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Algo más que números

Yoani Sánchez

07 de septiembre 2012 - 18:07

Dos jóvenes sonrientes explican en un anuncio televisivo las ventajas del Censo de Población y Vivienda 2012. Hablan de la necesidad de tener estadísticas actualizadas y confiables sobre nuestra sociedad. Para terminar el breve spot, dicen a coro una frase donde se asegura que “del 15 al 24 de septiembre en Cuba contamos todos”. La cual invariablemente lleva al espectador a reflexionar en que no es lo mismo que nos cuenten a que cuenten con nosotros. Pero más allá de los “actos fallidos” que quedan en evidencia en el lenguaje oficial, la preocupación nos llega por otro camino. Los cubanos desconfiamos de las inspecciones, tenemos una suspicacia muy marcada hacia los conteos y las averiguaciones en el interior de nuestras viviendas. Tenemos una existencia dividida entre una zona legal -y pública- y otra plagada de ilegalidades para sobrevivir. Esa es la explicación principal de por qué no siempre recibimos con gusto los sondeos.

En otras condiciones, un censo no debería preocuparnos sino alegrarnos. Pues se trata de una herramienta estadística que provee a la ciudadanía de datos sobre sí misma. Número de viviendas, cantidad de habitantes de un género u otro, índice de crecimiento poblacional… y así muchas otras cifras que revelan alcances y deficiencias de una nación. Sin embargo, en el caso de nuestro país es muy difícil separar un simple inventario del consecuente control estatal que éste genera. Imposible deslindar una pesquisa –por ingenua y anónima que parezca- de su contraparte más temida: la vigilancia. Especialmente en relación con todos los objetos y recursos de “dudosa procedencia” que apuntalan nuestro día a día. De ahí que buena parte de los cubanos terminará mintiendo en varias de las preguntas que harán los enumeradores y otros tantos ni siquiera se dejaran censar. Los resultados finales serán entonces una mezcla de aproximaciones, omisiones y falsedades emitidas por muchos de los encuestados para no revelar la realidad de quiénes son o qué poseen.

Después de indagar entre varios amigos y vecinos, corroboré que la gente no está dispuesta a confesar todo lo que la Oficina Nacional de Estadísticas quiere saber. Un amiga, que ha podido arreglar su casa con las ganancias de la venta ilegal de ropa, me explica cómo hará: “Voy a meter para el cuarto el televisor pantalla plana y le diré al niño que esconda la laptop”, afirma sin sonrojo. Para inmediatamente asegurar: “Cuando me pregunten de qué vivimos, pues les diré que de los 420 pesos cubanos mensuales (menos de 20 USD) que gana mi marido”. “Ah… y si les da por averiguar de qué marca es mi refrigerador, ahí sí les voy a mentir a la cara diciendo que es Haier… aunque desde la sala se puede leer el logotipo de LG”. Pero lo más complicado para ella será pedirle a su hermano, a la esposa de éste y a su niña pequeña, que traten de no estar en la casa en esos días para que no los vean, porque los tres viven sin papeles en La Habana. Cuando el enumerador salga de su vivienda de seguro tendrá una idea muy diferente del nivel y la forma de vida de mi astuta amiga. Y eso es precisamente lo que ella quiere, que piensen que es rojo donde es verde, poco donde es mucho, ahora donde es mañana. Porque desde chiquita le enseñaron que decir la verdad es señalarse y darle información al Estado es autoinculparse.

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