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Aeropuerto seguro, ciudadanos espantados

La terminal número 1 del aeropuerto Jose Martí, recién pintada. (Reinaldo Escobar)
Reinaldo Escobar

13 de marzo 2016 - 00:22

La Habana/Mientras caminaba por la siempre bien cuidada Avenida Van Troi que conduce a la Terminal No. 1 del Aeropuerto José Martí en La Habana, tuve la periodística ocurrencia de hacer unas fotos al sitio por el que probablemente arribará el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en su próxima visita a Cuba.

Primero fue una señora, digamos una joven mujer, que al verme -al sorprenderme según ella- retratando el cartel que indica la proximidad del aeropuerto, me dijo, en un tono combativo y enérgico “compañero, ¿qué hace usted tirando fotos en este lugar?” Con mi mejor buena fe le respondí que lo hacía como cualquier visitante a la ciudad y seguí de largo.

Luego encontré un buen ángulo donde salía el busto de José Martí, la bandera y el frente de la terminal aérea; unos pasos más adelante, la imagen mejoraba porque al fondo podía apreciarse la torre de control, que es el sello de identidad de cualquier aeropuerto.

Cuando me había colocado a una distancia adecuada para retratar el cartel con el nombre completo del lugar, una voz -entre cortés y autoritaria- llamó mi atención, al tiempo que la imagen de un hombre se interponía en los planos bajos del encuadre.

“¿Por qué está haciendo esas fotos?” me preguntó, casi amable. Como era yo el que empezaba a perder la paciencia le respondí con una pregunta: “¿Y si fuera un turista extranjero el que estuviera tirando fotos, usted también le diría algo?”

Me pidió calma, porque su trabajo era “proteger” el lugar y quería saber mis motivos.

Para ponerme un paso por delante de sus intenciones, le mostré voluntariamente mi carné de identidad.

Entonces llegó el otro. “¿Qué está pasando aquí?” espetó en un tono regañón. Apenas escuchó las explicaciones sacó una cartera donde se veía un carné con las letras DSE que identifican al Departamento de la Seguridad del Estado. Siempre me he preguntado si en los cursos que pasan estos agentes los entrenan para mostrar su identificación. Es que lo hacen de una manera… que uno se queda con la impresión de que le van a enseñar... otra cosa, una pistola, digamos.

“¡Acompáñeme!” dijo, y empezó a caminar hasta llegar a un auto. “¿Y a dónde me llevan?” pregunté. “Le mostré mi identificación que le dice que soy la autoridad, ahora usted se monta y yo lo llevo a donde corresponda”, respondió el agente, con un gesto inapelable y agregó en voz más baja “vamos a conversar con usted”. La única defensa que encontré a mano fue decirle “Eso es, si yo quiero conversar”.

Aunque el recorrido fue breve, me acordé de Nguyen Van Troi, el joven vietnamita ejecutado el 15 de octubre de 1964 por haber intentado un atentado contra Robert McNamara

El auto me condujo a una unidad de la policía cercana. Aunque el recorrido fue breve, me acordé de Nguyen Van Troi, el joven vietnamita ejecutado el 15 de octubre de 1964 por haber intentado un atentado contra Robert McNamara. Van Troi fue sorprendido mientras colocaba minas en el puente por donde pasaría el entonces Secretario de Defensa de Estados Unidos de visita en Saigón y yo recorría la avenida que lleva su nombre por ser sospechoso de perturbar la visita de Barack Obama. Al menos tenía la convicción de que no me iban a fusilar, pero me fue imposible despegarme de la comparación.

Al llegar a la estación de policía, siempre acompañado del joven agente que me había atrapado “in fraganti”, me sentaron en un banco junto a unos soldados que descansaban de una fatigosa jornada de fumigación. A los pocos minutos me atendió un señor de cerca de 50 años que dijo ser el teniente coronel Saúl. Sus primeras palabras fueron: “Debe saber que usted no se encuentra detenido. Está aquí para hacerle algunas preguntas”. Quería saber si era periodista y si nuestro órgano se dedicaba a hacer algo contra el Estado. Le mostré mi tarjeta que me identifica como periodista del diario digital 14ymedio y me preguntó quién era su director. “Directora, rectifiqué, Yoani Sánchez es la directora.” Y le di una larga explicación de nuestros propósitos como periodistas.

“¡Ah, sí Yoani Sánchez!” dijo como si lo hubiera entendido todo de un solo golpe. Me explicó, con mucha amabilidad, que ellos estaban cumpliendo con el deber de velar por la seguridad del aeropuerto ante la visita del mandatario estadounidense. Sólo le faltó la frase hollywoodense de “no es nada personal, es mi trabajo”. Me pidió que lo esperara unos minutos para consultar con la jefatura y regresó casi enseguida para decirme que todo lo que tenía que hacer era borrar las fotos que había hecho.

“¿En su presencia?” le pregunté, como si no fuera obvio que de eso se trataba.

“Pues eso será fácil”, le dije, y bajo la atenta mirada del más joven coloqué en el cesto de basura virtual las cuatro imágenes que había captado. Al menos creí haberlas borrado. Solo al llegar a la redacción descubrí "horrorizado" que se había salvado una, precisamente donde aparecía mi captor. Pero les juro que fue sin intención... Aquí se la dejo arriba de este texto. Solo estoy haciendo mi trabajo, para mostrar los colores con que está pintada ahora la terminal número 1.

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