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Cosita

Yoani Sánchez

25 de marzo 2014 - 16:08

Foto: Silvia Corbelle

Partió de Banes una mañana calurosa y polvorienta. En el bolso, algo de ropa interior y la dirección de sus parientes en La Habana. Cuando el tren llegó a la Estación Central, Cosita respiró profundo y se llenó los pulmones de ese olor a petróleo requemado típico de la capital. “Estoy en la placa”* se dijo a sí misma, con una sensación de victoria. Pasarían seis meses y regresaría a aquel lugar, con un acta de advertencia policial y un trozo de lavadora para embarcar junto a ella en el tren.

Cosita se instaló en la sala de una prima y comenzó a recopilar botellas de plástico y trozos de nylon en los latones de basura más cercanos. Con ellos hacia unas flores artificiales que vendía para comer y “darle algo” a los parientes habaneros. Hizo una pesquisa en el barrio buscando hombres solteros –aunque fueran mayores- a los que se ofrecía como “una mujer limpia, que hace de todo en una casa”, pero no logró ningún compromiso. Sabía que tenía los días contados hasta que la policía la detuviera en la calle y descubriera que ella era una ilegal. Una “palestina” más, como despectivamente llaman muchos capitalinos a la gente del oriente del país.

La atraparon una tarde, lluviosa y gris, mientras vendía sus flores a las afueras de un mercado agrícola. Le impusieron una multa, por actividad económica ilícita y le advirtieron que tenía 72 horas para abandonar la ciudad. Pero Cosita no podía irse todavía. Había logrado que le regalaran la mitad de una lavadora Aurika y no tenía transporte para llevársela. Un vecino le donó también un viejo armario para niños, sin puertas ni gavetas. Eran todas las posesiones materiales alcanzadas en su aventura habanera y no iba a dejarlas atrás.

Los camioneros le pedían demasiado por transportar hasta Banes sus “tesoros”. Ya no podía vender sus adornos de nylon y los parientes que la habían acogido temían una nueva multa por tener una ilegal en casa. Cosita partió, una noche fría de diciembre, con su trozo de lavadora y el bolso tan vacío como cuando llegó. El armario se quedó abandonado en un pasillo y alguien usó sus tablas para tapiar una ventana por donde entraba la lluvia. El palo de la percha sustituyó al de una escoba rota y los clavos los reutilizaron en una silla.

Cosita, en Banes, sueña con regresar a La Habana. Le cuenta a sus amigos sobre sus días en “la capital de todos los cubanos” y sublima aquel “mueble para niños, de madera buena” que algún día logrará traer –como trofeo- hasta su pueblo.

* Una de las formas populares de llamar a La Habana.

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