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La mano que lanza los palitos

Yoani Sánchez

13 de junio 2008 - 06:24

Como en uno de esos juegos de palitos chinos, donde un mazo de finas varillas de colores es lanzado desde lo alto, así hemos sido arrojados mis colegas y yo sobre el enorme tablero de este globo terráqueo. Los que estudiamos en la misma aula, intercambiarnos ideas o compartimos proyectos, ahora podríamos hacer una red de filólogos -graduados en la Universidad de La Habana- dispersos por el mundo.

Marlen, la matancera, vive en la otra orilla y hace su doctorado; mientras Nelson –quien fuera el primer expediente de su graduación- ya lleva casi seis años en Estados Unidos. Del poeta José Félix, sé que cantaba con una guitarra en los bares de España y Walfrido -avezado en la semántica- está con su novia en Madrid. Muchos de los alumnos de años anteriores al mío, como Sahily y Yamilé, llevan su vida en la Gran Manzana o en algún país de Latinoamérica. La lista de los emigrados coincide, salvo raras excepciones, con la matrícula que en mis años de estudio tenía la Facultad de Artes y Letras.

El palito chino que soy yo ha dado sus tumbos de un continente a otro, pero una alocada fuerza gravitacional terminó por regresarlo a su origen. Eso sí, sin resentimiento a los que cayeron lejos. A todos, un montón de circunstancias nos tiró de aquí para allá. “La mano que lanza los palitos” fue en el caso de algunos las necesidades económicas, la falta de expectativas o la simple imposibilidad de seguir compartiendo el mismo techo con los padres y los abuelos. A otros, nos llevó al exilio la asfixia ante la falta de libertades, las ganas de gritar en una esquina, aunque nadie nos oyera.

Haber perdido a todos esos lingüistas, críticos de arte y escritores, está en la categoría de daño irreversible para la cultura cubana. Sin embargo, no escucho en los congresos de cultura, en las reuniones de la UNEAC y mucho menos en las tribunas políticas, las necesarias frases de pesar por la escapada en masa de mis colegas. Ninguna mano parece estar dispuesta a volver a unir a todos los “palitos”, a proporcionarles a estos “filólogos en fuga” la posibilidad de tener su propio techo, de cumplir aquí sus sueños profesionales o de gritar –con libertad- en todas las esquinas.

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