechos humanos

De inmediato, Bofill envió mensajes a Gustavo Arcos Bergnes, asaltante del cuartel Moncada y aislado en celda aparte, y a Elizardo Sánchez, activista socialdemócrata, quien se encontraba en la prisión de Boniato de Santiago de Cuba. Los dos respondieron positivamente. Tres prisioneros más del Combinado se unieron. El Comité ya estaba creado, pero la represión no demoró. Algunos fueron incomunicados, entre ellos Bofill, quien luego fue ingresado en una habitación del hospital carcelario. Allí permaneció una larga temporada hasta que lo sacaron con destino desconocido. No sabíamos si lo habían llevado a otro penal, a su domicilio en Cuba o al extranjero, por lo que en una reunión de los miembros del Comité, fui elegido, con carácter provisional, presidente interino.

Comenzó entonces la elaboración de un plan estratégico. La cárcel se convirtió en un inmenso laboratorio, una maqueta de lo que podría ser luego el movimiento disidente en todo el país. Ayudamos a agrupar a muchos prisioneros políticos según sus actividades: una asociación de escritores y artistas, otra de religiosos de distintas iglesias, y la Liga Cívica Martiana. La de escritores creó su propia revista, El Disidente, que escribíamos a mano y llegó a contar con más de 60 páginas, con tanta perfección que parecía impresa. Varios ejemplares circulaban por el presidio, e incluso algunos eran sacados subrepticiamente y circulaban por las calles, otros fueron enviados al extranjero y algunos extractos fueron publicados en El Nuevo Herald de Miami.

A veces, la Seguridad del Estado asaltaba nuestras celdas y había que empezar otra vez, por lo que teníamos que esconder bien cada página elaborada. Llegamos a trabajar tan unidos todos los grupos en interés de los presos que, de una manera u otra, todos y cada uno realizaba algún tipo de labor, por lo que las autoridades tenían que contar con nosotros para cualquier cambio en la dirección penal.

Así, más o menos, queríamos lograr que fuera a nivel de toda la sociedad. Debía fundarse un comité de apoyo de cada sector social en defensa de sus intereses: para periodistas, para maestros, religiosos, artistas, cuentapropistas, y así sucesivamente. Cuando todos estos comités se fortalecieran con el respaldo de sus respectivas ramas, debían unirse en una federación de autodefensa social para enfrentarse pacíficamente, en nombre de toda la sociedad civil, al poder totalitario. Calculábamos que, de llevarse a cabo este plan como lo pensábamos, no pasarían unos 10 o 15 años para que se produjesen los grandes cambios que deseábamos. Y estábamos en 1985.

Cuando todos estos comités se fortalecieran con el respaldo de sus respectivas ramas, debían unirse en una federación de autodefensa social para enfrentarse pacíficamente, en nombre de toda la sociedad civil, al poder totalitario

Nuestras denuncias dieron lugar a un escándalo internacional y el Gobierno se vio obligado a permitir la inspección en las cárceles por representantes de diferentes organismos internacionales. En 1988 acepté una propuesta de liberación a condición de que me fuera del país, una forma de destierro extraoficial. En la tarde del 4 de agosto, poco más de un mes antes de que una comisión de la ONU entrara al Combinado del Este, me sacaron de mi celda y fui llevado al Aeropuerto Internacional José Martí.

El Gobierno cubano fue condenado en Naciones Unidas. El movimiento se extendió por todo el país y ha sido el único de la oposición, en seis décadas, que ha logrado sostenerse sin ser aniquilado a pesar de amenazas, acosos, persecuciones, detenciones y largas condenas. Esto significaba una gran victoria. La respuesta está en que las nuevas dictaduras, ya sean comunistas o del llamado socialismo del siglo XXI, se preparan para enfrentar a sus adversarios en el plano de la violencia, pero cuando se les enfrenta con la no violencia, se desorientan.

Sin embargo, el movimiento fracasó en lo más importante: lograr el apoyo de los diferentes sectores sociales. ¿Qué falló?

La razón principal fue un cambio de discurso en muchas agrupaciones. En el exterior, hasta mediados de los 90, una gran mayoría de exiliados veían la disidencia como una jugada gubernamental para fabricar una oposición manipulable. Entre los pocos que confiaron estaba la activista y actriz Teté Machado. Ambos fundamos el primer centro de apoyo a los disidentes, el Buró de Información de Derechos Humanos (Infoburo).

En el exterior, hasta mediados de los 90, una gran mayoría de exiliados veían la disidencia como una jugada gubernamental para fabricar una oposición manipulable

Durante varios años Teté fue la voz de todo el movimiento disidente en los más importantes cónclaves por todo el mundo. Pero cuando algunos disidentes opacaron el liderazgo del exilio, poderosas organizaciones políticas ofrecieron apoyo material y mediático a varios de sus líderes a cambio de que respaldaran sus propias demandas, como apoyar el embargo y oponerse a viajes y remesas.

Los que aceptaron, al adoptar una retórica totalmente contraria a los intereses de la población, perdieron contacto con ella y fueron desplazados a la marginalidad social. Otros grupos, aunque no adoptaron esa retórica, no asumieron a cabalidad su compromiso social. De modo que llegamos a un punto muerto: ni el Gobierno era capaz de exterminar a la disidencia, ni la disidencia, de derrotar al Gobierno. Sólo aquellos grupos -muy pocos-, fieles al compromiso original, recibieron gran apoyo y se convirtieron en los más numerosos.

Con estas reflexiones quiero invitar a los demás a hacer un análisis crítico.

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