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Comerciante, esa mala palabra

Yoani Sánchez

22 de septiembre 2013 - 20:03

Foto: Silvia Corbelle

Si la realidad pudiera personificarse, meterse en un cuerpo, tener contornos físicos. Si una sociedad pudiera ser representada como un ser vivo, la nuestra se vería cual adolescente en crecimiento. Alguien a quien se le alargan los brazos y las piernas, que tiene deseos de sacudirse el paternalismo y hacerse adulto. Pero ese muchacho imberbe, lleva sobre sí una ropa tan ceñida que apenas lo deja respirar. Nuestra cotidianidad ha quedado comprimida por el corsé de una legalidad con excesivas prohibiciones y una ideología tan caduca como disfuncional. Así dibujaría la Cuba de hoy, bajo esa forma púber pero reprimida, representaría el contexto donde vivo.

La tendencia gubernamental no se encamina hacia reconocer nuestras necesidades de expansión económica y política. Más bien trata de apretarnos en moldes absurdos. Tal es el caso de las limitadas ocupaciones permitidas para el trabajo por cuenta propia, ese sector que en cualquier otro país tendría el calificativo de “privado”. En vez ampliar el número de licencias para incluir muchas otras actividades productivas y de servicios, las autoridades pretenden recortar la realidad para que quepa en el listado de lo aceptado. La ley comportándose no como fomento de la creatividad y el talento, sino como rienda estrecha para limitar el emprendimiento.

El último ejemplo de esta contradicción está en los operativos contra quienes venden ropa importada, traída fundamentalmente de Ecuador y Panamá. Según los medios oficiales muchos de estos mercaderes han utilizado una licencia de “Sastre” que les permitía comercializar los artículos salidos de su propias máquinas de coser, para ofertar en su lugar blusas, pantalones y bolsos de confección industrial. A los infractores se les ha impuesto como castigo el decomiso de la mercancía y también abultadas multas. Los inspectores pretenden así meter nuestra realidad en la camisa de fuerza de lo regulado por la Gaceta Oficial.

Por qué en lugar de tanta persecución, no se autoriza la labor del “comerciante”. Comprar, transportar y revender artículos de alta demanda no debería constituir un delito, sino una actividad regulada que contribuyera también al fisco a través de los impuestos. Negar esa pieza clave en el engranaje de cualquier sociedad es desconocer cómo se estructura el entramado económico de ésta. El andamiaje legal de una nación no está para condenarla a la infancia del timbiriche, la manufactura y la venta de churros, sino para ayudarla a expandirse profesional y materialmente. Mientras el gobierno cubano no acepte este abecé del desarrollo, nuestra realidad deberá crecer y estirar sus brazos hacia la ilegalidad y el clandestinaje.

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