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Ricky se fue a ritmo de reguetón

Los manifestantes celebran la dimisión de Ricardo Rosselló. (14ymedio/Juan Jaramillo)
Yoani Sánchez

27 de julio 2019 - 14:07

San Juan, Puerto Rico/"Se tenía que ir y se fue". Con estas palabras me da la bienvenida el taxista. No hace falta nombre, ni detalles, porque en las calles de Puerto Rico todos saben de quién habla. Mientras conduce por San Juan, el chofer me cuenta cómo "la gente botó" al gobernador Ricardo Rosselló después de días de protestas, en los que la indignación y el reguetón se dieron la mano.

En un semáforo, el hombre de unos 50 años y manos nudosas golpea el timón como si fuera el rostro de Ricky. "Que no se quería ir, pero tuvo que renunciar", insiste. Junto a sus dos hijos, pasó cada noche de la última semana en los alrededores de La Fortaleza, la residencia oficial del gobernador boricua. "Llevé una bandera, pero en blanco y negro, sin colores, porque aquí seguimos de luto", advierte.

En la medida en que me cuenta los detalles de las noches de protesta, pasamos por varias cuadras donde en los balcones y las puertas se suceden una tras otra las enseñas del triángulo azul y las franjas rojas. Se parece tanto a la cubana que en mis fantasías de recién llegada, me imagino estar en La Habana el día después de un cambio de Gobierno.

Esa confusión de realidades me persigue el tiempo en que el auto se desplaza hacia el viejo San Juan

Esa confusión de realidades me persigue el tiempo en que el auto se desplaza hacia el viejo San Juan. Así, cuando el chofer asegura que "la gente se unió y no importaba si eras artista o mecánico, rico o pobre, todo el mundo se juntó", fantaseo con unos obreros que dejan de dar pico y pala en las líneas férreas para gritar a coro junto con novelistas y trovadores frente a la Plaza de la Revolución habanera.

La imagen dura un segundo en mi cabeza antes de volver a Puerto Rico.

El huracán María es una herida abierta que atraviesa la Isla. "Mi hermano lo perdió todo y tuvo que mudarse del pueblo donde vivía, pasó un año y medio sin electricidad", cuenta el taxista. Intercala algunas palabras en inglés: baby, expensive, dealer, food… una mezcla lingüística que escucho por todos lados en este estado libre asociado de Estados Unidos.

La tarde cae, los titulares de todo el mundo señalan hacia este lugar donde en las plazas la gente perrea celebrando la primera jornada sin Ricky, el inicio de una etapa nueva, llena de interrogantes. En uno de esos lugares, en que se mezclan la alegría popular, el alcohol y los movimientos de caderas, está Alder, un músico que toca el piano y el clarinete. Baila también, pero con algo de cuidado.

"Tuve problemas de ciática el año pasado y no quiero volver a estar en una silla de ruedas pero esto no me lo podía perder", me dice mientras termina de apurar una botella de una cerveza artesanal que hacen unos amigos. "Estos no se han ido, se quedaron después de la crisis y del huracán, siguen aquí", cuenta y señala la etiqueta "cien por ciento puertorriqueña". Cada vez que intenta perrear se pone una mano aguantándose la cintura, "para no darle muy duro", advierte.

Una familia ha venido con dos satos cariñosos y ladradores recogidos de refugios donde fueron a parar cuando el huracán hizo huír hacia Estados Unidos a las familias que los cuidaron hasta ese fatídico septiembre de 2017

A su lado, una familia ha venido con dos satos cariñosos y ladradores recogidos de refugios donde fueron a parar cuando el huracán hizo huír hacia Estados Unidos a las familias que los cuidaron hasta ese fatídico septiembre de 2017. Los vientos y las lluvias se cobraron entonces más de 4.600 vidas, según un estudio de la Universidad de Harvard.

"Fue duro porque tuvimos que volver a nuestros orígenes, aprender a hacer cosas que hacía años no hacíamos", cuenta Nata, la boricua que ha salido a celebrar con sus dos mascotas rescatadas. "Había personas aquí que no sabían vivir sin estar dentro del aire acondicionado, sin su móvil o sin electricidad y María nos obligó a aprender desde cero", recuerda.

"Después de eso, los teléfonos no funcionaban así que la gente se encontraba en la calle. En los pueblos hubo que improvisar ollas comunes para alimentarse y la ciudadanía tuvo que organizarse por sí misma para hacer frente a ese desastre", detalla. "Todo esto comenzó con María. Sin lo que nos ocurrió hace dos años la gente no hubiera terminado movilizándose como lo ha hecho ahora, no hubiera terminado uniéndose".

El puntillazo fue la reciente filtración de un chat de casi 900 páginas en el que Rosselló compartía con sus cercanos colaboradores, sus "brothers", como los llamaba, cientos, miles de criterios, comentarios y temas de política pública. Las bromas de índole sexual y los chistes misóginos salpican también el extenso intercambio por Telegram que terminó de hundir su Gobierno.

Pero el rechazo se incubaba desde mucho antes. "Este es un niño rico, no sabe lo que pasa acá abajo", cuenta un señor delgadísimo a las afueras de un club que lleva más de un año cerrado. "Es hijo del exgobernador Pedro Rosselló González, así que siempre ha tenido una buena vida sin dificultades", explica y parte hacia un local donde en un sofá desvencijado varios drogadictos tienen un espacio en paz para inyectarse.

Los músicos han sido protagonistas del movimiento social que sacó a Rosselló. Las voces de Bad Bunny, Residente y Ricky Martin hacen de banda sonora a la inconformidad social

Los músicos han sido protagonistas del movimiento social que sacó a Rosselló. Las voces de Bad Bunny, Residente y Ricky Martin hacen de banda sonora a la inconformidad social y en las paradas de ómnibus, jóvenes con altavoces inalámbricos prolongan sus rimas. Se puede ir de un lado a otro de la ciudad completando las canciones con los trozos que salen de los autos, las ventanas y la propia voz de los boricuas.

No faltan algunas frases independentistas, unos pocos llamados a aprovechar la coyuntura para "ir más allá y terminar con la colonia", como clama un joven a las afueras de una pequeña casa cercana al bar La Puerta de Alto del Cabro, un sitio tradicional que ha logrado sobrellevar la embestida de las grandes cadenas. Pero es el rechazo a Rosselló, el villano de la jornada, el que parecen compartir todos.

Alder esperó durante toda la tarde del miércoles a que Ricky se fuera. En el estudio musical donde graba algunos temas se pertrecharon con palomitas de maíz, bebida y paciencia para celebrar la salida del gobernador. Pasadas las siete de la noche todos los suministros se habían acabado y "el cabrón seguía sin renunciar", recuerda. Era como asistir al final de una película que se dilata sin que aparezcan los créditos.

Una hora después, decidieron ir a las afueras de La Fortaleza. "Puede que tome tiempo pero esta noche se va, sí o sí", dijo Adler. Esa madrugada, terminó en el banco de un parque borracho y feliz como si hubiera sido parte del "comando liberador" que sacó al gobernador de su puesto. No había nadie en la calle que no se sintiera también parte de ese grupo. No necesitaron pasamontañas ni ametralladoras, lo hicieron a puro grito.

El cansancio y tantas impresiones mezclan todo en mi cabeza. Crecí escuchando aquello de las dos alas, de las islas que solo juntas pueden levantar vuelo. La madrugada llega y en la otra mitad del pájaro apenas faltan unas horas para el acto oficial del 26 de julio.

Aquí los boricuas ejercen su fuerza cívica contra el poder y allá los cubanos asisten a la liturgia del inmovilismo, a la gastada ceremonia de la "continuidad", el lema más repetido por Miguel Díaz-Canel para prolongar lo que ha durado ya demasiado. Aquí hablan y se unen, allá callamos y tememos. En la misma madrugada, San Juan es una fiesta y La Habana un sepulcro.

Harry maneja un Uber durante diez horas diarias, su negocio inmobiliario se fue al traste con el huracán. Cada persona que me encuentro tiene un antes y un después de María. Con solo mencionar ese nombre la gente se pone emotiva, estalla en una catarata de anécdotas. "Tenía que haberme ido, porque un hermano mío que vive en Nueva York iba a ayudarme a instalar allá, pero no quise dejar solos a mis padres", cuenta.

Escéptico ante la salida de Roselló, Harry es de los pocos que no ha ido a manifestarse ni a festejar tras la renuncia del gobernador. "Da igual, un corrupto se va y otro llega", opina. "El que venga también robará", asegura categóricamente mientras vamos rumbo a Ocean Park en Santurce. En un mástil bate ruidosamente una tela negra. "Renuncia Ricky", dice en unas enormes letras blancas.

El vehículo dobla la esquina, pasa una farmacia Walgreens; un McDonald's y un KFC. En toda la barriada los negocios locales tratan de mantenerse ante la presencia de las grandes firmas que "ofrecen más y más barato", me cuenta Harry. "Los jóvenes prefieren comerse una hamburguesa que un fricasé", lamenta.

Harry está muy preocupado desde este miércoles en que Rosselló anunció que se iba. "Vivo del turismo y de la gente que viene aquí a hacer negocios. Si nos ven como un país inestable o poco seguro ya no vendrán", calcula. Me propone un viaje a la playa ida y vuelta por un buen precio, pero enseguida cae en la cuenta de que vengo de una Isla y "ah… verdad que ustedes también tienen bastante sol por allá", rectifica.

Llego a Río Piedras, donde el tiempo parece detenido. El antes populoso boulevard ahora es una calle con pocos negocios y edificios abandonados. Una tienda exhibe en la acera su mercancía Made in China. Camino, me encuentro un carrito que vende miel, limón y jengibre. Falta que me hace porque mi garganta está lastimada con la lluvia habanera y el jolgorio boricua. Aprovecho la sombra y me acerco al comerciante.

"Esto estaba lleno de vida antes", cuenta. De la casa abandonada que me queda a mis espaldas salen varios gatos. Uno, negro como la noche, se restriega en mis piernas para que le dé algo de comer. Cruzo la calle y compro un sorullo de maíz a una mujer que tiene su pequeño puesto a la entrada de una cafetería. Al frente una voz grabada repite constantemente una lista de ofertas "solo por hoy".

En Río Piedras, cercano a la Universidad de Puerto Rico, la gente se cansó de esperar. Un vendedor de café evoca la explosión en la tienda Humberto Vidal que en 1996 dejó 33 fallecidos y una marca indeleble en la memoria de la comunidad. "Después todo ha ido de mal en peor", relata y me alarga una taza con un líquido fuerte y amargo que me pone los ojos como platos. "No hemos tenido que disparar un tiro y Ricky se fue", se ufana.

Si no fuera por algunos detalles del acento y porque el café no tiene ni pizca de chícharo tostado, pensaría que estoy conversando con cualquier cubano en un pueblo del interior del país

Si no fuera por algunos detalles del acento y porque el café no tiene ni pizca de chícharo tostado, pensaría que estoy conversando con cualquier cubano en un pueblo del interior del país. Se alisa el cabello con una mano, levanta el índice y pronostica que "ya el boricua no es el mismo de antes, ahora sabemos que somos fuertes, que hay que respetarnos".

Del otro lado de la calle, una tienda de ropa interior colombiana exhibe brasieres con encaje. "Así que cubana", apunta el hombre. Hago el ademán de irme porque sospecho que va a repetir los estereotipos sobre mi isla, la otra ala con sus propias heridas. Intuyo que me recitará "las conquistas de la Revolución", pero me equivoco. "A ustedes sí que les falta", remacha con un dejo de superioridad. "Por lo menos nosotros tenemos hecho parte del camino".

Vuelvo para darle algo de comer al gato pero ya no está. El edificio de donde salió huele a abandono, a esa humedad que se enquista en las paredes cuando la gente deja de habitar los lugares. Un pintada cercana reclama que Ricky renuncie y en la esquina una bandera deshecha bate en un balcón. Entrecierro los ojos y el cansancio o el calor me hacen ver franjas azules en lugar de rojas junto a un triángulo, tinto en sangre.

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